Ferragosto. La palabra me viene de golpe a la
cabeza y no tanto por la fecha del festejo sino porque de repente me doy cuenta que este
agosto me está resultando inesperadamente romano. En primer lugar por las
“películas de romanos”, esas superproducciones de Hollywood de los 50/60 del
siglo pasado en las que me zambullí hasta el fondo para escribir el artículo
sobre Trumbo y Ave Cesar que publiqué en este mismo blog hace unos días. Y por
cuenta también de los azares de la programación televisiva que me han llevado a
ver casi simultáneamente dos filmes ciertamente memorables: Vacaciones en Roma, protagonizadas por
Gregory Peck y una Audrey Hepburn en estado de gracia (el guión es de Dalton
Trumbo), y La gran belleza de Pietro
Sorrentino. Las dos películas suceden en Roma pero como paradójicamente en Roma
sólo “lo fugitivo permanece y dura” (Quevedo dixit) las Romas de la película
son muy distintas entre sí. La primera es la Roma de un cineasta americano que
ha desembarcado en la ciudad tras sus tropas y sus corresponsales y que quieren
compartir con sus compatriotas tanto los encantos legendarios de la Ciudad
Eterna como el orgullo de completar la conquista de la misma conquistando el
corazón de sus gentes mediante la historia seductora de un amor fou que no conoce más ley que la suya ni mas tradiciones y jerarquías
sociales que las que el corazón está dispuesto a reconocer. Porque si es cierto que la princesa al final
opta por el deber y no por el amor, no lo es menos que el público no se identifica con su gesto sino
con el dolor de Joe- el periodista
americano interpretado por Peck- que ve
como la princesa desaparece de su vida tan súbitamente como irrumpió en
ella.
La Roma de Sorrentino es también una Roma vista por un periodista
o mejor por un cronista de su vida cultural, que es novelista y que proyecta
sobre ella una mirada entre cínica y crepuscular. La película es de una opulencia visual que no solo justifica
sobradamente el titulo sino que reverdece mi pasión nunca dfinitivamente extinguida
por el barroco. Además es claramente deudora del inconmensurable Federico
Fellini. El cronista- Jep Gambardella,
interpretado por Toni Servillo- es la
versión melancólica de Marcello Rubini - el periodista de La Dolce Vita
interpretado por Mastroiani - pero también lo es de Guido Anselmi - el alter
ego del propio Fellini interpretado igualmente por Marcello Mastroiani- que en plena crisis creativa protagoniza 8 ½. Jep es un novelista que no puede escribir una nueva novela y La gran belleza es
ciertamente una crónica mundana de Roma
como lo fueron en su día tanto La dolce
vita como Fellini Roma. Sólo que
esta de Sorrentino es una Roma que ha cancelado definitivamente la inocencia y que
prefiere el jouissance del
libertino a la joie de vivre del pueblo romano, tan celebrada por Pier Paolo Pasolini.
Es la Roma que nos aguarda a quienes sabemos que jamás veremos la Tierra
Prometida.
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