lunes, 23 de diciembre de 2013

Los países ¿ son paisajes ?



Los países son los paisajes. Esta afirmación  es como la ecuación suprema que guía a la industria turística, una de las mega industrias que nos legó el siglo XX, tan pródigo en legados deletéreos. Por esta razón puede resultar sorprendente que la misma encabece la colección de imágenes y textos de Pedro G. Romero que, bajo el título más neutro de Los países, ha publicado hace poco la Editorial Periférica de Cáceres y la galería Casa sin fin de Madrid. Porque si algo ha demostrado Romero a lo largo de décadas de empecinada y coherente labor artística es su resistencia a aceptar sin someterlos previamente a crítica cualquiera de los tópicos que articulan nuestra cultura. Cultura hiper tópica, aunque ella misma no lo reconozca y ni siquiera nos lo parezca. De hecho su proyecto de larga duración, el insólita work in progress titulado Archivos FX, sale al encuentro del ¨mal de archivo ¨ que padecemos con una estrategia sesgada o perversa - según se mire – que encuadra los documentos y los ¨restos ¨ wocjmanianos apartados, desechados u omitidos por las historias hegemónicas en una grilla categorial que duplica la prestigiosa nomenclatura y el abundante glosario de las vanguardias artísticas del siglo XX. Nadie, ningún artista que yo sepa, había hecho algo semejante, a pesar de que la posibilidad de hacerlo la abrió Michel Foucault hace cuatro décadas o más.  En el inicio de su introducción a Las palabras y las cosas el notable arqueólogo de los saberes  declara que ese libro nació de la risa que le causó la enciclopedia china - citada o imaginada por Borges -  que divide a los animales en: ¨a/ pertenecientes al Emperador, b/embalsamados, c/ amaestrados, d/ lechones, e/ sirenas, f/ fabulosos, g/ perros sueltos, h/ incluidos en esta clasificación, i/ que se agitan como locos, j/ innumerables, k/ dibujados con un pincel finísimo de pelo de camello, l/ etcétera, m / que acaban de romper el jarrón, n / que de lejos parecen moscas¨. 
El libro Los países participa de esta actitud radicalmente heterodoxa. La aplicación del silogismo los países son los paisajes a Euskadi la resuelve Pedro G. mediante un collage de imágenes y textos que subvierte no solo la impactante estrategia turística de identificación de los unos con los otros sino la proteiforme y todavía inagotada consagración romántica del paisaje. Las fotos son poco o nada vistosas, en blanco y negro y en pequeño formato y lo que muestran no son calas idílicas ni bosques encantados sino fábricas, escombreras, encrucijadas anodinas, aguas contaminadas, grafitis, anuncios callejeros… Si ese es el País vasco, cualquier país post industrializado puede ser el país vasco. Huelva puede ser una ciudad del país vasco. El tono, el temple si se quiere de los textos es congruente con el desencantado de las fotos que los acompañan. Textos fragmentarios, de diferentes autores además, que apuntan en distintas direcciones y que sin embargo y a pesar de su dispersión se dejan atraer, como si fuera un centro de gravedad, por el gran interés de Pedro G. por dos cuestiones importantes. La primera, la celebración del paisaje, o su retórica - como prefiere calificarla Juan Sebastián Cárdenas, el autor del prólogo – que es interrogada desde diversas perspectivas críticas, incluida la que pone en cuestión los elogios a las altas cumbres nevadas hechos por la actriz y cineasta Leni Riefensthal y los de las sendas perdidas y la cabaña del bosque debidos a Martin Heidegger. Hay en estas celebraciones una voluntad de pureza, no solo racial, aunque también, que no puede ser menos que inquietante. Aunque la comparta también el Thoreau de Walden. La vida en los bosques, traído a cuento igualmente por Pedro G. Romero, cuya puesta en práctica, cuya performance si se quiere, del mito de la armonía originaria entre el individuo y la naturaleza - o directamente de la identidad sin fisuras del uno y la otra -  es una de las fuentes de inspiración del actual movimiento ecologista. La cita de Thoreau no es en vano porque se articula con el segundo foco de interés de Pedro G, que es el debate contemporáneo en torno a la destrucción/ conservación del medio ambiente. Él rehuye sin embargo el maniqueísmo en la cala que hace del mismo en este libro. Gracias a varios de los textos que ha incluido no queda otra que neutralizar la oposición romántica entre la el bosque y la fábrica, porque el bosque ya no es más que la antesala cuidadosamente diseñada de la fábrica. En Euskadi obviamente, aunque no solo allí.
Termino celebrando el hecho de que esta pequeña obra maestra sea  poliédrica, una auténtica polifonía de voces literarias e imágenes para nada invasiva, a la que cabe calificar igualmente de dialógica.

              

viernes, 20 de diciembre de 2013

Marcelo Expósito y la sinfonía de la gran ciudad.



