Al final del largo eje compositivo del parque
Karlsaue que une visualmente el palacete de la Orangerie con una fuente y un
gran estanque ornamental, el artista americano Sam Durant levantó, en respuesta a la invitación de Documenta, una imponente estructura de madera y metal. La
llamó Scaffold, el andamio, pero él
mismo se encargó de aclarar que esa construcción era en realidad una síntesis
imaginaria de varios de los patíbulos utilizados a lo largo y ancho de nuestro
mundo. Una versión si se quiere de las ominosas y reveladoras Cárceles de Piranesi pero sobre todo la actualización
y reinterpretación igualmente inesperada de la fila de guillotinas que Ian
Hamilton Finley instaló en ese mismo lugar durante la octava edición de Documenta, dirigida por Manfred
Schneckenburger. El artista y poeta escocés quiso entonces demostrar que el terror revolucionario estaba
implícito en los ideales de la Ilustración que habían inspirado la construcción
del conjunto palaciego del que hacen parte el Fridericianum, la Orangerie
y el gran parque Karlsaue, con sus perspectivas, sus arboledas, sus glorietas, sus
esculturas alegóricas, sus fuentes y estanques ornamentales. Y no puedo
descartar que esa misma sea la intención de Durant: mostrar que el terror es el
doble, la sombra tan amenazante como inseparable de la razón ilustrada. Pero yo
tuve una experiencia que me apartó de una línea de interpretación que une
a Theodor Adorno con Giorgio Agamben. Cuando visité la obra de Durant durante la
preview de Documenta encontré a un
obrero dando los últimos retoques a la misma. Y entonces se me vino a la cabeza
el patíbulo que se levantó expresamente en Bagdad para ahorcar a Sadam Hussein
y la convicción de que los obreros que lo construyeron lo hicieron con la misma
indiferencia con respecto a la finalidad última de su trabajo con la que los obreros de Kassel
hicieron el suyo. A ambos, pensé, les dio igual que lo que construían sirviera
para colgar del cuello hasta la muerte a un dictador o para satisfacer el deseo
de un artista contemporáneo de ofrecer a los visitantes de Documenta una lección estética y moral. Y esa indiferencia - que tan radicalmente ha
explorado Santiago Sierra en buena parte de su obra - sí que supone una
crítica en los hechos de la moral de la
Ilustración que sobrepasa definitivamente los límites de la Ilustración y se sitúa más allá del bien y del mal.
La intervención de Theo Firmo
Hace 13 años
No hay comentarios:
Publicar un comentario