El filme Ave
César de los hermanos Coen se introduce en esa coyuntura histórica
precisamente por la vía indicada por Espartaco,
que efectivamente representó un contrapunto en la secuencia de superproducciones
de temas romanos y bíblicos que fueron uno de los platos fuertes de la oferta
de Hollywood en los años 50: ¿Quo Vadis?
Ben
Hur, Los diez mandamientos…Sólo
que la superproducción cuyo rodaje es el hilo de la trama argumental de su película
resulta ser una parodia. Empezando por su protagonista, un centurión romano
interpretado por un George Clooney, obligado una vez más por los Coen a interpretar
el papel de un imbécil. De alguien que no se entera de nada y que por lo tanto
es la presa ideal de una conspiración urdida por una célula comunista que lo
secuestra tanto para cobrar a Eddie Mannix
- el ejecutivo de la productora de la dichosa superproducción - un
cuantioso rescate sino para apoderarse de su mente sometiéndolo unas sesiones
intensivas de adoctrinamiento o de lavado de cerebro puro y duro en la lujosa
mansión junto al mar a donde le han llevado. Quién dirige el lavado de cerebro es un
altisonante profeso de marcado acento
germánico al que los Coen se permiten la humorada de endilgarle el mismo
apellido de Herbert Marcuse. Pero su
cháchara es tan disparatada que sólo
puede ser aceptada como la verdad por fin revelada por un tonto de baba como es
el centurión interpretado por Clooney. Y por no faltar en esta caricatura de
las caricaturas del comunismo acuñadas durante el macartismo, no falta el
siniestro agente soviético que al final del rocambolesco episodio huye a Moscú
en submarino ruso con un maletín repleto de dólares que termina en el fondo del
mar.
Cierto: dada la trayectoria de los Coen puede
pensarse que con su reanimación de los estereotipos del “tonto útil” que por
pura ingenuidad se deja manipular por los comunistas o del siniestro agente de
Moscú infiltrado en nuestra sociedad para destruirla, ellos no han hecho más que dejarse
llevar, a propósito del episodio histórico tan decisivo como lo fue la Caza de brujas en Hollywood, de la
tendencia a la parodia que domina sus mejores películas, así como por su predilección
por personajes que son tan malvados como
estúpidos. A favor de esta interpretación cuenta también el hecho de que Hobie
Doyle, el vaquero bobalicón interpretado en su película por Alden Ehrenrich, puede
ser tranquilamente la caricatura del
actor John Wayne, enérgico militante del partido republicano y fiero enemigo de la “infiltración”
comunista en Hollywood. Por lo que podría argumentarse que los Coen no han
discriminado entre izquierda y derecha a la hora de ridiculizar a sus
personajes.
Pero en contra de esta lectura conspira la elección
precisamente de George Clooney para su interpretación del estúpido centurión
romano. Porque Clooney no es solo una de las figuras más notorias de la
izquierda liberal de Hollywood sino que ha cumplido un papel destacado en la
reivindicación de quienes en su día combatieron firmemente al macartismo. De
hecho él es el director y uno de los actores principales del largometraje de
2005 Buenas noches y buena suerte,
centrado precisamente en la batalla que el célebre periodista antifascista
Edward R. Murrow libró contra el senador McCarthy cuya casus belli fue la
campaña de este último contra Milo Radulovich, un oficial de la Fuerza Aérea
Americana acusado injustamente de comunista. Y fue Clooney quien escribió el
prólogo entusiasta del libro de Kirk Douglas I am Espartacus. Making a Film, Breaking the
Black list (2012).
De allí que no resulte del todo paranoico pensar que
los hermanos Coen con su utilización de George Clooney en el papel de centurión
idiota estén deslizando sibilinamente una doble acusación: la de que Clooney
puede ser en la vida real lo que es en Ave
Cesar: un tonto útil del comunismo. Y la de que también lo fue Kirk Douglas
cuando se jugó su carrera artística ofreciendo a Dalton Trumbo que su nombre
figuraría con todas las letras en los créditos de Espartaco. La película que él protagoniza y que hoy
suele contabilizarse como una más de las superproducciones de “romanos”
hechas por Hollywood en los años 50 del
siglo pasado, a la que se le da por perdido el mordiente que tuvo en los años de
su estreno, celebrado sintomáticamente por John F. Kennedy, tal y como lo
registra en un pasaje la película Trumbo.
Y a cuyo mensaje de rebeldía opone el centurión de los Coen el amor a Dios.
Admitida esta hipótesis cabe la pregunta: ¿por qué
los Coen se involucran de tal modo en la descalificación de los protagonistas
de izquierda de una batalla de la que aparentemente ya muy pocos se acuerdan?
¿Será porque no está tan olvidada como creemos o nos hacen creer? ¿O será
porque vuelve a tener actualidad ahora que Hollywood – o por lo menos su main stream – está produciendo a destajo
filmes y telefilmes que dan forma y figura en la imaginación de su público
multinacional a la guerra ubicua, evanescente, proteiforme, omnipresente contra
el terrorismo. Esa guerra que tiene en vilo tanto las garantías y los derechos
civiles del pueblo americano como el derecho internacional , vulnerado una y
otra vez por la invasión o la agresiva intervención en países soberanos. A su colaboración con la War on terror Hollywood viene a sumar su participación activa en la
nueva Guerra fría desatada ya no contra la desaparecida Unión soviética sino simplemente
contra Rusia. ¿Trumbo, como Zapata,
cabalga de nuevo?
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