El año termina y el ritual manda hacer su balance. Y no
es fácil, debido al número, la heterogeneidad y la vertiginosa diferencia de
calidad de las obras y las exposiciones realizadas en el curso de un año en el que coincidieron la Documenta
en Atenas y Kassel, la Bienal de Venecia
y el Skulpture Project de Münster. Yo
desde luego no pienso intentarlo y menos aun apuntándome al juego de las 10
mejores exposiciones del año o de algún otro juego semejante. Porque a mí lo
que lo que me deja el año es sobre todo la pena por la despedida del arte de
Paloma Navares. “Aquí están expuestas mis últimas piezas”- declaró sobriamente al
Diario Vasco la víspera de la
inauguración en Octubre pasado de Iluminaciones,
la exposición antológica curada por Rocío de la Villa que reúne en el Kursal de Bilbao obras realizadas entre
1977 y 2017. Me encuentro entre los primeros en entender y aceptar las razones y los motivos inapelables
por los que se marcha pero aun así me duele
que se marche, que abandone el arte al cabo de 40 años de dedicarse a
expandirlo y enriquecerlo con una obra que en su día fue pionera en técnicas y recursos, que siempre resultó fascinante
y que afortunadamente “permanece y dura”, que diría el poeta. Tan vasta y proteiforme que se resiste
igualmente al balance y a la simplificación. Por lo que me voy a referir solo a
una de las series más reveladoras entre todas las que articularon su
trayectoria artística: Otros Páramos
(2004-2009). Un serie de la que podría decirse que condensa el arte de Paloma Navares y que en sus propias palabras es “un
proyecto que recorre el mundo de las mujeres desde la Antigüedad hasta el
momento actual. De las mujeres silenciosas a las que han dejado la huella de
sus voces, desde las ciudades pobres a las sofisticadas. Es un trabajo de
búsqueda sobre culturas, ritos, costumbres y tradiciones en torno al mundo de
la mujer que, en muchos casos, alcanza a sus hijos. La situación de la mujer se
hace visible a través de sus cantos, poemas o idiomas secretos para hacernos
tomar consciencia del aislamiento y la represión que las sociedades han venido
ejerciendo sobre ellas”.
Es tan difícil es exagerar su importancia en una
coyuntura como la actual en la que la condición femenina se ha convertido en un
verdadero campo de batalla, en un nudo de fuerzas disonantes y en conflicto, de
cuyo desenlace depende buena parte de nuestro futuro. Como fácil confundirse
sobre el carácter de la misma si nos remitimos solo las palabras con las que
Paloma Navares ha comunicado los propósitos conscientes que la movieron a
realizarla. Es evidente: los propósitos de esta serie se han cumplido pero de
una manera tal que desborda largamente el ámbito de la denuncia y se adentra
decididamente en los dominios del arte.
Y me atrevo a afirmar que lo hace en los dominios del ARTE, así con
mayúsculas, para subrayar cuán decididamente ella apuesta por la belleza.
Criatura del pensamiento ilustrado y en su día piedra sillar de la emancipación
del arte, la belleza es una palabra que hoy casi nadie se atreve a pronunciar
en una escena artística donde su logro es la menor de las preocupaciones de esa
mayoría de artistas mucho más interesados en satisfacer las exigencias del
pensamiento crítico, la deconstrucción de modos de pensar u obrar o la
expresión de formas alternativas de subjetividad que de garantizar la calidad
estética de sus realizaciones. Y todavía
menos en una situación cultural y política como la actual, en la que proponer a
la belleza como el más deseable de los atributos de una mujer ha pasado a
considerarse una inadmisible manifestación de la cultura patriarcal. O de la
cosificación de la condición femenina por la publicidad y en definitiva por el capitalismo.
Otros
páramos se atreve por el contrario a lidiar de lleno con la
belleza. Y en el terreno donde resulta más tópica: el de las flores. La serie
es una colección de fotografías en primerísimo primer plano y de gran formato
de flores de una belleza arrebatadora y difícilmente cuestionable. Sólo que la
belleza tanto de las fotografías como de las flores se transforma en la segunda
mirada, en la mirada que discrimina y detalla, en una sublimación del horror.
En los pétalos de esas flores majestuosas, Paloma Navares ha impreso
delicadamente poemas y dibujos que nos hablan de los estados de ánimo
producidos por el sometimiento o la subordinación padecidas por las mujeres en
tantas partes del mundo y en tantas épocas del mismo.
Estas flores dicientes son una clara invitación a repetir
con Walter Benjamín que todo documento de cultura es también un documento de
barbarie. Pero son igualmente una invitación a superar dialécticamente esta
contradicción. Las flores han sido en las culturas patriarcales tanto un adorno
sobre todo femenino como una alegoría de
la condición femenina. Las mujeres se embellecían para, como las flores, atraer
al macho que las habría de fecundar. ¿Pero pueden las mujeres seguir siendo
flores en una situación pospatriarcal? ¿Pueden seguir buscando la belleza sin
que esa búsqueda signifique su acatamiento de un orden que las condenaba al
sometimiento o la subalterneidad? ¿O habrá que arrojar definitivamente al basurero
de la historia a las flores junto con los poemas que Paloma Navares ha
inscrito en los pétalos de las suyas porque también ellos en su hermosura
subliman la barbarie? La obra de Paloma
Navares ha abierto, por el contrario, la posibilidad de librar a la belleza de
su ganga patriarcal.
Todo lo que dices de Paloma es verdad. Nos debemos a nuestro tiempo y afortunadamente lo estamos cambiando. La mujer objeto de deseo y símbolo de fertilidad resulta que tenia cabeza también y se hartó. Y se convirtió en artífice de sí misma denunciando no sólo su situación sino la de los demás. La denuncia puede ser muy creativa, sutil, etc. y ahí radica su belleza no por su estética. Y es una belleza doblemente bella.
ResponderEliminarUno hermoso repaso de la exposición y de la autora. Tan solo una cosa: la muestra es en la sala Kubo-Kutxa de San Sebastián, no en Bilbao.
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