lunes, 18 de junio de 2018

Cuando Francia olvida.




El año pasado en Marienbad contiene un enigma que tensa sin remedio la que no sería más que la historia de un  simple triángulo amoroso sino fuera por el escenario excepcional donde fue sucede y por la forma de contarla que tan audazmente desafía al tiempo lineal. En un eterno retorno de lo  mismo que impide a la historia cerrarse sobre sí misma y resolverse definitivamente. El enigma que trae a la luz esta pregunta: ¿La protagonista concertó o no el año pasado un encuentro con  el hombre que es o dice ser su amante? Ella lo niega empecinadamente una y otra vez a pesar de la insistencia del amante, por lo que al final el espectador se queda sin saber si es él o ella quién tiene razón. Pero el enigma también queda expuesto en esta otra: ¿Por qué se embarcó en un film tan intimista y obsesivo un director como Alain Resnais que venía de realizar el extraordinario documental Noche y Niebla, dedicado no tanto a realidad de los campos de concentración y exterminio nazis como al silencio y la complicidad de la sociedad que toleró que sus gobernantes los construyeron y pusieran en marcha? Que ya se había acercado al horror inenarrable del bombardeo atómico de Hiroshima a través de los recuerdos que intercambia una pareja de amantes. Y que después de El año pasado en Marienbad dirigió Muriel, una historia amor igualmente imposible, que incorpora un personaje traumatizado por la experiencia de las torturas en la guerra de Argelia que venía de librarse. En ambos casos un drama personal es el medio elegido para evocar un trauma histórico de dimensiones épicas. 
¿Por qué entonces Resnais lo omite en El año pasado…en la que parece limitarse a exponer el drama de unos personajes de una alta burguesía ajena por definición a las tragedias y los traumas de la guerra conjurados por Hiroshima y por Muriel? ¿O es que el trama histórico si está solo que bajo una forma elíptica, alegórica, que solo se manifiesta en el desciframiento y la interpretación? Por lo que cabe arriesgar la hipótesis de que para Resnais, para Alain Robbe – Grillet - su guionista - o para ambos, la tenaz resistencia a recordar de la protagonista del Año pasado… es asumido como una alegoría del olvido que de un año para el otro tuvo la Francia del general De Gaulle de la Francia del mariscal Petain.


Un olvido ciertamente abrupto que pone en escena Le doleur, el film de Enmanuel Finkiel, cuyo título ha sido traducido al español como Marguerite Duras. Paris 1944, en un esfuerzo por subrayar que esta escritora es tanto la protagonista de la película como la autora de El dolor, el libro a partir del cual Finkiel escribió el guion de la misma.  Cierto, el propósito tanto del libro como del filme no es exponer el olvido deliberado del pasado ni siquiera los métodos empleados para conseguirlo. El propósito en ambos casos es contar las desventuras de una Marguerite Duras expuesta a la dura experiencia derivada de la detención de su marido por la Gestapo, su deportación a Alemania y la interminable espera de su regreso después del fin de la guerra en Europa. La historia está muy bien contada, la interpretación de Duras por Mélanie Thierry es sobresaliente y muy solventes las interpretaciones de Benoît Magimel en el papel de Pierre Rabier - policía de la Francia petenista – y Benjamin Biolay en el papel de Dyonis Mascolo, el amigo protector que siempre está cuando hace falta y que termina convirtiendose  en su amante. Pero Duras es una escritora que, aunque siempre interpone una distancia, padece y observa reflexivamente cada acontecimiento, cada episodio, cada situación a la que se ve abocada. O que se le echa encima sin remedio. Por eso no puede escapar a la realidad del Paris ocupado en el que está inmersa y en la que el colaboracionismo no encarna solo en la figura de Rabier- el policía petenista que la pretende  - sino en esa multitud anónima en la que se escuda tanto el resistente que delató a su marido, como el grupo de exaltados que intentan linchar en plena calle  a un joven transeúnte al que acusan de “terrorista”. Tampoco escapa a su mirada escrutadora cómo el reemplazo de las autoridades de la ocupación por las autoridades gaullistas es acompañado tanto del restablecimiento del principio de la autoridad como de la imposición apenas disimulada de un olvido sobre lo que fue la Francia de Petain. El olvido que hiere a Duras y a las mujeres que como ella van diariamente a la estación del ferrocarril a esperar el regreso de sus maridos de los campos de concentración alemanes. Entre ellas las mujeres judías cuyos maridos o familiares fueron detenidos y deportados en fechas tan tempranas como la de 1942. Como fue el caso Madame Bordes - interpretada en la película por Anne-Lise Heimburger. O el del propio realizador de la misma, cuyo tío y cuyos abuelos paternos fueron detenidos y deportados ese mismo año y nunca regresaron. Son esas mujeres que esperan sin perder la esperanza las que se niegan a olvidar y hacer la tabula rasa sobre la que se quiere escribir una historia que no es la que han vivido. Son las que se niegan a aceptar que el año pasado se comprometieron con una cita en Marienbad.                