La sinfonía de la ciudad es un género o un subgénero cinematográfico que desplegó con fuerza en los años 20 del siglo pasado, gracias al poderoso impulso que le dieron entonces las vanguardias artísticas. Se suele citar a Berlín: sinfonía de una gran ciudad, realizada en 1927 por Walter Ruttmann, y El hombre de la cámara de 1929 y de Dziga Vertov, como los ejemplos canónicos del mismo. Pero hay otros ejemplos que, aunque no son tan ambiciosos o brillantes, no carecen de interés, como el verdaderamente pionero Manhattan, de 1921 y de Charles Sheeler y Paul Strand, o Rien que les heures, de 1926 y de Alberto Calvancati. Hoy, sin embargo, es un género en desuso tanto porque su lugar ha sido copado - y si se quiere degradado -  por los documentales turísticos, como porque los artistas contemporáneos  no parecen compartir  la fascinación futurista o constructivista por la metrópoli, sea moderna o posmoderna.
De allí que me haya sorprendido la decisión de Marcelo Expósito de rendir homenaje al género, mediante un proyecto que se titula elocuentemente  Sinfonía de la ciudad globalizada y que está actualmente está disponible en la red. Y digo ¨proyecto ¨ porque no es tanto una obra aislada, cerrada sobre sí misma, sino una secuencia de siete capítulos, de un promedio de 20 minutos de duración cada uno, que pueden verse aisladamente o en conjunto, según el interés o la disponibilidad de tiempo del espectador. Su objeto es Valparaíso, ciudad portuaria chilena a la que Expósito fue en 2010  para realizar este trabajo  y a la que él considera un ejemplo más de ciudad globalizada. Que la globalización – viene a decirnos - no solo involucra a las metrópolis occidentales sino también a las que desde dichas metrópolis se suelen considerar meramente subalternas.  Y también he dicho ¨homenaje ¨ porque creo que no va más allá de los términos de un agradecimiento la relación entre lo que ha hecho Expósito con Valparaíso y lo que hicieron con sus respectivas metrópolis las sinfonías cinematográficas de la época heroica de las vanguardias artísticas. Ambas sinfonías son muy distintas entre sí. Y no solo porque el soporte de aquellas fuera el cine y la suya sea el video sino porque la  sinfonía  de Expósito supone un corte radical con la visión panorámica, de vuelo de pájaro de la ciudad, que informó a las sinfonías vanguardistas. E inclusive con el canon de estas últimas: la poesía estrictamente visual. Esta diferencia se anticipa ya en el primer capítulo de la obra de Expósito, que se titula Llegar a buen puerto  y que utiliza como pie o introducción el documental A Valparaíso, realizado in situ en 1962 por Joris Ivens. Ivens pertenece a la misma generación de Ruttmann y de Vertov, y aunque haya compuesto en los años 20 y por encargo una ¨sinfonía industrial ¨ para la Philips - e inclusive otras obras que pueden encajar en el género, como Lluvia, El Puente o El Sena encuentra a Paris- fue sobre todo un documentalista militante. Que eligió la mayoría de los temas en función de una perspectiva revolucionaria y que por lo tanto solía poner en primer plano de sus intenciones la urgencia política del tema elegido y/o la escenificación del mundo del trabajo industrial, el ámbito propio de esa clase obrera que para él encarnaba el porvenir. Y aunque A Valparaíso puede considerarse - como lo ha hecho Tiziana  Panizza - como una síntesis de los impulsos militantes con los líricos que atravesaron la obra de Ivens, no puede negarse que son los primeros los que en este documental siguen al mando. Panizza cita - en su artículo Joris Ivens: Valparaíso entre la poesía y la crítica- el desacuerdo de Ivens con el cinema verité que, el mismo año de la realización de su documental sobre el puerto chileno, había recibido la carta de ciudadanía con la Palma de Oro obtenida en el Festival de Cannes por la Chronique d´un étè de Jean Rauch y Edgar Morin. ¨Estoy convencido – dijo entonces Ivens – que el cine directo es a la vez indispensable e insuficiente, pues le puede dar autenticidad al material que será utilizado en partes de la película, pero insuficiente porque solo una voz en off puede expresar lo complejo de la responsabilidad de la autoría, el compromiso del director o autor¨. El énfasis en el compromiso del director queda sin duda claro en estas afirmaciones de Ivens, que creo, sin embargo, yerran el blanco en el caso de Chronique d´un étè,  porque en esta película no faltan ni la responsabilidad ni el compromiso de sus directores. Al contrario, ellos están mucho más abiertamente implicados en la misma de lo que lo habrían estado de haberse limitado a utilizar la voz en off. Y lo están tanto, que es probable que lo que en realidad molestase a Ivens fuera precisamente su compromiso con la perspectiva política que orienta este filme. Porque lo que hace esta crónica de un verano cualquiera es desechar avant la lettre  los ¨grandes relatos ¨ denunciados mucho después por Jean François Lyotard – entre ellos el más formidable de todos: la revolución proletaria – para adentrarse en el terreno de los micro relatos. Historias de gente común y corriente, que en su sedicente insignificancia hacen parte de las mayorías anónimas  que forman la gran ciudad tanto o más que su arquitectura y sus monumentos característicos. Y que un buen día, por el azar o la casualidad, son abordados por dos destacados intelectuales, que quieren llevar a la pantalla un trozo cualquiera de sus vidas. Sin épica, sin tragedia, sin drama. O sea mostrando ¨la vida ¨ tal cual es cuando se la aparta o se la despoja de los argumentos con los que los directores guían normalmente la atención de los espectadores de sus obras. Operación quirúrgica de difícil o imposible cumplimiento, como lo advierte el diálogo con el que Morin y Rauch cierran en la pantalla una crónica entonces insólita. Morin concluye que quienes intervinieron en el filme no podía aceptar la sinceridad de los gestos o las palabras del resto de los protagonistas del mismo, porque cuando no los consideraban resultados de la performance de un ¨comediante ¨, los consideraban los de un¨ exhibicionista¨. 
Sospecho que Ivens no toleraba la orientación política implícita en la omisión por Morin y Rauch de les grandes  récits, porque de alguna manera ella componía o daba la voz, a través de los personajes elegidos por ambos autores, a esas ¨ mayorías silenciosas ¨cuya existencia normalmente reivindica la derecha política y cuya actitud es la del ¨desencanto ¨o  simplemente la indiferencia ante esos grandes relatos. Algo que un militante como Ivens no podía compartir. 
Cierto, esto no es más que una hipótesis, que ya es imposible probar. Tengo en cambió la certeza de que el Estado francés de entonces sufría una importante crisis de hegemonía porque la historia o la narración que, según Benedict Anderson, articula a los estados- nación modernos, estaba siendo sometida en ese país a tensiones tan desgarradoras que ponían en grave peligro su unidad y coherencia interna.  Sobre la realidad de una Francia que había aceptado y compartido el pacto del mariscal Pétain con la Alemania nazi - que le permitió conservar el gobierno, la flota y el imperio colonial - se había superpuesto de golpe el relato de una Francia resistente y heroica que nunca  había transigido ni se había dado por vencida, desencadenando  con ello conflictos de memoria e identidad como los escenificados alegóricamente por Alain Resnais en El año pasado en Marienbad.  La protagonista de este filme nunca consigue aclarar si conocía o no al pretendiente que ahora la asedia, pero aun así se niega empecinadamente a aceptar que ya se conocían y que incluso habían llegado en aquella oportunidad al extremo de citarse para el año siguiente en Marienbad. Lo suyo es la resistencia a un pasado que no es propio, que se sospecha que es impuesto, aunque no se tenga la certeza definitiva de que sea así. Queda eso sí la alternativa de olvidarse de los grandes relatos para evitar el íntimo desasosiego que causan sus contradicciones e inconsistencias.

