A Zizek siempre le ha fascinado la película El Club de la lucha por razones
entre las que destaco la que deriva de un episodio de la misma, en la que un subordinado obliga al jefe a dejar
de lado la benevolencia y a portarse como lo que realmente es, un jefe,
pegándose puñetazos en la cara. Zizek ha defendido esta estrategia en varias de
las ocasiones brindadas por los acontecimientos o coyunturas políticas a los
que se ha enfrentado y la ha vuelto a defender ahora, en un largo artículo
dedicado a la actual crisis griega titulado El coraje de los desesparados. Cierto: Zizek
ni siquiera menciona esta predilección suya en este articulo pero aún así creo
que la defensa de dicha táctica es el sustrato o el fundamento último de su
argumentación a favor de la decisión de Tsipras de responder a la aplastante
victoria del No a los planes de austeridad impuestos por la Troika a Grecia en el referéndum que él mismo
había convocado, con la decisión contradictoria de aceptar de inmediato dichos
planes. Peor aún: de aceptar una versión empeorada de los
planes inicialmente propuestos por una Troika a la que actualmente los media hegemónicos califican asépticamente
de << instituciones >>.
Para cualquier mortal esta decisión es una traición
o se parece tanto a una traición que podría ser confundida con ella. A pesar,
incluso, de que el cambio de posición de Tsipras fuera tan súbito y violento
que en vez de provocar la indignación de tantos y de tantas que aplaudieron la
convocatoria del referéndum y celebraron entusiasmados la victoria del NO los
sumió en la confusión y el desconcierto. Era, es tan flagrante la contradicción
entre lo que defendía el presidente de gobierno griego cuando convocó el
referéndum y lo que hizo inmediatamente después del mismo, que un observador
tan agudo como Stathis Kouvelakis - citado
por el propio Zizek en el mencionado artículo- pudo decir que la
crisis había dejado de ser << una tragedia llena de giros cómicos para transformarse en teatro del absurdo>>. Cuya característica
dislocación y pérdida de sentido se vieron agravadas por la comparecencia de
Tsipras en la televisión para informar inmediatamente después del referéndum de
su decisión de aceptar unos planes en los que no creía y con los que por lo
tanto no estaba de acuerdo. Declaraciones a las que respondió un portavoz del
Eurogrupo declarando que no confiaba en que Tsipras y su gobierno fueran
capaces de cumplir con los términos del acuerdo que venía de aceptar
públicamente. Zizek podría calificar al galimatías en el que se enredó la
decisión de Tsipras como una victoria de
este último, por cuanto tamaño enredo había dejado claro sin embargo que el
sometimiento de Tsipras al díctum de la Troika había obligado a esta última a
comportarse como lo que realmente es: un jefe despiadado al que le irritan o
por lo menos le traen sin cuidado las opiniones de las millones de personas
cuyas vidas se ven seriamente afectadas por sus políticas. Incluida, desde
luego, la opinión del presidente de gobierno que ha de ejecutarlas. La troika
en fin como un jefe al que lo único que realmente le haría mella sería la
decisión de un subalterno de comportarse como un subalterno sin ninguna clase
de enmascaramientos y tapujos.
