sábado, 9 de julio de 2011

Cy Twombly: la muerte del calígrafo.

La muerte de Cy Twombly (05.07.11) nos deja más expuestos que nunca a la intemperie, faltos de la destreza sobrehumana de un artista que con tanta generosidad nos ofreció en su obra la ocasión de encontrarnos con nosotros mismos, en una intimidad afectiva y reflexiva que ya no parece tener lugar en esta época de la exhibición, la inmediatez y la transparencia tout court. Esa intimidad que resulta heredera de la invocada y estimulada por los loci amoeni de la prolongada tradición bucólica y a la que nos trasportaba la pintura de Twombly y, singularmente, su refinada grafía. Sé que puede sonar a exabrupto pero aún así me atrevo a reducir, en esta hora de recogimiento luctuoso, la sutileza y la complejidad del arte de este pintor americano voluntariamente exiliado en Roma al papel crucial que cumplió en el mismo la grafía. Twombly fue muchas cosas ciertamente, pero fue ante todo un calígrafo excepcional, que supo liberar como pocos a la caligrafía de sus obligaciones con el sentido y la gramática para dejarla al desnudo como registro titubeante del ¨ temor y temblor¨ kierkegardiano que nos abruman cuando estamos más sombríos que nunca. O como el registro sismográfico del júbilo que nos asalta cuando nos sentimos intensamente vivos y propiamente conscientes de que el Paraíso es aquí y ahora. Hic et nunc. Una caligrafía, en fin, tan distante del dripping azaroso y obsesivo que Jackson Pollock convirtió en el sello distintivo de su arte, como de las pinceladas brutales y feroces con las que Willem De Kooning mas que pintar un cuadro lo agredía. No me cabe duda: la muerte de Twombly es un irreparable desastre.

martes, 5 de julio de 2011

El ángel de Isaac Julien

El tiempo era muy frío y nuboso esa mañana de febrero de 2004 cuando una vertiginosa marea sorprendió a una cuadrilla de trabajadores chinos que recogían almejas entre los médanos de la bahía de Morecambe, en el tempestuoso noroeste de Inglaterra. Ninguno estaba preparado para esa contingencia para ellos completamente inesperada y de allí que 23 se ahogaron y sólo 15 sobrevivieron, entre ellos Ai Qin Lin, una joven de la provincia de Guanxi, en el sureste de China, de la que provenían la mayoría de las víctimas de una tragedia que conmovió a la opinión pública británica hasta el punto de animar al director de cine Nick Broomfield a realizar dos años después Ghosts, un docudrama sobre la inmigración ilegal china en el Reino Unido centrado en Ai Qin. Y más precisamente, en la extraordinaria odisea que ella inició cuando – siendo una madre abandonada por su marido y habiendo decidido emigrar en busca de una vida que no podía ofrecerle su propio país - se puso en manos de un traficante de seres humanos que ofreció llevarla al Reino Unido a cambio de una suma de dinero que debió parecerle tan fabulosa como el viaje que estaba a punto de emprender. Y es sobre ese escenario y esa historia que ahora ha regresado Isaac Julien, en Ten Thousand Waves, la extraordinaria videoinstalación que desde el pasado 19 de mayo se expone en la galería Helga de Alvear de Madrid. Sólo que él lo hace apartándose del modelo documentalista utilizado por Broomfield en su película, en el cual la historia de Ai Qin se encaja en un discurso que expone las causas económicas y sociales de la inmigración, los entresijos de la trama que transporta clandestinamente inmigrantes ilegales a Europa y los mecanismos mafiosos que permiten la explotación despiadada de esos inmigrantes en el que Ken Loach califico irónicamente de ¨ mundo libre¨, en una película suya dedicada a exponer otra faceta de este mismo problema, en Londres y en relación con los trabajadores del Este de Europa.
Julien prefiere centrarse, en cambio, en cultura de los inmigrantes de la bahía de Morecambe poniendo en escena relatos que narran distintos episodios significativos de su propia historia, articulados por la figura recurrente de Mazu, una diosa que en el panteón chino cumplía inicialmente el papel de protectora de los marinos y ahora - por extensión - lo es también de los inmigrantes que le rinden culto en templos desperdigados por una veintena de países. Mazu es interpretada - en el collage narrativo que se proyecta simultáneamente en 9 pantallas - por Maggie Cheung, la célebre actriz hongkonesa que ha interpretado a personajes de caracteres tan distintos entre sí como Li-zhen, la enigmática amante protagonista de In the mood for love de Wong kar-wai y Nieve voladora, la despiadada guerrera que no se detendrá ante nada con tal de vengar la muerte de su padre en Hero, la película de Zhang Yimou. Julien opta por convertirla en un ángel que, vestida con un traje blanco, vaporoso e impoluto, flota sobre los escenarios y paisajes de las distintas narraciones que se superponen o se entrecruzan en unas pantallas de proyección que literalmente envuelven al espectador. Pero este viraje en el currículo dramático de Cheung lo es también en la iconografía que tradicionalmente ha representado a Mazu, tan aparatosa, tan exuberante, tan rotundamente corporal. Y resulta en cierto sentido una cifra de las opciones estéticas a las que responde Ten Thousand Waves. Cifra que quizás se entienda mejor si comparamos a Mazu con la patrona de los marineros en el catolicismo, la virgen del Carmen, que debe, como su homóloga china, su nombre a un monte, en su caso el Monte del Carmelo, que en la antigua Galilea servía de guía a viajeros y peregrinos y también de albergue a los eremitas que, tras la huella del profeta Elías, buscaban realizar su vida de aislamiento, ascetismo y contemplación en las cuevas que abundan en sus laderas. O sea, el mismo proyecto de vida adoptado en su día por Teresa de Ávila y Juan de la Cruz, los santos carmelitas por excelencia. Y es esa misma sublimación, esa misma obliteración mística del cuerpo, la que resurge en la reinterpretación de la diosa Mazu por Maggie Cheung que, además, cabe subrayarlo, revela por sí misma hasta qué punto el arte de Julien está experimentando un viraje inesperadamente angelical.