domingo, 16 de marzo de 2014

Operación Palace y la escena contemporánea.


Gracias a la cuenta de Marcelo Expósito en Facebook descubro la entrevista que Ernesto Castro le hizo recientemente a Cuauhtémoc Medina, para la revista chilena on line Artishock. En ella leo la tesis de este notable curador y crítico de arte mexicano de que la escena del arte contemporáneo es actualmente ¨el único espacio de convivencia y de confluencia, de intercambio  interclasista¨, donde todavía ¨ puede haber voces de clases y grupos diversos teniendo que enfrentarse una a otras, toda vez que el ágora del debate político ha sido violentamente suprimido, como sucede hoy por todas partes¨. Tesis arriesgada que el propio Expósito, en su presentación de la entrevista de Medina, rechaza o por lo menos pone en seriamente en duda. Yo tampoco la comparto, aunque creo que su solo enunciado tiene la virtud de invocar temas y cuestiones que bien vale la pena debatir. La tesis podrá ser reflejo en espejo deformante pero aun así sigue siendo un reflejo.


Así pasa con  ¨la supresión violenta en el ágora del debate político¨, que es cuanto menos una exageración, porque en Occidente o si se quiere, en el ámbito del Imperio Americano, ya no se estila la supresión violenta del debate político, como la que intentó ejecutar el teniente coronel  de la Guardia Civil, Antonio Tejero, el 23 F de 1981. El periodista Jordi Évole, de la Sexta cadena, lo presenta en Operación Palace -  su imaginativa versión del intento de golpe de Estado de esa fecha - como él único de los protagonistas del mismo que no estaba al tanto de que trataba de un golpe de Estado simulado, fake, destinado exclusivamente a conjurar, gracias a la impericia e inoportunidad de sus ejecutores, al golpe que realmente se estaba tramando en los cuarteles. No se puede promover impunemente  un golpe de Estado al día siguiente de un golpe fracasado sin exponerse a un fracaso todavía más rotundo. El simulacro se encargaría, además, de  promover la imagen del rey Juan Carlos como salvador providencial de la por entonces frágil democracia española. La que para una importante corriente de opinión y para muchos activistas de la época debía mucho más al asesinato del almirante Carrero Blanco por ETA que a los Pactos de La Moncloa.  


Pero sea o no cierta esta polémica versión de unos hechos - cuya documentación todavía es un secreto de Estado -  es en cambio inobjetable que Tejero no se dio cuenta en ningún momento que esa clase de asalto al parlamento ya desde entonces estaba destinado exclusivamente a los países del Tercer Mundo más débiles y vulnerables. En el resto, los métodos de someter los parlamentos a poderes independientes de la voluntad popular  ya eran mucho más incruentos, aunque de hecho fueran - y sigan siendo - mucho más eficaces. No es este el sitio, obviamente, de intentar siquiera el inventario actualizado de esos métodos y de sus cada vez más invasivos medios de realización, como tampoco de evaluar seriamente hasta qué punto su acción conjunta determina que tantos de nosotros aceptemos complacidos ¨ la servidumbre voluntaria ¨, diseccionada tempranamente por el humanista Étienne de La Boetie. Pero sí que cabe subrayar ciertos aspectos que resultan muy reveladores en el violento pronunciamiento de Tejero. El primero -  y más notorio -  es el hecho de que fue televisado y por lo tanto sometido al mismo régimen de contundente verosimilitud al que está sometida en general la información televisiva. El régimen cuya eficacia que garantiza que nos creamos sin apenas sospechar todo lo que ¨ la caja tonta ¨ nos ofrece. Y que así como nos indujo a tantos a creer que La operación Palace era la verdad por fin revelada de lo que realmente ocurrió el 23 F, provocó igualmente la protesta por la emisión de la misma de prácticamente todos los partidos del arco parlamentario español. Ambos fuimos convencidos de la verdad contenida en esa fábula televisiva, aunque sospecho que ellos más que el resto de los mortales. O sea que este régimen de verosimilitud es reversible y sirve igualmente para exponer la verdad como para simularla. Para mostrar tanto una auténtica insurrección popular como para convencernos de la existencia efectiva de un simulacro de la misma.

En cuanto al resto de las tesis de Medina sobre la escena artística contemporánea me permito dos observaciones adicionales. La primera que,  aunque dicha escena sea efectivamente un lugar de  convivencia y encuentro interclasista, no es el único. Como tampoco que esa escena sea la única que da lugar a los debates políticos normalmente excluidos de la agenda parlamentaria y mediática por obra y gracia de los arreglos de la clase política y del periodismo hegemónico. Desde luego que esta clase de  debates excepcionales se dan en el mundo del arte contemporáneo pero su alcance e intensidad no pueden compararse con la que revisten dichos debates en la red.  Que la ciberesfera es mucho más convocante e ¨interclasista ¨ - y desde luego multitudinaria - de lo que jamás podrá  serlo la escena artística contemporánea.  De esto sí que sabe Marcelo Expósito.