En cualquier caso la sinfonía de Marcelo Expósito no prescinde de los grandes relatos. Sólo que el relato que la articula es una versión de la globalización tributaria de pensadores posfordistas como Toni Negri y sobre todo como Paolo Virno. De hecho, yo sitúo como una antecedente significativo de esta sinfonía, la obra documentada video gráficamente que Expósito realizó hace más de una década y en la que examinó la crisis de la sociedad fordista a través del ejemplo de la transformación de la gran fábrica de la Fiat en el barrio de Lingotto de Turín en un sofisticado centro comercial. En dicho examen las imágenes de época se contraponen a las imágenes actuales, así como la fábrica se contrapone al mall y la clase obrera industrial se contrasta con el precariado contemporáneo. Y cruzando trasversalmente las imágenes y las entrevistas a protagonistas de este tránsito, el discurso de Virno, quién, en una larga entrevista, ofrece claves para comprender en que consiste el mismo. La estructura de La sinfonía de la sociedad globalizada responde a este esquema. En el primer capítulo, ya mencionado,  tiene un papel central una larga entrevista a Jorge Bustos, un líder obrero típicamente fordista, que narra sintéticamente la historia del movimiento obrero en el puerto de Valparaíso, su decapitación por el golpe militar de Pinochet y el puntillazo final que recibió cuando, siguiendo las imposiciones del FMI, el gobierno privatiza el puerto. El proletariado es entonces forzado a convertirse en precariado. En los siguientes capítulos la sinfonía de Expósito explora las consecuencias de esta brutal transformación, entre las que destaca la gentrificación de Valparaíso y la alienación de la vida cotidiana de los habitantes de los barrios tradicionales de la ciudad, facilitada por la declaración de la Valparaíso como Patrimonio cultural de la humanidad. Alienación que en muchos casos ha llegado hasta la expropiación pura y dura.  La ruptura de esta sinfonía con la visión  panorámica de las ciudades ofrecida por las sinfonías fílmicas del período de entreguerras, se consuma en los capítulos en los que Expósito muestra ejemplos de iniciativas populares realizadas para recuperar el espacio público. O entrevista a arquitectos y urbanistas que defienden el legado arquitectónico y urbanístico de Valparaíso de las arremetidas de la especulación inmobiliaria y la industria turística. Y que acompañan esa resistencia con propuestas de intervención y renovación respetuosas de ese legado. Subrayo, para terminar, el capítulo final de esta singular sinfonía, que se ocupa de los Dilemas de la clase creativa. O sea, los que enfrentan los jóvenes calificados de un mundo globalizado a los que tientan actualmente los cantos de sirena del ¨ empoderamiento¨ y las invitaciones de los agentes del Capital a convertirse en ¨ emprendedores¨ y en los que Expósito cree descubrir sin embargo un potencial emancipador. 