Un equivalente de esta táctica habría que buscarla en el Japón y en esas paradójicas
huelgas a la japonesa, en las que los trabajadores en vez de negarse a trabajar
para demostrar así el poder del que disponen, trabajan en exceso para de ese
modo perturbar unos planes de producción que cuentan con un rendimiento
promedio del trabajador y no con un rendimiento superlativo que colapsa la
gestión del mismo. En uno y en otro caso estaríamos hablando del <<
coraje de los desesperados>> - pensado por Giorgio Agamben y reivindicado por Zizek - ejercido
por quienes reconocen que se encuentran en una situación tan desesperada que no
cabe utilizar las herramientas y los medios de acción forjados históricamente
en las confrontaciones abiertas con un enemigo declarado. Y que, por lo tanto,
no les queda otra alternativa que la de utilizar formas de resistencia que
comparten su estructura con la parodia, la ironía e incluso el pastiche. Que en
todos los casos repiten los términos del discurso dominante de una manera tan
enfática que lo expone al descrédito, a la burla o a la irrisión. Cierto, Zizek
rechaza o se distancia de estas estrategias - y singularmente de la ironía- y
defiende como alternativa a las mismas la estrategia de la <<
sobreidentificacion>> que, por lo demás, ha sido sometida en el medio
artístico español a una crítica muy pertinente por el colectivo PSJM, en el
ensayo titulado precisamente Zizek y la
sobreidentifiación. En él sus autores
ponen en cuestión la sobreidentificación en unos términos que han resultado
proféticos si se toma en cuenta que el ensayo fue publicado en diciembre de
2014. Y específicamente el pasaje del mismo que se centra en la defensa que
Zizek ha hecho del colectivo esloveno Laibach, acusado de fascista por quienes se muestran ofendidos por su utilización de la imaginería
y de la parafernalia nazi y que Zizek, por el contrario, reivindica como un
magnífico ejemplo de sobreidentificación en la medida en la que este colectivo no
parodia en realidad a los nazis sino que los sobreactúa con el
fin de denunciar a quienes, como los mandamases en el régimen de Tito en la
antigua Yugoslavia, actúan como los nazis aunque se declaren sus
adversarios jurados. Escribe Zizek en el ensayo «Why are Laibach and NSK not Fascists?»- citado por PSJM: «Laibach frustra el sistema —la ideología
dominante— precisamente en la medida en
que no es la imitación irónica del sistema, sino una sobreidentificación
con él. Sacando a relucir el obsceno superyó que subyace al sistema, la
sobreidentificación suspende la eficacia del sistema. Para aclarar la manera en
que este desnudamiento, esta escenificación pública de la esencia fantasmática
del edificio ideológico suspende el funcionamiento normal de este edificio,
recordemos un fenómeno de cierta manera homólogo en la esfera de la experiencia individual. Cada uno
de nosotros tiene rituales privados, frases —apodos, etc.— o gestos usados sólo
dentro de los círculos más íntimos de parientes o amigos cercanos; cuando estos
rituales se vuelven públicos, su efecto es necesariamente de bochorno y
vergüenza —uno desea que se lo trague la tierra—. A estas tesis responde PSJM
con esta crítica: << Apelar al sentimiento
de bochorno y vergüenza, como apunta Žižek, puede resultar efectivo como un
método de choque que posteriormente te haga pensar, pero sin reflexión, o
pretendiendo que ésta no se dé, poco o nada se puede hacer en política>>.
Y es aquí, en el problema crucial de hacer política donde la crisis griega se resuelve como una auténtica
tragedia. Porque si alguien se ha sobreidentificado con la
Troika y el Eurogrupo ha sido precisamente Yanis Varoufakis quien, utilizando
pacientemente las armas de la ciencia económica estándar y de la argumentación razonada, terminó
poniendo en evidencia que al Eurogrupo la ciencia y la razón le importan poco
porque a la única razón que se debe es a la razón de Estado.
Varoufakis, actuando como la Troika dice que actúa, demostró que la Troika no actúa como dice que actúa. Hecha esta palmaria demostración, la convocatoria del referéndum era el lógico corolario político porque, logrado el desnudamiento de la << obscenidad >>
Zizek también ha quedado atrapado en esta sin salida,
aunque se niegue aceptar que la dichosa sobreidentificación, al igual que la
ironía, son estrategias que están aquejadas de una ambigüedad radical, que las
condena a ser entendidas tanto como un descrédito de la palabra del poder como
una reafirmación de su verdad. Y que por lo tanto poco o nada pueden hacer por sí solas para resolver problemas que solo puede resolver la acción política, que por proceder por decisiones es siempre tajante. Y nunca ambigua como lo son la sobreidentificación o la ironía. Pero Zizek en vez de aceptar
sobriamente los hechos y reconocer los límites de unas estrategias que, por
operar en el ámbito simbólico, solo pueden obrar en política si la política se
hace cargo de ellas, se pone literalmente a fantasear sobre las intrépidas
acciones políticas - del tipo de coquetear con China y con Rusia - que Tsipras
debería emprender en el futuro inmediato, esperando injustificadamente que él líder griego emprenda lo que no emprendió
cuando todavía estaba investido del poder político que le permitía hacerlo y que difícilmente va a
emprender ahora, cuando su poder político ha quedado reducido a una parodia. O
a un simulacro.
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