martes, 23 de julio de 2013

Sixto Rodríguez.



Detroit se hunde en la miseria victima de la globalización que permitió, entre tantas otras cosas, el desmantelamiento de sus legendarias mega factorías automovilísticas, cuyas partes componentes se fueron en su mayoría adonde los salarios eran lo suficientemente bajos como para que los de Detroit no pudieran competir con ellos. En la ciudad solo quedaron las partes del mecano que se robotizaron de manera rentable.  Sin embargo esa misma globalización permitió igualmente  un milagro como el de Sixto Rodríguez, el cantautor de origen mexicano descubierto al final de los años 60 por un grupo de productores independientes mientras cantaba en un bar de Detroit. Eran los tiempos del despegue del enjambre de sellos discográficos que auspiciaron lo que se conoció como el sonido  Motown, y que fueron una herramienta bien importante en el descubrimiento y la proyección de  muchas de las más grandes figuras de la música afroamericana del período.  El sonido Motown tuvo un fértil suelo inicial en la enorme comunidad afro de la ciudad, cada vez más consciente de sus derechos   gracias al movimiento de los derechos civiles, la Nación del Islam o los Black Panther. Y al surgimiento de líderes tan notables como Martin Luther King y Malcom X, ambos asesinados. De hecho en 1967, el mismo año de la grabación por el sello Sussex del disco I´ll Sleep de Rodríguez, tuvo lugar un formidable levantamiento negro, desencadenado por la irrupción abusiva de la policía en el bar donde cerca de un centenar de personas celebraban el regreso a casa de dos veteranos de la guerra de Vietnam. Pocos incidentes como ese para corroborar la denuncia  de Malcom X de que los afroamericanos eran enviados a combatir al sudeste asiático en nombre de unas libertades que su propio país les negaba. La ciudad se incendió literalmente el 23 de julio de 1967, en el que fue el más violento y sangriento de los levantamientos motivados por la discriminación racial  y desencadenados por esas fechas en 127 ciudades americanas.  Pero el activismo religioso, político y cultural de los afroamericanos no le concedió un lugar a las canciones de Rodríguez, quizás porque eran más existencialistas y elegíacas de lo que ese activismo prefería entonces. O simplemente porque expresaban  ante todo los sentimientos de una clase obrera como la de origen mexicano que, aunque compartía con la afro, la discriminación racial y las penurias lo hacía de otro modo. Con otra tradición y otras expectativas. 
El fracaso comercial de los discos de Rodríguez  le llevó a abandonar el camino de la música profesional y a compatibilizar el duro trabajo asalariado con el activismo político en la causa chicana. Fue tan completa su desaparición de la escena artística que dio pie a la leyenda urbana de que se había suicidado en el escenario, en pleno concierto, pegándose un tiro en la sien.
Sólo que uno de sus discos, Cold Fact, grabado inicialmente en 1970 en Detroit, fue a dar a manos de un productor surafricano que lo copió y lo distribuyó, con el resultado inesperado de que pronto alcanzó una extraordinaria popularidad. Se vendieron miles de copias  y un grupo de rock que, aunque compuesto exclusivamente de blancos afrikáner era solidario con los movimientos anti apartheid, hizo suyo varios de sus temas y los interpretó en multitud de conciertos. Sugar man, uno de ellos, se convirtió en una enseña para los blancos opuestos al sistema de discriminación racial que entonces imperaba en Suráfrica.
A mí me resulta un enigma la sorprendente  alquimia que permitió que las canciones de Rodríguez saltaran en África las barreras de clase y de  cultura que no pudieron saltar en su día en América y que lo que no escucharan los afroamericanos y ni siquiera los chicanos, lo escucharan con tanto entusiasmo los blancos surafricanos opuestos al racismo o avergonzados del mismo. Pero no puedo dejar de subrayar que esas derivas tan inesperadas como grávidas de consecuencias liberadoras  son posibles gracias a la globalización. Que como dijo Frederic Jameson, a propósito del capitalismo, es lo mejor y lo peor que le ha pasado a la humanidad.
El director de origen argelino Malik Bendjelloul realizó en 2011 en Suecia el documental Searching for sugar man, dedicado a reconstruir la extraordinaria parábola de Sixto Rodríguez. El año pasado , gracias a él, obtuvo con el Óscar de la Academia cinematográfica americana.    


