miércoles, 20 de febrero de 2013

Bernardi Roig y el cráneo de Voltaire niño.


La intervención de Bernardí Roig en el Museo Lázaro Galdeano de Madrid  (24.01.13) me atrae por sí misma y por la perturbación que supone de la jerarquía de edades que todavía intenta articular y realizar el museo de bellas. O sea la que establece  y petrifica las diferencias entre el pasado y el presente, entre el arte clásico, el medieval, el moderno y el contemporáneo. Y que es cuestionada de hecho con la coexistencia en las salas del mismo museo de las obras de arte y trofeos de distintas épocas, escuelas, culturas y países coleccionadas con tanto entusiasmo por José Lázaro Galdeano con las esculturas blancas, gélidas, suprarrealistas de Roig, inequívocamente contemporáneas. Él ya intentó una operación semejante hace unos años en el Museo Ca Pesaro de Venecia, donde sus obras coexistieron durante una temporada  con obras de clásicos del arte moderno como Klimt, Boccioni, Casaroti o Morandi. Pero esta vez el efectode allanamiento de las diferencias temporales entre las distintas etapas históricas del arte es más intenso evidentemente. En Ca Pesaro las obras de Roig se enfrentaban con esculturas como las de Medardo Rosso o de Martini con las que sus esculturas vaciadas de modelos naturales podían establecer ciertas relaciones de continuidad o de pertenencia a una misma línea evolutiva de la escultura moderna. En el Museo Lázaro Galdeano esas relaciones en cambio son poco o nada  evidentes  por lo que salta a la vista que las esculturas de Roig están fuera de lugar y lo están por carecer de la antigüedad que aureola el resto de las obras expuestas en el museo. Pero esta confrontación in situ entre antigüedad  y contemporaneidad  tiene el resultado inesperado de revelar la condición  contemporánea de la antigüedad. Porque si las antigüedades son antigüedades es gracias a la decisión enteramente contemporánea de coleccionarlas, guardarlas y exponerlas como obras magníficas o singularmente representativas de épocas o de culturas que damos por definitivamente pasadas y clausuradas. Si siguen allí, en el museo, como objeto de estudio y contemplación, en vez de olvidarnos de ellas o de arrojarlas al ¨ basurero de la historia ¨ como sugerían los futuristas, es porque lo deseamos aquí y ahora. O porque así lo determina e impone la estructura entera de la cultura contemporánea. Esta paradójica contemporaneidad de la antigüedad, evocada con fuerza por la intromisión de las esculturas fantasmales de Roig en el Lázaro Galdeano, me trae a la cabeza la célebre boutade de Alfred Jarry, quién presumía de tener en su poder el cráneo de Voltaire niño.