El
año pasado en Marienbad contiene un enigma que tensa sin
remedio la que no sería más que la historia de un simple triángulo amoroso sino fuera por el escenario excepcional donde fue sucede y por la forma de
contarla que tan audazmente desafía al tiempo lineal. En un eterno retorno de lo mismo que impide a la historia cerrarse sobre sí misma y resolverse
definitivamente. El enigma que trae a la luz esta pregunta: ¿La protagonista
concertó o no el año pasado un encuentro con
el hombre que es o dice ser su amante? Ella lo niega empecinadamente una
y otra vez a pesar de la insistencia del amante, por lo que al final el
espectador se queda sin saber si es él o ella quién tiene razón. Pero el enigma
también queda expuesto en esta otra: ¿Por qué se embarcó en un film tan
intimista y obsesivo un director como Alain Resnais que venía de realizar el
extraordinario documental Noche y Niebla,
dedicado no tanto a realidad de los campos de concentración y exterminio nazis
como al silencio y la complicidad de la sociedad que toleró que sus gobernantes
los construyeron y pusieran en marcha? Que ya se había acercado al horror
inenarrable del bombardeo atómico de Hiroshima a través de los recuerdos que
intercambia una pareja de amantes. Y que después de El año pasado en Marienbad dirigió Muriel, una historia amor igualmente imposible, que incorpora un
personaje traumatizado por la experiencia de las torturas en la guerra de Argelia
que venía de librarse. En ambos casos un drama personal es el medio elegido
para evocar un trauma histórico de dimensiones épicas.
¿Por qué entonces
Resnais lo omite en El año pasado…en la que parece limitarse a exponer
el drama de unos personajes de una alta burguesía ajena por definición a las
tragedias y los traumas de la guerra conjurados por Hiroshima y por Muriel? ¿O
es que el trama histórico si está solo que bajo una forma elíptica, alegórica,
que solo se manifiesta en el desciframiento y la interpretación? Por lo que
cabe arriesgar la hipótesis de que para Resnais, para Alain Robbe – Grillet - su
guionista - o para ambos, la tenaz resistencia a recordar de la protagonista
del Año pasado… es asumido como una
alegoría del olvido que de un año para el otro tuvo la Francia del general De
Gaulle de la Francia del mariscal Petain.
Un olvido ciertamente abrupto que pone en escena Le doleur, el film de Enmanuel Finkiel,
cuyo título ha sido traducido al español como Marguerite Duras. Paris 1944, en un esfuerzo por subrayar que esta
escritora es tanto la protagonista de la película como la autora de El dolor, el libro a partir del cual
Finkiel escribió el guion de la misma. Cierto,
el propósito tanto del libro como del filme no es exponer el olvido deliberado
del pasado ni siquiera los métodos empleados para conseguirlo. El propósito en
ambos casos es contar las desventuras de una Marguerite Duras expuesta a la
dura experiencia derivada de la detención de su marido por la Gestapo, su
deportación a Alemania y la interminable espera de su regreso después del fin
de la guerra en Europa. La historia está muy bien contada, la interpretación de
Duras por Mélanie Thierry es sobresaliente y muy solventes las interpretaciones
de Benoît Magimel en el papel de Pierre Rabier - policía de la Francia
petenista – y Benjamin Biolay en el papel de Dyonis Mascolo, el amigo protector
que siempre está cuando hace falta y que termina convirtiendose en su amante. Pero Duras
es una escritora que, aunque siempre interpone una distancia, padece y observa reflexivamente
cada acontecimiento, cada episodio, cada situación a la que se ve abocada. O
que se le echa encima sin remedio. Por eso no puede escapar a la realidad del
Paris ocupado en el que está inmersa y en la que el colaboracionismo no encarna
solo en la figura de Rabier- el policía petenista que la pretende - sino en esa multitud anónima en la que se
escuda tanto el resistente que delató a su marido, como el grupo de exaltados
que intentan linchar en plena calle a un
joven transeúnte al que acusan de “terrorista”. Tampoco escapa a su mirada escrutadora
cómo el reemplazo de las autoridades de la ocupación por las autoridades gaullistas
es acompañado tanto del restablecimiento del principio de la autoridad como de
la imposición apenas disimulada de un olvido sobre lo que fue la Francia de Petain.
El olvido que hiere a Duras y a las mujeres que como ella van diariamente a la
estación del ferrocarril a esperar el regreso de sus maridos de los campos de
concentración alemanes. Entre ellas las mujeres judías cuyos maridos o
familiares fueron detenidos y deportados en fechas tan tempranas como la de
1942. Como fue el caso Madame Bordes - interpretada en la película por
Anne-Lise Heimburger. O el del propio realizador de la misma, cuyo tío y cuyos
abuelos paternos fueron detenidos y deportados ese mismo año y nunca
regresaron. Son esas mujeres que esperan sin perder la esperanza las que se
niegan a olvidar y hacer la tabula rasa sobre la que se quiere escribir una
historia que no es la que han vivido. Son las que se niegan a aceptar que el
año pasado se comprometieron con una cita en Marienbad.
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