La primera de las tres performances que vi el viernes
pasado (13.07.2018) en la Neo mudéjar
de Madrid resultó la más congruente tanto con lo intempestivo del título de la
sesión -- Cuerpos contundentes1 - como con el lugar en el que se realizaron: una antigua sala de
máquinas ligada al ferrocarril. La gran turbina oxidada que dominaba el recinto
resultó ser el escenario más apropiado para el “canto de amor metálico” con el
que el veterano Paquito Nogales abrió el programa. Empezó desnudándose,
metiéndose con vaselina un tubo por el culo, cubriéndose el exiguo sexo con un
abultado taparrabos y la cabeza con un aparejo también de cuero negro, erizado
de varillas puntiagudas. Estética punk
dura y pura. Lo hizo mientras nos hablaba de su intención de romper con
el espacio teatral y sobre todo con la narración. De hecho hizo cosas muy
difíciles de encadenar en un relato. La mayoría manipulando una vieja centrifugadora
de cemento. Se desnudó, la abrazó, tiró esforzadamente de ella, se montó encima
de muchas maneras, la hizo rodar repetidamente y sacó de su vientre metálico
tiras de tela blanca y sartas de luces que enrolló en su cuerpo trajinado por
la vida. También nos hizo escuchar un audio estridente y terminó la performance
con un títere en cada mano emitiendo un discurso atropellado, ininteligible.
Todo tan épico como anacrónico. El empeño de un hombre de fuerzas menguadas por
sobreponerse al desafío de manipular de todas las maneras posibles una pesada
máquina de otra época, extemporánea como él mismo. Una esforzada reivindicación
de las capacidades físicas del cuerpo humano en la época de su neutralización telemática. La ardua
exploración de sus límites materiales hecha cuando ya no parece haber lugar
sino para las psiquis sin cuerpo.
Ana Matey vino después. Vestida enteramente de negro y con
una planta reseca puesta sobre la cabeza, que fue trituró hasta reducirla a
hojarasca. Luego sacó de un bolsillo de atrás de su ceñido pantalón un ceñido
paquete de tela metalizada de color
naranja. Lo desdobló, la arrugó, estrujó y arrojó repetidamente al aire,
intentando cada vez impedir su inevitable caída con puñetazos de boxeador que
boxea estérilmente con su propia sombra. Después saco del bolsillo otro paquete
idéntico al primero y otro y otro hasta que el suelo desgastado del anacrónico recinto
industrial quedó cubierto de telas maltratadas. Nada hubo sin embargo en todo
lo que hizo comparable a la minuciosa exposición del cuerpo al dolor y a la
fatiga protagonizada por Paquito Noguera. Ella optó por mimar la danza: el desafío
a la gravedad que sublima la pesantez del cuerpo y lo transforma en una
criatura del aire. Y concluyó su mimesis certificando el fracaso de la
tentativa, la inevitable caída de Ícaro, con el abandono de las telas ajadas en
el suelo.
Antibody
Corporation cerró el programa. Son una pareja de
artistas venidos de Chicago. Ella una mujer altísima enfundada en una malla
negra convenientemente desgarrada y él un hombre mucho más bajo, con el cráneo
rapado surcado por finas tiras de cabello teñido, una falda larga y botas pesadas. Lo que
hicieron no fue sin embargo una performance exactamente. Fue más bien danza teatro
a la manera de Pina Bausch, acompañada de música y de la lectura de un texto
feroz, como un latigazo. Un intento de invertir o apaciguar la ruptura del
cuerpo y del relato promovida por Pepe Noguera, mediante un relato tan desquiciado,
tan liberado de las taras del sentido, como pretendía estarlo el cuerpo en su
performance y en todas las performances.
1[ Cuerpos
rotundos. Conversaciones codificadas. Programa incluido en
Perneo. II Encuentro internacional de performance art, en el que intervinieron:
Paquito Nogales con Pares: un canto de amor metálico, Ana Matey con
Conversaciones: Sobre generar y
Antibody Corporation, con Lash.]
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