martes, 16 de febrero de 2016

El indio toma la palabra.






La polifonía, tan deseable en política, ha sido hasta ahora muy difícil de realizar en un plano que no fuera el exclusivamente literario, donde la descubrió y reivindicó Mijail Bajtin.  En este mundo, por mucho que este mundo contenga otros mundos como afirman los altermundistas, conserva desgraciadamente toda su validez la sentencia de Lewis Carroll: “Quien habla manda”. Y el resto escucha o simplemente se calla cuando comprende que por mucho que se esfuerce su palabra no va ser escuchada y tenida en cuenta y menos ahora, cuando el Poder es mas sordo que nunca y cualquier voz heterodoxa es ahogada por el coro proteiforme que en las tertulias mediáticas se hace eco y altavoz de la voz inflexible del amo.
Y traigo estas reflexiones a cuento debido a El abrazo de la serpiente, una película del director colombiano Ciro Guerra que plantea el problema de la polifonía allí donde su omisión parece más sangrante porque se refiere a la voz del indio y a nuestra incapacidad o escasa disposición a escucharla y a establecer en una relación dialógica con ella. Y cuando digo “indio” asumo de hecho las consecuencias de un deliberado malentendido histórico- si así puede calificarse - que se remonta hasta la empresa conquistadora de Cristóbal Colón y que incluye tanto la reducción a estereotipo de quienes son designados con este apelativo como la negativa a escuchar lo que ellos tienen que decir con su propia voz y en sus propios términos. El indio como sujeto  excluido no habla y si se le escucha en realidad no se le escucha a él sino a quienes dicen hablar por él: ayer el misionero y hoy el antropólogo o el etnólogo. 

 El abrazo de la serpiente escenifica de manera fecunda estas tensiones. Y lo hace mediante una estructura dramática inspirada tanto en El corazón de las tinieblas de Joseph  Conrad como, más directamente aún, en Apocalipsis now, la muy libre adaptación cinematográfica de dicha novela filmada por Francis Ford Coppola.  Sólo que los protagonistas del filme de Guerra no son ni un marinero inglés como Charlie Marlow ni un mariner americano como el teniente Willard sino dos exploradores: el alemán Theo von Martius y el americano Evan. El primero inspirado en la figura histórica de Theodor Koch-Grünberg - el etnógrafo alemán que efectivamente exploró la selva amazónica a principios del siglo xx - y el segundo, en la figura de Wade Davis, el biólogo americano que realizó una exploración semejante durante la II Guerra mundial. Ninguno de los dos busca a nadie en concreto y menos a alguien pudiera parecerse al Kurtz de las fabulas de Conrad y Coppola, aunque Evan habrá de tropezar en su propia exploración con un personaje igual de desquiciado y carismático que Kurtz. En realidad lo que ambos buscan en sus respectivas inmersiones en la Amazonía es una planta legendaria a la que se atribuyen extraordinarias propiedades curativas. Y aunque dichas inmersiones sean agotadoras por las múltiples  dificultades con las que tropiezan y por lo reveladoras que resultan de los estragos causados por la colonización de la selva y las campañas de evangelización de los indios, no son sin embargo los dos exploradores quienes sufren una experiencia interior tan traumática como la que experimenta el indio, que es el auténtico personaje de El abrazo de la serpiente. 

Se llama Karamate y participa tanto en la expedición de Theo como en la de Evan. En la primera como un joven indio que, pese a todas sus reticencias hacia los blancos, se decide a guiar al etnógrafo   
alemán al sitio remoto donde crece la planta que este busca porque se compadece de la grave enfermedad que padece. Y en la segunda como un viejo que, aunque ha intensificado aún más sus reticencias, se decide a acompañar a un explorador blanco, no porque se compadezca de él sino porque se compadece de sí mismo. Porque en el ínterin, en el intervalo de tantos años que
separa el viaje de Theo del de Evan, Karamate se ha extraviado hasta tal punto que ya no solo ha olvidado el camino hacia el lugar de la planta legendaria sino que ha perdido hasta el lenguaje que le permitía comulgar con la selva, hacerse una con ella. De allí que el viaje con el biólogo americano le resulte más que un regreso a sus orígenes un viaje de recuperación de sí mismo, de todo aquello que en él se ha perdido y adulterado por obra de esa colonización que, exterminando a su pueblo, lo condenó a ser el único superviviente del mismo.
Lo extraordinario de El abrazo de la serpiente se resume, en primer lugar, en el hecho de que Karamate cumpla en ella un papel protagónico equiparable al que cumplen en las historias de Conrad y Coppola el marino Charlie Marlow y el tenienteWillard. Y, en segundo lugar, en que es Karamate quién con sus propias palabras cuenta su trágica historia de nativo expulsado irremediablemente de su propia tierra y condenado a vagar en ella como una sombra de sí mismo.