lunes, 11 de mayo de 2015

Mónika Bravo. El verbo se hace carne.



Si alguien todavía duda que la iglesia católica está experimentando cambios muy notables, le conviene visitar el pabellón del Vaticano en la bienal de Venecia (2015). Si lo hace podrá comprobar que el guía espiritual del mismo- el cardenal Gianfranco Ravasi -  está siendo capaz de emular en el campo de la imaginación religiosa la audacia con la que en política el Papa Francisco está sorprendiendo al mundo. Audacia del todo indispensable para que la Iglesia restablezca el diálogo con las artes que la crítica de la modernidad formulada y promovida  por el Papa Pió X bloqueó durante un siglo como el XX, marcado por la irrupción incontenible de unas vanguardias artísticas desafiantemente modernas. Audacia confirmada en el pabellón por la inclusión de tres artistas que  han respondido al llamado del cardenal Ravasi a interpretar el prólogo del evangelio de San Juan con obras que poco o nada tienen que ver con las de hacedores de imágenes de cristos, vírgenes y santos que satisfacen las necesidades habituales del culto.
Lo que pone en juego, lo que arriesga en definitiva la Iglesia con la apertura de un diálogo con el arte contemporáneo se comprende mejor analizando la obra  que Monika Bravo, uno de los tres artistas invitados a exponer en el pabellón.  La obra de esta artista colombiana articula una compleja instalación multimedia de carácter abstracto que se despliega en seis pantallas. Y cuyo título, Arque- tipos: el sonido de la Palabra está más allá del sentido, resulta muy importante porque define con precisión la respuesta que ella da a las palabras  del apóstol San Juan que son, además,  el lema del pabellón: “En el comienzo… el Verbo se hizo carne”. Afirmaciones enigmáticas por lo menos desde la teoría del carácter arbitrario del signo lingüístico elaborada por Ferdinand Saussure, para la cual resulta muy difícil sino imposible comprender qué es lo que permite que el sentido de la palabra se haga carne en el sonido. El trabajo artístico de Monika Bravo elude esta aporía porque consiste en una polifacética exploración las posibilidades ofrecidas por las impresiones y las sensaciones de generar experiencias significativas sin la mediación de las palabras. En su obra el sonido sobrepasa al sentido porque es capaz de ir más allá o más acá de donde puede llegar el sentido propio de las palabras para producir o evocar experiencias significativas. En este punto cabe citar la audaz tesis de Paolo Virno, según la cual: “El estudio de los actos lingüísticos si es conducido con rigor científico (o, más aún, con mirada materialista) culmina necesariamente en una indagación teológica” (Cuando el verbo se hace carne. Lenguaje y naturaleza humana). Y abordar a renglón seguido  el hecho de que lo que Virno llama “ el performativo absoluto” - el “ Yo hablo” que realiza lo que afirma - proyecta su estructura de manera ejemplar en el enunciado << Dios>> como palabra y, especularmente en la palabra de Dios.  O sea en las afirmaciones que encabezan el prólogo del evangelio de San Juan en el original en griego, donde la “palabra”  es todavía "logos" y no como en la Vulgata latina “ verbo” : “ En el principio era el logos y el logos era con Dios y el logos era Dios” . “ Dios es algo- explica Virno – porque quien lo halaga o ridiculiza toma la palabra y vocaliza su nombre. El realmente sacro es el acto de enunciar, no un significado definido. Opiniones y doctrinas sobre la naturaleza de Dios [ …] derivan de las incansables reflexiones sobre la toma de la palabra [… ] que la tradición religiosa ha dirigido de forma efectiva.[…] El << nombre >> de Dios concentra en sí, y vuelve digno de admiración, un aspecto penetrante del discurso humano: el hecho-que-se-habla. También este último, al igual que << Dios>>, es afirmado exclusivamente por un pronunciamiento sonoro. Cada vez que resulte indiferente su mensaje comunicativo y salte a primer plano el simple ejercicio de la voz significante cualquier vocablo o enunciado, por trillado que  sea, comparte las prerrogativas especiales del nombre santísimo”.
Obviamente estas tesis implican una singular forma de panteísmo que la Iglesia católica no puede aceptar porque confunde la inabarcable naturaleza de Dios con la de un acto de habla, por muy performativo que este sea. Como tampoco puede aceptar que el logos encarnado sea distinto del propio Cristo, que realiza la promesa dicha en palabras por los profetas.  Puesta en este trance la teología católica preferiría aceptar la tesis de la inconmensurabilidad del sentido y del sonido o del significante y el significado, para decirlo en términos de Saussure. Porque esta inconmensurabilidad no riñe en principio ni con la idea de un Dios trascendente e inconmensurable ni con la de un Cristo inmanente que se ha hecho hombre por voluntad divina y expone su cuerpo a la tortura  y la muerte.  


La obra de Mónika Bravo tampoco encaja del todo en los límites de esta teología por cuanto ofrece una experiencia que por ser sin palabras o reacia a las palabras (de hecho ella juega con sus grafismos en la pantalla) es por definición inefable y por lo tanto homologable con una experiencia mística. Experiencias que han representado siempre un arduo problema para la Iglesia católica porque suponen una afirmación radical de la individualidad o un desentendimiento del mundo que conspiran contra la existencia de la iglesia considerada como cuerpo político. Sea como comunidad de creyentes o sea como institución para estatal jerárquicamente organizada.
Pero si la Iglesia de Roma está aceptando el riesgo que supone abrir sus puertas y establecer un diálogo incluso con artistas que no tienen reparos en afirmar de hecho la naturaleza mística de sus obras, tal vez sea porque ha comprendido que estar excluida o mantenerse al margen del arte actual es privarse de la posibilidad de intervenir en una escena donde se asumen, exponen y resuelven problemas cruciales de la imaginación y la sensibilidad contemporáneas.                            


Las obras de los otros dos artistas incluidos en el pabellón del Vaticano no ofrecen, en cambio, especiales dificultades para su encaje en la teología católica. La trayectoria artística de uno de ellos, la macedonia Elpida Hadzi-Vasileva, ha estado marcado por su notable interés en la ecología y específicamente por la reivindicación de las entrañas de los animales utilizadas con frecuencia en la realización de sus obras. De hecho la que expone en el pabellón es una enorme tela envolvente que evoca tanto al palio como a las membranas que sellan las cavidades interiores de los cuerpos animales. Su título le otorga, como en el caso de Bravo, su plenitud de sentido. Es Arúspice, el adivino que en la Roma antigua leía el porvenir en las entrañas de los corderos y las palomas, como los actuales ecologistas leen nuestro negro porvenir en la extinción masiva de especies animales y vegetales.  Y Mario Macilau responde a las palabras del apóstol San Juan con 9 fotografías suyas en blanco y negro de niños que sobreviven en el desamparo de las calles de Maputo, la capital de Mozambique, su ciudad natal. Ellos encontrarían su espejo en el Cristo injuriado y sufriente en el que el Verbo se hace carne.





4 comentarios:

  1. Mónika me ha enviado un correo con este comentario: WOW, me encanto!!!!!!!!!!!!!!!!! tradujiste mi intención de una manera muy elocuente, gracias belleza!!!!!!!!

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  2. Tremendo el ensayo de la Bienal de Venecia. RE!WOW!

    Carlitos Blanco.

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  3. Enhorabuena. Leo y releo tus líneas, casi, con voracidad.
    Un abrazo y salud.

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  4. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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