            

lunes, 15 de julio de 2013

La bienal de Venecia y el big bang


La actual edición de la bienal internacional de arte de Venecia está marcada sin lugar a dudas por dos hechos muy contundentes. El primero, el número record de pabellones, que suman 88 venidos literalmente de las cuatro esquinas del planeta y entre los que se incluye por primera vez un pabellón del Vaticano. Y el segundo, la exposición Il Palazzo Enciclopedico que, curada por Massimiliano Goni - el director artístico de esta edición - es una auténtica declaración política que nos trasmite con extraordinaria claridad qué es lo que él considera que es el arte actual. Una declaración que a mi juicio conecta directamente con lo que he  calificado de ¨ arte en la era de su Big bang ¨ en mi libro más reciente y que no es otro que el arte que ha hecho saltar por los aires las fronteras que antes separaban géneros, técnicas y lenguajes artísticos y roto las barreras que excluían de la escena artística internacional a los países que el centro euroamericano del poder mundial consideraba periféricos o irrelevantes. Los 88 pabellones de esta bienal son la prueba palmaria de hasta qué punto el arte contemporáneo está hoy tan globalizado como la economía capitalista contemporánea y la muestra curada por Gioni hasta qué punto él ha optado por responder a esa globalización promoviendo a un cierto multiculturalismo, que abre puertas a los artistas y a las obras que mantienen vínculos con las culturas subalternas, las culturas de la periferia del mundo. Y que a menudo actualizan o reinterpretan esos vínculos.



Cierto la opción de Gioni no es estrictamente original porque tiene tras de si un antecedente tan notable como la mega exposición Les Magiciens de la Terre, realizada en Paris en 1989, que incorporo por primera vez a la escena artística internacional tanto a artistas de África, Asia y de América Latina hasta entonces relegados o ignorados. Jean Hubert Martin, su curador, la planteó como una alternativa a una exposición previa, ¨Primitivism¨ in 20 th Century: Affinity of the Tribal and the Modern Art - curada por William Rubin y celebrada en el MoMA de Nueva York en 1984 – y a la que diversos críticos de la época consideraron como un esfuerzo por desarraigar y ¨ estetizar ¨ la producción simbólica tribal. O de leer y valorizar esa producción desde una óptica determinada por el paradigma del arte moderno.
 Y puede que Les Magiciens… hayan sido efectivamente una alternativa ¨ Primitivism …¨  por lo que tuvo de ruptura con el paradigma moderno pero,  a cambio, realizó la operación aún más arriesgada y  pionera de investir de carácter artístico las obras de quienes para la mirada occidental no eran más que artesanos porque carecían de la auto conciencia del arte y de los propios artistas que desde Kant es sello distintivo del arte que en Occidente merece ser considerado como tal. Y de ratificar esa investidura mezclando indistintamente sus obras con la de los artistas contemporáneos.  Esa operación - que contribuyó de manera indirecta a abrir las puertas de la escena artística internacional al arte africano, al asiático y al latinoamericano - está en la base igualmente tanto de la Documenta 12, curada por  Roger Breugel, como de la Documenta 13, curada por Carolyn Christov Bakargiev. Que a su vez me resultan antecedentes directos de Il Palazzo Enciclopedico de Massimiliano Gioni, en la que obras de artesanos, primitivos, autodidactas, marginales  y naifs comparten espacios expositivos con artistas modernos y contemporáneos con una conciencia artística y profesional plenamente consolidada. La presencia en Il Palazzo… de una serie de dibujos del extraordinario artista visionario Frédéric Bruly Bouabré, que fue incorporado a la escena artística internacional en Les Magiciens…, me resulta un claro indicio del vínculo entre ambas muestras. Y de la existencia de la tendencia que las une.

En su día y en un esfuerzo por descifrar su lógica barroca califiqué de wunderkammer a la Documenta de Breugel, un calificativo que la revista de arte alemana Metropol ha usado ahora para calificar Il Palazzo… de Goni. Y que da pie para establecer una conexión significativa entre esta última muestra y la reconstrucción que Germano Celant, con la colaboración de Thomas Demand y de Rem Koolhas, ha hecho en la Fundación Prada de Venecia de la legendaria exposición When Attitudes Become Form, curada en 1969 en la Kunsthalle de Berna por Harald Szeemann. Esta exposición representaría - apropiandome de un esquema histórico acuñado por Carlo Giulio Argan -  el momento ¨ manierista ¨ del arte contemporáneo, el momento del estallido del paradigma moderno y de desintegración de la univocidad del sujeto trascendental que era su fundamento, mientras que Il Palazzo… representaría el momento ¨ barroco ¨, en el que ese estallido y esa desintegración, son apropiados y reinterpretados por una estrategia hegemónica de naturaleza imperial. La estrategia del Imperio que Negri y Hardt se esfuerzan por descifrar.