La televisión de pago te da cada sorpresa. Como la que
me dio el otro día el canal TCM pasando The
Misfists, la película de John Ford que convirtieron en leyenda los trágicos
finales de Clark Gable y Marylin Monroe, sus principales protagonistas. El
primero murió de un ataque cardíaco a pocos días de la finalización del rodaje
en los arduos parajes de Nevada. Y la segunda se suicidó o la suicidaron en
1962, al año siguiente. Estas coincidencias movieron a comentaristas de la
época a atribuir a la misma un carácter agorero. Porque a despecho de su
forzado happy end, esta historia de loosers, de perdedores sin remedio,
habría anticipado, en su tono sombrío y en el desasosiego que carcomía
subrepticiamente la acción de sus protagonistas, las trágicas muertes que les
esperaban. Como en los años siguientes le esperaba el infortunio a Montgomery
Clift, quien integró, junto con Gable y Eli Wallach, el trío de machos inadaptados que asediaron a Roslyn, el
personaje interpretado por la Monroe en la película.
Que hoy, revisitada tanto años después, conserva
sorprendentemente su carácter premonitorio aunque el mismo ya no remite solo al
luctuoso final de sus protagonistas sino
remite igualmente a la crisis final de la cultura de quienes - en las
elocuentes palabras de Ángela Davis en su discurso ante la Woman´s March del 20 de enero(2017) en
Washington - “todavía defienden la
supremacía masculina blanca heteropatriarcal”.
Esa cultura que en los días de su plenitud
descubrió en un género como el western la manera más adecuada de convertir la sórdida
historia de la colonización del “salvaje Oeste” en una épica paradigmática y
exaltante. La épica que vertió en nuevas odres el vino viejo del culto a los pilgrim y de la que John Ford fue un
autor indispensable.
El Oeste en The Misfits resultaba irreconocible. Y
no tanto por ese casino de Reno de los años 50 donde empieza la película ni por
sus alrededores desérticos más bien tópicos donde se desenvuelve sino porque
Gay, el cowboy interpretado por Gable, es una antigualla, un vaquero viejo sin
rancho, caballo ni vacas, ni vibrantes cabalgatas por la pradera, que persigue
en una camioneta destartalada caballos salvajes para venderlos por un puñado de
dólares a los proveedores de carnicerías. Guido, su socio, interpretado por Eli
Wallach, es un piloto que regresó de la guerra con el alma hecha trizas y que
se gana la vida como puede utilizando su maltrecha avioneta. Perce, interpretado
Montgomery Clif, tampoco encaja del todo en el estereotipo porque vive de
competir en los rodeos, que tan poco lugar ocupan en los western de la edad
dorada. Y para rematar tampoco quedan indios salvajes que expongan estas
biografías a peligros mortales. El Oeste de The
Misfits es el Oeste al cabo de su despiadada colonización, con sus caballos
sin más destino que la carnicería y sus héroes derrotados por el mismo progreso
que Tom Doniphon, el vaquero protagonista de El hombre que
mató a Liberty Valance, defendió de manera tan abnegada. Héroes rotos cuya
hombría John Ford reivindica in extremis en esa estremecedora secuencia en la
que un Clark Gable arrugado, envejecido y enfermo, libra en el papel de Gay un
duelo mortal con el garañón de la exigua manada de caballos salvajes que han
capturado. Un hombre puede ser derrotado pero jamás vencido, afirmó alguna vez
Ernest Hemingway, otro macho alfa, que por lo demás se pegó un tiro por esas
fechas.
Casi desde el más allá, en el mismo pasado sin espuelas, Marnie
ResponderEliminarLo malo es que la película es de John Huston.
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