sábado, 2 de junio de 2018

¡Qué grande es el teatro politico!


En estos diez días que estremecieron a España, el teatro político nos ofreció algunas de sus más intensas y apasionadas funciones. Es lo que tiene, que da lo mejor de sí cuando el poder que escenifica se pone realmente en juego, amenazada la continuidad de sus formas inexcusables, expuestas a un riesgo mortal las rotundas certezas de la narrativa que diariamente lo legitima. Y eso que el vértigo que terminó dominando la escena empezó en un momento en el que todo parecía perfectamente controlado por Rajoy, un virtuoso en la imposición de la agenda política y en el crucial manejo de los tempos de la política. La sentencia del caso Gürtel, dilatada durante y años y años por la acumulación desorbitada de expedientes y los cambios interesados de jueces, tuvo finalmente que proferirse. Y aunque farragosa y llena de circunloquios dejaba constancia de que la corrupción en el PP no obedecía al modelo de “los casos aislados “sino al de las conductas “sistemáticas”. Eran demasiadas las evidencias como para que pudiera decir otra cosa, so riesgo de que el desprestigio que ronda amenazante al Poder judicial se convirtiera en una protesta unánime de consecuencias imprevisibles. Rajoy habría podido encajar este enésimo tropiezo judicial con su habilidad para escabullirse de las preguntas difíciles sino hubiera sido por los benditos presupuestos que todavía no lograba aprobar. Por culpa entre otras cosas de la aplicación del dichoso artículo 155 en Cataluña que el PNV le exigió suspender… antes de retirar dicha exigencia y dar su sí a los presupuestos por “responsabilidad”, sea lo que sea la responsabilidad. Pero lo hizo demasiado tarde, cuando ya la sentencia de la trama Gurtel no admitía más demora y tenía que publicarse. Pero Rajoy no se amilanó y movió ficha. Uno de los tres jueces del proceso pidió tiempo para su voto particular y retrasó su redacción lo suficiente como para que el Congreso de los diputados aprobara los presupuestos. La sentencia y el voto particular se publicaron al día siguiente, sin que Rajoy imaginara siquiera que arruinaría sus planes de terminar la legislatura y presentarse a la reelección. Se sentía Helmut Köln, el incombustible. Pero va el Pedro Sánchez, secretario general de un partido que uno de esos sesudos análisis del diario El país ya le había aplicado la extremaunción, y presenta una moción de censura. Fue Troya. Se destaparon el ánfora de Pandora y la caja de los truenos y la función se convirtió en el duelo final de La pandilla salvaje, con fuego a discreción de todos lados, incluidos los sensatos que nunca faltan, diciendo que no estaban en desacuerdo con jubilar a Rajoy pero que esas no eran manera. O que la censura no podía prosperar porque no contaba con los votos de los nacionalistas. Y que si contaba era porque con había pactado con ellos la rotura de España. Un pandemonio, una vocinglería, un mar de leva de acusaciones de traición y golpe de estado, advertencias sobre el caos en que se hundíaEspaña, los “mercados” asumiendo el papel del destino inapelable y esos subidones de adrenalina promovidos por todos los medios y todas las pantallas que los derbis y las finales de campeonato ya quisieran para sí. Y después del clímax el anticlímax del final feliz. A rey muerto rey puesto. ¡Qué grande es el teatro político! Garci.