martes, 17 de abril de 2018

Doris Salcedo.Beatriz González


El azar o una feliz coincidencia han juntado en el parque del Retiro de Madrid a dos ejemplos mayores del arte colombiano: Doris Salcedo y Beatriz González. La primera, una artista monumental en el sentido preciso de artista dedicada a la fábrica de monumentos, de mementos, de obras que son tales porque tiene el propósito inequívoco de invocar a los muertos, de traerlos de nuevo a la luz  impidiendo que caigan en el olvido o se pierdan en él definitivamente. Como el que ahora y desde hace meses está abierto en el Palacio de Cristal y que es un memento, un monumento dedicado a  centenares de inmigrantes desesperados que se ahogaron en el Mediterráneo, cuyos nombres brotan y rebrotan de las aguas que para ellos resultaron mortales gracias al ingenioso dispositivo de una instalación ciertamente monumental. Por su tamaño, por la invocación de un episodio fúnebre cuya magnitud nos desborda.
Beatriz González es, en cambio, una cronista, una artista cuyo arte consiste en dar fe de lo que le está sucediendo a ella, a su gente, a sus contemporáneos, a los que viven, se alegran y padecen a su lado. Es pintora y escultora, y de su arte dijo tempranamente Marta Traba, que era una artista pop. Se equivocaba sin embargo la notable escritora y crítica de arte argentina: el arte de Beatriz González- ya desde los remotos comienzos de su trayectoria artística – era, es un arte que se inspiraba y se inspira en las tradiciones populares y no en la cultura pop hecha a imagen y semejanza de los media, de la publicidad y del cine de Hollywood y su imponente Star system. Cierto, algunos de los mejores cuadros e impactantes telones de están pintados a partir de imágenes entresacadas de los diarios, pero no están pintados a la manera warholiana, que es mimética con respecto a las modos y los estilemas visuales acuñados y cultivados por los media. El modo de González es, por el contrario, el modo de los anónimos murales que adornan bares y restaurantes populares en Colombia, pintados con un desparpajo y una distancia con respecto a cualquier canon que  responden a una sensibilidad, a un sensorium si se quiere, que no son evidentemente los de la burguesía ilustrada ni de la clase media profesional. Sus esculturas, que en realidad son muebles artesanales pintados, no tiene nada que ver con el design moderno ni post modern y mucho menos con las bizarras versiones de los mismos hechas por Richard Artschwager.
Otro sí. Sorprende la fidelidad que Beatriz González ha mantenido a su pensamiento, sus tomas de partido y su estilo lo largo de una carrera artística que ya dura medio siglo. Y contrasta con la fidelidad de Botero a los suyos, porque mientras la del célebre pintor y escultor colombiano lo ha recluido en el infierno de la repetición de lo mismo, a Beatri González la mantiene alerta y fecunda.     

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