domingo, 23 de diciembre de 2012

La mula y el buey.


Hace poco el Papa desencadenó una insólita tormenta con la publicación de  La infancia de Jesús, un libro que revela que en los Evangelios no mencionan para nada la existencia de animales en el pesebre de Belén, donde María dio a luz a Jesús. Ni siquiera la mula y el buey que con su aliento calientan la cuna del niño Jesús hasta en las más humildes versiones de esta escena paradigmática. El Papa tiene razón en lo que escribe y seguramente  muy buenas razones para escribirlo y publicarlo aquí y ahora. Pero estas certezas en vez de negar afirman la necesidad de preguntarse por los motivos de  su decisión. Se puede negar su infalibilidad pero no la enorme importancia y la extraordinaria influencia de todo lo que él hace y dice, sobre todo en el ámbito de la feligresía católica, quizás  la más extendida y numerosa  entre todas  que todavía se reclaman del legado de Cristo.  Y que en un porcentaje muy importante y durante generaciones enteras ha hecho del Belén la imagen emblemática de las celebraciones navideñas y un signo de distinción con respecto a las imágenes aún más planetarias e inclusivas del Árbol de Navidad y el Papá Noel. ¿Por qué entonces el Papá ha decidido poner en entredicho precisamente ahora la presencia de la mula y del buey en el pesebre de Belén, en la que tantas y tantas generaciones han creído? El deseo de demostrar su fidelidad a la verdad histórica,o por lo menos a la literalidad de los textos por encima de cualquier otra consideración, es un motivo que no puede descartarse sin más ni más. Al fin y al cabo Benedicto XVI es un teólogo muy calificado, que por muchos años mantuvo un contacto directo con las muy serias y rigurosas universidades alemanas. Pero yo no descartaría la hipótesis de que con el cuestionamiento de la mula y el buey  haya querido salir al paso y poner coto a una posible y para él muy inquietante  renovación heterodoxa del legado de san Francisco de Asís, alimentada por un creciente e igualmente renovado culto  a los animales. Porque, pese lo que le pese a los taurinos y a los políticos que la defienden como una invaluable tradición cultural, las corridas de toros están siendo repudiadas en España y en el resto del mundo la creciente multitud que considera que el amor y el respeto de los animales es parte indisoluble del amor y el respeto por  una Naturaleza, cuya mera existencia considera hoy más amenazada que nunca. Si en alguna parte de unas sociedades cada vez más desacralizadas y cínicas resurge lo sagrado, o el sagrado respeto por lo que nos sobrepasa e incluye, es precisamente en el ámbito de la Naturaleza y por ende de los animales.  Yo tengo para mí – e inclusive lo sugerí en algún post anterior – que la reivindicación de los bienes comunes y la revalorización de la pobreza promovidas en los últimos años por Toni Negri y Michael Hardt - los ardientes profetas de la ¨ multitud ¨ -, podían ser interpretadas en clave franciscana. De ese san Francisco de Asís que repudiando la fortuna y los bienes familiares optó por la pobreza y por el amor apasionado y apasionante por los animales. Y que en unas navidades  de 1233 celebradas  en Greccio, Italia, compuso y montó el primer belén del que se tenga noticia y que de manera muy congruente con su propia concepción del mundo y de la fe incluía a una mula y a un buey. Pero la prédica de Negri y de Hardt  es todavía una prédica que sólo escuchan los intelectuales y no ¨ los simples ¨, para decirlo en términos de la distinción elaborada al respecto por Antonio Gramsci. La prédica que, por el contrario, tiene muchas más posibilidades de ser escuchada de inmediato por esos ¨ simples ¨  es la de teólogos como el franciscano brasileño Leonardo Boff,  empeñado en renovar el cristianismo desde una perspectiva dictada por el sagrado respeto a los animales y a la Naturaleza, que como una inesperada bendición hoy estremece nuestra cultura. Y en caso de que esta fuera, en el caso de que la palabra de Boff fuera hecha suya por los creyentes, me caben pocas dudas que la mula y el buey recuperarían a los ojos todo de estos últimos el significado y toda la importancia que tuvieron cuando san Francisco de Asís los incluyó en el pesebre de Belén, sin importarle si esa presencia estaba o no certificada por los evangelios.