Si algo han demostrado las dos exposiciones más
recientes de Daniel Canogar en Madrid (Febrero-Marzo 2017) es que la oposición
entre bello y sublime que enunció Edmund Burke y fundamentó rigurosamente
Inmanuel Kant puede ser anulada o por lo menos neutralizada. Con las obras expuestas en esa oportunidad
este notable artista español demostró hasta qué punto conceptos como los de
belleza natural y belleza adherente, sublime matemático y sublime dinámico no
son realmente irreductibles y que por el contrario pueden dar lugar a síntesis
inesperadas. Así ocurría en las 6 obras incluidas en Echo - la muestra de Canogar en la galería Max Estrella - que sin ningún problema
podían considerarse esculturas aunque de hecho consistían en
pantallas con formas curvas complejas que puestas contra los muros o colgadas
del techo dejaban ver sus entrañas: el entramado de cables y dispositivos que
les permiten operar.
(Ceremonia de clasura de Ech0)
Era tal la elegancia de cada plegamiento, tan seductoras
las luminosas formas abstractas que se sucedían ininterrumpidamente en cada una
de las pantallas, tan armónica la relación entre las partes que componían el
conjunto de cada pieza y tan equilibrada la distribución de todas ellas en las
distintas salas de la galería madrileña que uno no podía menos que quedarse
asombrado ante tanta belleza. Belleza
natural, como la de las flores o de las fantasías musicales, que diría Kant,
pero también belleza sobrevenida, belleza adherente, por cuanto las pantalla,
aún en sus insólitas curvaturas, seguían siendo pantallas que cumplían a
cabalidad como los palacios o los teoremas, la función para la que habían sido
diseñadas. Sólo que la belleza que ellas realizaban de manera tan plena y exquisita se articulaba fluidamente con el hecho de
exponer al espectador a la experiencia ciertamente sublime de confrontarse con
poderes que le desbordan y sobrepasan.
Así la pieza titulada Basin emitía
una animación generativa que reaccionaba en tiempo real a las precipitaciones meteorológicas
en las 195 capitales de países reconocidos por la ONU. La animación generativa
emitida por Ember reaccionaba en
tiempo real a la cantidad de incendios activos por todo el planeta. En Magma, en cambio, la animación
reaccionaba cada 12 horas a la media de los estados de 1627 volcanes repartidos
por todo el planeta. En Gust la
animación daba cuenta en tiempo real de la intensidad y la dirección del viento
en Madrid y en Latitude, la animación
de la pantalla puesta arriba aceleraba su ritmo según bajaban las temperaturas
en Verjoyanks, la ciudad de Siberia más fría del mundo, mientras que la
animación de la pantalla puesta debajo reaccionaba a las subidas de temperatura
en la ciudad más calurosa, Kuwait. Cierto, todas estas piezas encajaban en la definición
de sublime matemático elaborada por Kant por cuanto permitían captar
intuitivamente la magnitud de fenómenos desbordantes que sin embargo la ciencia
ha logrado cuantificar de manera precisa. E igualmente encajaban en la
definición de sublime dinámico por cuanto producían simultáneamente la
impresión estremecedora de hallarse frente a los poderes de una naturaleza que
nos sigue resultando omnipotente, incluso ahora cuando su omnipotencia es
desafiada seriamente por el calentamiento global y amenazada por la que sería
sexta extinción masiva de la vida sobre el planeta. En cualquier caso este
catastrófico choque de soberanías inconmensurables resulta ciertamente sublime
y una consecuencia inesperada de la realización del proyecto
de dominio tecno científico de la naturaleza.
La otra exposición que nos ocupamos era de una sola
obra y ocupaba el stand de promoción institucional que el diario El País de Madrid montó en la feria
ARCO. Se titulaba Ripple y consistía
en un mural digital de 9 o más metros de ancho y aproximadamente 3 de altura
que era en realidad la proyección de una animación generada a partir de los 500
vídeos más vistos en España. El programa, diseñado por Diego Mellado,
seleccionaba en color dominante en una secuencia elegida aleatoriamente de cada
uno de esos vídeos y lo transformaba en una delgada banda de color que funciona
como el rastro de color que va dejando tras de sí dicha secuencia mientras
se desplazaba de arriba abajo en la pantalla. Esta operación se repetía
simultáneamente a lo largo y ancho de esta proyección produciendo el efecto
conjunto de un tapiz de colores luminosos en continuo movimiento. Canogar resumió en el breve texto
de presentación de la misma la intención
a las que responde esta obra: “Ripple
explora como el incesante ritmo de la
sociedad de la información altera nuestra capacidad para recordar, asimilar y
archivar nuestra realidad”. Y ciertamente lo es porque consigue transmitir una
imagen convincente del hecho de que las noticias con las que nos bombardean
diariamente desaparecen de la escena tan rápidamente como han irrumpido en la
misma. Pero creo que hace todavía más porque gracias a su ritmo sosegado del
despliegue armonioso de las coloridas huellas que dejan los videos camino de su
desaparición, ofrece un remanso de paz, un jardín de cándido si se quiere, a
unos ojos como los nuestros agredidos sin miramientos por el hiriente aluvión de imágenes
informativas y publicitarias.
(Diego Mellado Martinez, Ingeniero)
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