Si alguien todavía duda que la iglesia católica está
experimentando cambios muy notables, le conviene visitar el pabellón del Vaticano
en la bienal de Venecia (2015). Si lo hace podrá comprobar que el guía
espiritual del mismo- el cardenal Gianfranco Ravasi - está siendo capaz de emular en el campo de la
imaginación religiosa la audacia con la que en política el Papa Francisco está
sorprendiendo al mundo. Audacia del todo indispensable para que la Iglesia
restablezca el diálogo con las artes que la crítica de la modernidad formulada
y promovida por el Papa Pió X bloqueó durante
un siglo como el XX, marcado por la irrupción incontenible de unas vanguardias
artísticas desafiantemente modernas. Audacia confirmada en el pabellón por la
inclusión de tres artistas que han
respondido al llamado del cardenal Ravasi a interpretar el prólogo del
evangelio de San Juan con obras que poco o nada tienen que ver con las de
hacedores de imágenes de cristos, vírgenes y santos que satisfacen las
necesidades habituales del culto.
Lo que pone en juego, lo que arriesga en definitiva
la Iglesia con la apertura de un diálogo con el arte contemporáneo se comprende
mejor analizando la obra que Monika
Bravo, uno de los tres artistas invitados a exponer en el pabellón. La obra de esta artista colombiana articula una
compleja instalación multimedia de carácter abstracto que se despliega en seis
pantallas. Y cuyo título, Arque- tipos:
el sonido de la Palabra está más allá del sentido, resulta muy importante
porque define con precisión la respuesta que ella da a las palabras del apóstol San Juan que son, además, el lema del pabellón: “En el comienzo… el Verbo
se hizo carne”. Afirmaciones enigmáticas por lo menos desde la teoría del
carácter arbitrario del signo lingüístico elaborada por Ferdinand Saussure, para
la cual resulta muy difícil sino imposible comprender qué es lo que permite que
el sentido de la palabra se haga carne en el sonido. El trabajo artístico de
Monika Bravo elude esta aporía porque consiste en una polifacética exploración las
posibilidades ofrecidas por las impresiones y las sensaciones de generar
experiencias significativas sin la mediación de las palabras. En su obra el
sonido sobrepasa al sentido porque es capaz de ir más allá o más acá de donde
puede llegar el sentido propio de las palabras para producir o evocar experiencias
significativas. En este punto cabe citar la audaz tesis de Paolo Virno, según
la cual: “El estudio de los actos lingüísticos si es conducido con rigor
científico (o, más aún, con mirada materialista) culmina necesariamente en una
indagación teológica” (Cuando el verbo se
hace carne. Lenguaje y naturaleza
humana). Y abordar a renglón seguido el hecho de que lo que Virno llama “ el
performativo absoluto” - el “ Yo hablo” que realiza lo que afirma - proyecta su
estructura de manera ejemplar en el enunciado << Dios>> como palabra y, especularmente en la palabra de Dios. O sea en las afirmaciones que encabezan el
prólogo del evangelio de San Juan en el original en griego, donde la
“palabra” es todavía "logos" y no como
en la Vulgata latina “ verbo” : “ En el principio era el logos y el logos era
con Dios y el logos era Dios” . “ Dios es algo- explica Virno – porque quien lo halaga o ridiculiza toma
la palabra y vocaliza su nombre. El realmente sacro es el acto de enunciar, no
un significado definido. Opiniones y doctrinas sobre la naturaleza de Dios [ …]
derivan de las incansables
reflexiones sobre la toma de la palabra [… ] que la tradición religiosa ha
dirigido de forma efectiva.[…] El << nombre >> de Dios concentra en
sí, y vuelve digno de admiración, un aspecto penetrante del discurso humano: el
hecho-que-se-habla. También este último, al igual que << Dios>>, es
afirmado exclusivamente por un pronunciamiento sonoro. Cada vez que resulte
indiferente su mensaje comunicativo y salte a primer plano el simple ejercicio
de la voz significante cualquier vocablo o enunciado, por trillado que sea, comparte las prerrogativas especiales
del nombre santísimo”.
Obviamente estas tesis implican una singular forma
de panteísmo que la Iglesia católica no puede aceptar porque confunde la
inabarcable naturaleza de Dios con la de un acto de habla, por muy performativo
que este sea. Como tampoco puede aceptar que el logos encarnado sea distinto
del propio Cristo, que realiza la promesa dicha en palabras por los profetas. Puesta en este trance la teología católica
preferiría aceptar la tesis de la inconmensurabilidad del sentido y del sonido
o del significante y el significado, para decirlo en términos de Saussure. Porque
esta inconmensurabilidad no riñe en principio ni con la idea de un Dios
trascendente e inconmensurable ni con la de un Cristo inmanente que se ha hecho
hombre por voluntad divina y expone su cuerpo a la tortura y la muerte.
La obra de Mónika Bravo tampoco encaja del todo en
los límites de esta teología por cuanto ofrece una experiencia que por ser sin
palabras o reacia a las palabras (de hecho ella juega con sus grafismos en la
pantalla) es por definición inefable y por lo tanto homologable con una
experiencia mística. Experiencias que han representado siempre un
arduo problema para la Iglesia católica porque suponen una afirmación radical
de la individualidad o un desentendimiento del mundo que conspiran
contra la existencia de la iglesia considerada como cuerpo político. Sea como comunidad de
creyentes o sea como institución para estatal jerárquicamente organizada.
Pero si la Iglesia de Roma está aceptando el riesgo
que supone abrir sus puertas y establecer un diálogo incluso con artistas que
no tienen reparos en afirmar de hecho la naturaleza mística de sus obras, tal
vez sea porque ha comprendido que estar excluida o mantenerse al margen del
arte actual es privarse de la posibilidad de intervenir en una escena donde se asumen,
exponen y resuelven problemas cruciales de la imaginación y la sensibilidad
contemporáneas.
Las obras de
los otros dos artistas incluidos en el pabellón del Vaticano no ofrecen, en
cambio, especiales dificultades para su encaje en la teología católica. La
trayectoria artística de uno de ellos, la macedonia Elpida Hadzi-Vasileva, ha
estado marcado por su notable interés en la ecología y específicamente por la
reivindicación de las entrañas de los animales utilizadas con frecuencia en la
realización de sus obras. De hecho la que expone en el pabellón es una enorme
tela envolvente que evoca tanto al palio como a las membranas que sellan las
cavidades interiores de los cuerpos animales. Su título le otorga, como en el
caso de Bravo, su plenitud de sentido. Es Arúspice,
el adivino que en la Roma antigua leía el porvenir en las entrañas de los
corderos y las palomas, como los actuales ecologistas leen nuestro negro
porvenir en la extinción masiva de especies animales y vegetales. Y Mario Macilau
responde a las palabras del apóstol San Juan con 9 fotografías suyas en blanco
y negro de niños que sobreviven en el desamparo de las calles de Maputo, la
capital de Mozambique, su ciudad natal. Ellos encontrarían su espejo en el
Cristo injuriado y sufriente en el que el Verbo se hace carne.
Mónika me ha enviado un correo con este comentario: WOW, me encanto!!!!!!!!!!!!!!!!! tradujiste mi intención de una manera muy elocuente, gracias belleza!!!!!!!!
ResponderEliminarTremendo el ensayo de la Bienal de Venecia. RE!WOW!
ResponderEliminarCarlitos Blanco.
Enhorabuena. Leo y releo tus líneas, casi, con voracidad.
ResponderEliminarUn abrazo y salud.
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