domingo, 21 de agosto de 2016

Ferragosto.




Ferragosto. La palabra me viene de golpe  a la cabeza y no tanto por la fecha del festejo sino porque de repente me doy cuenta que este agosto me está resultando inesperadamente romano. En primer lugar por las “películas de romanos”, esas superproducciones de Hollywood de los 50/60 del siglo pasado en las que me zambullí hasta el fondo para escribir el artículo sobre Trumbo y Ave Cesar que publiqué en este mismo blog hace unos días. Y por cuenta también de los azares de la programación televisiva que me han llevado a ver casi simultáneamente dos filmes ciertamente memorables: Vacaciones en Roma, protagonizadas por Gregory Peck y una Audrey Hepburn en estado de gracia (el guión es de Dalton Trumbo), y La gran belleza de Pietro Sorrentino. Las dos películas suceden en Roma pero como paradójicamente en Roma sólo “lo fugitivo permanece y dura” (Quevedo dixit) las Romas de la película son muy distintas entre sí. La primera es la Roma de un cineasta americano que ha desembarcado en la ciudad tras sus tropas y sus corresponsales y que quieren compartir con sus compatriotas tanto los encantos legendarios de la Ciudad Eterna como el orgullo de completar la conquista de la misma conquistando el corazón de sus gentes mediante la historia seductora de un amor fou que no conoce más ley que la suya ni mas tradiciones y jerarquías sociales que las que el corazón está dispuesto a reconocer. Porque si es cierto que la princesa al final opta por el deber y no por el amor, no lo es menos que el  público no se identifica con su gesto sino con el dolor de Joe-  el periodista americano interpretado por Peck-  que ve como la princesa desaparece de su vida tan súbitamente como irrumpió en ella.
La Roma de Sorrentino es también una Roma vista por un periodista o mejor por un cronista de su vida cultural, que es  novelista y que proyecta sobre ella una mirada entre cínica y crepuscular. La película es de una opulencia visual que no solo justifica sobradamente el titulo sino que reverdece mi pasión nunca dfinitivamente extinguida  por el barroco. Además es claramente deudora del inconmensurable Federico Fellini. El cronista-  Jep Gambardella, interpretado por Toni Servillo-  es la versión melancólica de Marcello Rubini - el periodista de La Dolce Vita interpretado por Mastroiani - pero también lo es de Guido Anselmi - el alter ego del propio Fellini interpretado igualmente por Marcello Mastroiani-  que en plena crisis creativa protagoniza 8 ½.  Jep es un novelista que no puede escribir una nueva novela y  La gran belleza es ciertamente una crónica mundana de Roma como lo fueron en su día tanto La dolce vita como Fellini Roma. Sólo que esta de Sorrentino es una Roma que ha cancelado definitivamente la inocencia y que prefiere el jouissance del libertino  a la joie de vivre del pueblo romano, tan celebrada por Pier Paolo Pasolini. Es la Roma que nos aguarda a quienes sabemos que jamás veremos la Tierra Prometida.        

 

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