Ya lo dábamos por muerto y confinado exclusivamente en esos
cementerios decimonónicos que, como el emblemático Pere Lachaise de Paris, se
resisten a la trivialización de la muerte y al desvanecimiento de las tumbas
que rige en los llamados con frecuencia Jardines del recuerdo. Los cementerios
en los que las lápidas y las cruces son tan discretas que apenas alteran o interrumpen
la verde continuidad del prado y los árboles. Pero de repente aparece Doris
Salcedo y nos dice con su obra que los muertos todavía merecen una digna sepultura,
que no podemos dejarlos caer sin más en el olvido, que merecen que les
recordemos y que hagamos pública y evidente la demostración de nuestro reconocimiento
y de nuestra gratitud por la vida que nos dieron y que aunque sigue sin ellos
está colmada por su ausencia. Y se lo dicho en primer lugar a los colombianos,
que han padecido unas peores guerras que ha padecido el mundo en los últimos
cincuenta años, si es que puede decirse que hay guerras peores que otras, si es
que hay guerras que destaquen por sucias entre tantas guerras sucias. Guerras
en las que el objetivo prioritario es la población civil propia y ajena y en las
que se ha invertido de manera tan
clamorosa y perversa la proporción histórica de muertos entre los combatientes
armados y los ciudadanos inermes que carece de sentido erigir monumentos a sus hipotéticos
héroes o a sus soldados desconocidos.
Si alguien merece una tumba, ha venido a decirnos Doris
Salcedo, son las víctimas anónimas de la guerra: aquellas que solo aportan su
número a esas estadísticas de la mortalidad que por abstractas nos dejan
indiferentes. Y que ella solo toma en cuenta como un indicador de la dimensión
colectiva de la tragedia que exige una respuesta igualmente colectiva. Como lo
ha sido de hecho, en su diseño, realización e impacto, la performance Sumando ausencias, celebrada hace un poco en la Plaza de Bolívar de Bogotá.
Soy consciente de que la paz en Colombia esta de nuevo en vilo,
expuesta al albur de unas negociaciones que desde ya se prevén muy complicadas pero también
lo soy de que jamás la alcanzará definitivamente si antes no se lloran los muertos y si antes no se curso al dolor causado por su ausencia. Entre
tanto demos gracias a Doris Salcedo por indicarnos a todos y de manera tan conmovedora un modo ejemplar de hacerlo.
maravilloso texto .. esclarecedor de un sentimiento que los países suelen guardar bajo la cama
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