«Este
desgarramiento amarrillo del cielo encima del Gólgota no ha sido elegido por Tintoretto para expresar la angustia… No es cielo de angustia ni cielo
angustiado… es una angustia que está sumergida y empastada por las cualidades
propias de las cosas»
Jean Paul Sartre.
Darío Corbeira ha interrogado tantas veces y con tanto ahínco a la pintura que cabe pensar
que su relación con ella se inscribe en la lógica de la pulsión de muerte como pulsión repetición.
Y más si tomamos en cuenta que en lo que él tan obstinadamente insiste es en la
muerte de la pintura. La que descubrió
en los cuadros de Barnett Newman y en sus escritos, que para él son un
auténtico certificado de defunción de la
misma. En la muestra representativa de su trabajo que, con el comisariado de
Monserrat Rodríguez Garzo, realiza
actualmente en el MUSAC hay pruebas
suficientes de este empecinamiento. La más antigua es la instalación Francisco Franco Action Painting, de
1974, donde tres cornamentas de ciervo dispuestas en lo alto de un muro son
coronadas por tres pinturas que están compuestas de brochazos y chorreaduras blancas
sobre luctuosos fondos negros. La obra 29
veces, otra vez es aún más fúnebre si se quiere porque se trata de una
versión actualizada de una instalación de 1993 en la que Corbeira sepultó
literalmente en dos cajas de madera selladas como ataúdes las 58 pinturas que
había pintado por entonces. Una sepultura en toda la regla, confirmada por el reciente
añadido a la misma de una imagen religiosa puesta sobre pared.
A dicho período
pertenecen igualmente dos piezas que remiten no directamente a la muerte sino a
una enfermedad tan enigmática como intratable: el lupus. La primera se titula Todo el día y toda la noche, 1992 y es
un mural compuesto por 120 tarjetones de farmacia pintados con desinfectantes.
Y la otra, Segunda parte (simetría/asimetría
del tiempo),1992, la forman 8
dípticos hechos
con tableros de madera
pintados igualmente con desinfectantes.
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