Hace ya hace tres años que una ciudadanía indignada
ocupó la plaza de Zucotti de Nueva York bajo la consigna de Ocupa Wall Street. Con esa acción de
desobediencia civil quiso llamar la atención sobre el hecho de que actualmente el verdadero poder de los Estados Unidos de
América no tiene sede en la Casa Blanca o el Pentágono sino en la legendaria
sede de la Bolsa de Nueva York, la bolsa de las bolsas, el parqué por
excelencia donde el capital financiero internacional juega con el destino de
las economías del mundo entero día a día, hora a hora, minuto a minuto,
obteniendo en su vertiginosa ruleta beneficios inconmensurables.
Su gesto fue una auténtica revolución y no porque
desencadenara efectivamente alguna sino porque redefinió los términos
simbólicos de la revolución que hoy es tan necesaria como imposible. Su
objetivo ya no es el Asalto a la Bastilla, el símbolo más odioso del régimen
carcelario implantado por un absolutismo que entonces todavía parecía modélico
para la mayoría de los imperios y reinos europeos. Como tampoco puede serlo el
Asalto al Palacio de Invierno, el símbolo de un Imperio desahuciado por el mismo
capitalismo que había incubado a fuerza de ucases en sus entrañas. El objetivo
debiera ser ahora Wall Street, locus
privilegiado y símbolo del verdadero poder detrás de quienes en la Casa Blanca,
en el 10 de Dowing Street , el Palacio del Eliseo o en cualquier otra sede igual
de aprestigiada más que ejercer el poder lo interpretan o actúan.
Daniel Canogar ha venido sin embargo a corregir esa
percepción. Lo ha hecho con su obra más reciente, obra en curso, en vías de
realización que se titula elocuentemente Storming
Times Square: Asaltando Times Square. En Facebook pudo verse la realización
de la primera etapa ( 25- 29.07.14) que consistió en emplazar un plató
provisional en la mitad de la plaza en la que durante tres días gravó a los
1.200 voluntarios de distintas edades, sexos y condiciones sociales que
aceptaron arrastrarse sobre una alfombra azul
mientras cámaras estratégicamente dispuestas los grababan. Contando con esta
materia prima, Canogar está editando una pieza que será emitida en septiembre
en las deslumbrantes pantallas que rodean Times Square. Las pantallas que la han convertido en el
símbolo por excelencia de la omnipresente y omnipotente publicidad
contemporánea. Porque si hay un régimen que actualmente regule la relación del
consumidor con la mercancía, del ciudadano con sus gobernantes y del individuo
con su identidad y con los que son o cree que son sus deseos ese régimen es el
régimen publicitario. Si esta sociedad es la sociedad de la imagen, como
advirtió tempranamente Guy Debord, lo es porque es la sociedad de la imagen
publicitaria. Times Square es el doppelgänger de Wall Street, la generadora del mundo ideal que es el locus amoenus
del capital virtual (ficticio, lo llamó Marx) generado y administrado por Wall
Street.
Cuando se emita la obra de Canogar la gente que
reptaba en la grabación se verá como gente trepando esforzadamente por
esos muros virtuales que son las pantallas de Times Square solo
para caer definitivamente o seguir intentándolo. Y lo que resultará tanto o más
inquietante es que ese asalto virtual a la fortaleza del mundo ideal mas influyente de nuestra época en vez de debilitarla terminará fortaleciéndola. La publicidad habrá
demostrado una vez más, allí donde
domina el espacio público como en ningún otro sitio del planeta, con qué versatilidad es capaz de satisfacer
su promesa de exhibir todo lo que importa exhibir, incluido aquello que
pretende cuestionar su singular régimen de exhibición. Como lo pretendió igualmente hace tres décadas una intervención de Antoni Muntadas en una de las pantallas
de Times Square en la que podía leerse el anuncio: This is not an advertisement: Esto no es un anuncio. He aquí el nido gordiano que tiene atada y bien
atada la posibilidad de la única revolución posible en nuestros días.
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