Con apenas una semana de diferencia he visto dos piezas
de arte que se atreven con una las polémicas más intensas que se están dando
actualmente en España y en la que se dirime si las putas son sujetos de derecho
o solo objetos del mismo. Esta polémica ya se cobró a su primera víctima:
Concepción Pascual, a quién le costó el cargo de directora general del Trabajo
la legalización de Otras, un
sindicato de trabajadoras sexuales. Carmen Montón - la ministra del trabajo que
la cesó antes de que ella misma se viera obligada a renunciar por cuenta de
inconsistencias en su currículo académico - demostró con ese despido su toma de
partido sin fisuras por la opinión de legión de feministas que exigen la prohibición
de la prostitución a la que califican de actividad denigrante ejercida por esclavas
sexuales explotadas despiadadamente por tratantes de blancas y proxenetas.
Confían en que una ley que la prohíba liberará a dichas esclavas de lo que en
ningún sentido puede considerarse un trabajo, devolviéndoles su libertad y su
dignidad. Las portavoces de Otras no están
para nada de acuerdo, defienden la tesis de que la organización sindical y el
amparo del Estatuto de los Trabajadores son precisamente los que les garantizaran
su libertad y les permitirán defenderse de tratantes y proxenetas. “No somos
muñecas de trapo que se pueden usar y tirar a su antojo”- declaró a la prensa
Conxa Borrell, una de dichas portavoces.
Las dos obras de arte a las que me refiero la cuestión
de si las putas son víctimas se dirime en torno a dos figuras del puterío
situadas en dos puntos extremos de la escala social: la puta inmigrante
tercermundista y la escort española que presume de integración social y de
estudios universitarios. La primera es Linda Porn y es la protagonista de un
video de su autoría, incluido la
exposición Todos los tonos de la rabia,
abierta actualmente en el Musac de León. Ella lo presenta como un statement o manifiesto en el que asume
desafiantemente su condición de puta, declara que ha venido a España por sus
propios medios y se declara no solo una trabajadora sexual que genera plusvalía
como la genera cualquier otro trabajador sino que rechaza el papel de víctima y
se asume como el nuevo sujeto revolucionario, justamente por el estigma social
y la marginación que padece. Suelta su arrogante discurso jacobino desnuda en
una bañera y lo concluye inscribiendo con una cuchilla en la piel de su
antebrazo izquierdo la frase: “Soy una puta mestiza”. Imposible no recordar una
performance de hace unos años en la que Regina José Galindo rasgó con la punta
de una navaja la piel de su muslo izquierdo para escribir la declaración: “Soy
una perra”.
La escort se llama Diana
en la película del mismo título dirigida por Alejo Moreno, estrenada ayer en
los cines Renoir de Madrid. Su estructura discursiva es desde luego más
compleja que la vehemente proclama de Linda Porn, lo que le permite ofrecer un
papel protagónico a uno de los clientes y mostrar otras facetas del problema de
la prostitución, pero su parti pris o su leit motiv si se quiere es la entrevista que una periodista le hace
a Diana. Le pregunta si se siente víctima y ante la respuesta negativa de ella
le contra pregunta no siente miedo de abrirle la puerta a un extraño, Diana le
responde inmediatamente que no, que quién debería sentir miedo es ese extraño. El
resto del filme se dedicará a demostrar hasta qué punto un cliente debe temer a
una puta que no por serlo es una “muñeca de trapo” en sus manos. O sea que
tanto el video de Linda Porn como la película de Alejo Moreno coinciden en
presentar una imagen de las putas en contravía de la imagen de indefensión y
sometimiento que es esgrimida como argumento inapelable por quienes desean prohibir
tajantemente la prostitución.
Dos observaciones finales. La primera: la película es
una ópera prima de su director y esto se nota en cierta inconsistencias del
guión, compensadas eso si por las notables interpretaciones de Laura Ledesma en
el papel de Diana y de Ana Rujas en el papel de su alter ego, Sofía. La
segunda: el filme también es el debut como directora de fotografía de Irene
Cruz, conocida hasta la fecha por su uso artístico de la fotografía. Y fue
precisamente su arte, la luz azul que ilumina sus fotografías de ninfas, de
bosques y de lagos nórdicos, lo que movió a Moreno a pedir que se hiciera cargo
de fotografía de Diana. Le parecía el
contrapunto más apropiado para el tono expresionista que quería imprimirle a la
misma.