La leyenda es antigua y sus antecedentes son sobre todo decimonónicos y literarios: el joven Werther, Shelley, Rimbaud, Lautremont… todos ellos muertos al cabo de una vida breve y tan intensa que la misma parecía la mejor de sus obras. O por lo menos el aval indiscutible de la calidad excepcional que había terminado por reconocerse a las mismas. En el mundo del arte reencarnaron esta leyenda en la escena neoyorquina de los años 80 Keith Haring, Jean Marie Basquiat, el propio Robert Mappelthorpe víctimas de sus propios excesos en la vida y en el arte como también lo fueron, y con más intensidad si cabe, Sid Vicious y Kurt Colbain, estrellas desquiciadas del rock. Pero yo daba por definitivamente descartada esta leyenda en el mundo del arte de hoy, donde la rebelión juvenil interpretada modélicamente en el cine por James Dean ha sido domesticada completamente mediante la institucionalización y comercialización del ¨ arte joven ¨. Y la propia vida de los jóvenes artistas se parece cada día más a la de un profesional liberal con una excelente formación universitaria que busca racionalmente el éxito que a la de un profeta melenudo y extraviado sin aparente remedio en paraísos artificiales. Estaba equivocado. Y quien me ha sacado del error ha sido la Galerie du Jour apres de Agnès B de Paris, que inauguró hace pocos días ( 09.09.10) 3+ 1, una exposición de homenaje a Dash Snow, un artista neoyorquino muerto de sobredosis el año pasado cuando apenas contaba con 27 años de edad, al cabo de una vida dominada por la pasión desmedida por las sustancias psicotrópicas, y al término de una carrera artística marcada - según ha contado Philippe Azoury en las páginas del diario Liberation - por la misma actitud irreverente con la que promovió la formación de un colectivo cuyo nombre Irak Crew, no solo jugueteaba con la espantosa guerra de Irak sino también con las palabras, porque puede traducirse, dependiendo de la entonación, tanto como la ¨banda de Irak ¨ como la ¨banda del mas cabrón ¨. Snow era o pretendía ser ´el más cabrón ´, y probablemente lo era para el círculo de amigos que le reían la gracia, entre los que figuraban Harmony Korine y Ryan McGinley que son los otros dos artistas que exponen obras en esta singular exposición de homenaje.
O sea que la célebre cadena de moda y complementos agnés b. store worldwide apuesta, en el comienzo de la temporada parisina, por un artista como Snow, cuya modélica biografía de víctima precoz e incandescente de si mismo se presta perfectamente a cualquier operación de reencarnación y enésimo relanzamiento de la leyenda del héroe juvenil. Yo dudo sin embargo del éxito en esta ocasion de dicho relanzamiento. Y no solo por mi inviterada resistencia a los fascinantes cantos de sirena del marketing sino porque tanto las tempranas polaroids del subway neoyorquino como las tardías fotografías fantasmales de Snow me resultan reiterativas, mediocres, prescindibles. E imposibles de redimir por el simple hecho de que su autor fue un aprendiz de chico malo que, a los 26 años de edad, ya fue incluido en la lista de los 10 artistas jóvenes más prometedores de América elaborada por Kelly Crow para The Wall Street Journal, y que al año siguiente fue hallado muerto por sobredosis de heroína en un hotel del East Side. Demasiado poco para tan desaforados propósitos.
La intervención de Theo Firmo
Hace 13 años
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