La polifonía, tan deseable en política, ha sido
hasta ahora muy difícil de realizar en un plano que no fuera el exclusivamente
literario, donde la descubrió y reivindicó Mijail Bajtin. En este mundo, por mucho que este mundo
contenga otros mundos como afirman los altermundistas, conserva
desgraciadamente toda su validez la sentencia de Lewis Carroll: “Quien habla
manda”. Y el resto escucha o simplemente se calla cuando comprende que por mucho
que se esfuerce su palabra no va ser escuchada y tenida en cuenta y menos
ahora, cuando el Poder es mas sordo que nunca y cualquier voz heterodoxa es ahogada por el coro
proteiforme que en las tertulias mediáticas se hace eco y altavoz de la voz inflexible
del amo.
Y traigo estas reflexiones a cuento debido a El abrazo de la serpiente, una película
del director colombiano Ciro Guerra que plantea el problema de la polifonía
allí donde su omisión parece más sangrante porque se refiere a la voz del indio
y a nuestra incapacidad o escasa disposición a escucharla y a establecer en una
relación dialógica con ella. Y cuando digo “indio” asumo de hecho las
consecuencias de un deliberado malentendido histórico- si así puede calificarse
- que se remonta hasta la empresa conquistadora de Cristóbal Colón y que incluye
tanto la reducción a estereotipo de quienes son designados con este apelativo
como la negativa a escuchar lo que ellos tienen que decir con su propia voz y
en sus propios términos. El indio como sujeto excluido no habla y si se le escucha en
realidad no se le escucha a él sino a quienes dicen hablar por él: ayer el
misionero y hoy el antropólogo o el etnólogo.
El
abrazo de la serpiente escenifica de manera fecunda estas
tensiones. Y lo hace mediante una estructura dramática inspirada tanto en El corazón de las tinieblas de Joseph Conrad como, más directamente aún, en Apocalipsis now, la muy libre adaptación
cinematográfica de dicha novela filmada por Francis Ford Coppola. Sólo que los protagonistas del filme de
Guerra no son ni un marinero inglés como Charlie Marlow ni un mariner americano como el teniente
Willard sino dos exploradores: el alemán Theo von Martius y el americano Evan.
El primero inspirado en la figura histórica de Theodor Koch-Grünberg - el
etnógrafo alemán que efectivamente exploró la selva amazónica a principios del
siglo xx - y el segundo, en la figura de Wade Davis, el biólogo americano que
realizó una exploración semejante durante la II Guerra mundial. Ninguno de los
dos busca a nadie en concreto y menos a alguien pudiera parecerse al Kurtz de
las fabulas de Conrad y Coppola, aunque Evan habrá de tropezar en su propia
exploración con un personaje igual de desquiciado y carismático que Kurtz. En realidad
lo que ambos buscan en sus respectivas inmersiones en la Amazonía es una planta
legendaria a la que se atribuyen extraordinarias propiedades curativas. Y aunque
dichas inmersiones sean agotadoras por las múltiples dificultades con las que tropiezan y por lo
reveladoras que resultan de los estragos causados por la colonización de la
selva y las campañas de evangelización de los indios, no son sin embargo los
dos exploradores quienes sufren una experiencia interior tan traumática como la
que experimenta el indio, que es el auténtico personaje de El abrazo de la serpiente.
Se llama Karamate y participa tanto en
la expedición de Theo como en la de Evan. En la primera como un joven indio
que, pese a todas sus reticencias hacia los blancos, se decide a guiar al etnógrafo
alemán al sitio remoto donde
crece la planta que este busca porque se compadece de la grave enfermedad que
padece. Y en la segunda como un viejo que, aunque ha intensificado aún más sus
reticencias, se decide a acompañar a un explorador blanco, no porque se
compadezca de él sino porque se compadece de sí mismo. Porque en el ínterin, en el intervalo de tantos años que
Lo extraordinario de El abrazo de la serpiente se resume, en primer lugar, en el hecho
de que Karamate cumpla en ella un papel protagónico equiparable al que cumplen
en las historias de Conrad y Coppola el marino Charlie Marlow y el tenienteWillard. Y, en segundo
lugar, en que es Karamate quién con sus propias palabras cuenta su trágica
historia de nativo expulsado irremediablemente de su propia tierra y condenado
a vagar en ella como una sombra de sí mismo.
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