Daniel Canogar y Nerea Calvillo vienen de poner en
escena en Madrid la cuestión de la
representación en la era digital.
Calvillo con el diseño de un programa que permite visualizar la forma y los
contenidos de la contaminación del aire en Madrid. La “boina” entre marrón y cobriza suspendida sobre la ciudad cuando nos acercamos a ella nos
revela su inasible topografía. El emplazamiento de las cimas y las simas, de las mesetas, las
vaguadas y los acantilados que hacen y deshacen
los gases contaminantes a un
ritmo que paradójicamente resulta telúrico. En el extenso reportaje que le
dedicó la revista Retina - Febrero 2018 - , ella puso el énfasis en la
utilidad de ese modelo de representación visual para arquitectos, urbanistas,
ecologistas y responsables políticos y a
la misma ciudadanía que podrá hacerse con una imagen clara y distinta de una
realidad que suele escapársele cuando es representada por meros índices
estadísticos. La dimensión estética de
esta visualización queda sin embargo obliterada por los usos para los que está
dispuesta. Y que está inevitablemente afectada por el carácter maligno de la
contaminación, una implacable amenaza para nuestra salud. Como ocurre con los
modelos, los gráficos y los videos utilizados por Ely Waisman y el equipo de Forensic Architecture, para reconstruir
la autoría de acontecimientos tan letales como los bombardeos aéreos o los
ataques con misiles. Su presumible belleza es fatal.
Daniel Canogar también recurre a la representación
visual de accidentes y catástrofes: incendios, erupciones volcánicas, la misma
contaminación atmosférica que ocupa y preocupa a Nerea Calvillo. Sólo que la
manera como resuelve la visualización de los mismos los sustrae al ámbito de
los usos y los desplaza al de la contemplación. Por ejemplo: el programa que
registra en tiempo real el comportamiento de 173 volcanes activos en el planeta
se resuelve visualmente en un pantalla curva de colores cambiantes, cuya
deslumbrante belleza deja en su sitio a esas patéticas animaciones de los
cuadros de Van Gogh que ahora circulan en la red. Y digo “belleza” porque
encuentro difícil calificar de sublime la experiencia que ofrece este cuadro digital de la actividad de los
volcanes porque no comporta ni de lejos el riesgo que supone contemplar en vivo
y directo una erupción volcánica. Para Edmund Burke paradigma de experiencia
sublime por los peligros que siempre entraña. Tampoco eludir el calificativo de
bello para este cuadro porque en realidad no ofrece ninguna información útil sobre
la actividad volcánica planetaria ni siquiera para los simples turistas y menos
aún para geólogos o vulcanólogos. No ofrece nada más que una experiencia estética
que vale por sí misma y no tanto o ni siquiera porque remita a los volcanes.
Una experiencia que sin embargo ya no es la mística del
espectador moderno absorto en la contemplación excluyente de un cuadro sino la
del internauta que circulaba por el
laberinto fosforecente de Fluctuaciones – su reciente exposición en Alcalá 21- persiguiendo con su cámara el flujo
ininterrumpido de imágenes ofrecidas por todas las obras incluidas esta extraordinaria
muestra del arte de Canogar.
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