miércoles, 11 de diciembre de 2013

Intento de escapada.






Harold Rosenberg, en el prólogo de su libro La tradición de lo nuevo, afirma que fue tanto el empeño de la mujer que recopiló los artículos y ensayos muy dispersos que lo componen que lo único que le faltó hacer para hacer posible la publicación del mismo ¨ fue escribirlo¨. Ese extraordinario reconocimiento se me ha venido a la cabeza a propósito de Intento de escapada, la primera novela - y espero que no sea la última - de Miguel Ángel Hernández Navarro. Y no porque alguien le haya prácticamente escrito la novela sino porque la misma representa el más apasionado y comprometido homenaje que haya recibido hasta la fecha a un artista vivo en España y quizás en muchos otros países. Hernández Navarro ha escrito - como crítico y teórico del arte contemporáneo -  de manera lúcida e inteligente en defensa de la obra de Santiago Sierra>Pero esa defensa ha estado condicionada por una apuesta suya aún mayor: la de oponer al omnipresente ¨archivo escópico de la Modernidad¨  un discreto y sobre todo resistente ¨archivo escotómico ¨, al que pertenecería la obra de Sierra. Ante la crisis que caracteriza actualmente la episteme escópica – explica Hernández Navarro – hay ¨dos modos básicos de reacción: la ocultación de las fallas del ojo para poder dominarlo; o la puesta en evidencia de éstas para hacerlo consciente de su insuficiencia¨. 
La resistencia escotómica es traída a cuento en la novela por una obra de arte realizada por un artista tan imaginario como ella misma, al que sin embargo es difícil no considerar un alter ego del propio Sierra, y que además encaja plenamente en la definición del ¨escotoma¨ ofrecida por Hernández Navarro: ¨un punto ciego de la visión, algo que no puede ser visto del todo, un lado oscuro, una falta, un objeto inasumible, inapreciable, inaprehensible¨.  Sólo que lo que en los escritos teóricos de nuestro novelista es celebración de esa resistencia en su novela se transforma en un cuestionamiento de la misma. El objeto escotómico de Intento de escapada  ciertamente se resiste ¨a ser visto del todo ¨ pero al mismo tiempo es ¨inasumible ¨ porque en su impenetrable opacidad  es muy probable que oculte la evidencia de un crimen. El crimen cometido por un artista que no parece dispuesto a detenerse ante ninguna restricción moral a la hora de exponer sin ambages las extremas condiciones de vida de los condenados de la Tierra. 
La conciencia del joven y timorato profesor universitario que, en la novela, es admirador y guía devoto del artista implacable, es el escenario donde se libra un turbulento conflicto moral alimentado por todas las dudas y las aprensiones de esa índole que desencadena la obra de dicho artista. Y que son equiparables a las que acompañan de hecho la obra de Santiago Sierra, a quién suele acusarse de ¨cinismo ¨por la crudeza de las performances protagonizadas por esos mismos condenados de la Tierra, que mencioné antes. O porque los medios gráficos o visuales que documentan esas polémicas acciones se ofrezcan como mercancías en las más glamurosas galerías de arte. Tengo para mí que Hernández Navarro no se libra del todo de esta clase de conflictos morales y celebro que en vez de guardárselo para sí, rumiándolos en pudoroso silencio, haya decidido escribir una novela entera para exponerlos. Y exponer hasta qué punto le conciernen. En eso consiste el homenaje que le rinde a Santiago Sierra, cuya obra, gracias a Intento de escapada, se muestra no solo como una forma de resistencia escotómica sino como el desencadenante del tipo de conflictos morales que suelen aquejar a las ¨buenas conciencias ¨ que tanto irritaban a Luis Buñuel.