Hasta hace un par de dias yo daba por definitivamente cerrado el archivo dedicado a las criticas al nuevo despliegue de la colección permanente del Museo Reina Sofia decidido por Manolo Borja Villel. Pero me equivocaba porque justamente el dia en que me ratificaba en esa convicción el diario El Mundo publicó una entrevista a Guillermo Solana -el director artístico del Museo Thyssen Bornemiza - en la que este dedico unas buenas parrafadas a cuestionar dicho despliegue. Y aunque Solana hoy mismo se desdijo (13.07.09) en unas declaraciones de circunstancia a la agencia EFE, encabezadas por la excusa ritual de que el periodista le malentendió porque él no dijo lo que dijeron que dijo, lo cierto es que el núcleo de su crítica al planteamiento básico de Borja Villel, bien merece una reflexión. Lo que Solana dijo que no dijo es que el acrochage de la coleccion permante dispuesto por su colega del vecino museo Reina Sofia, al romper con el cánon ahora vigente de la historia del arte español del siglo XX, somete a la coleccion a poco mas que a un microrelato histórico con fecha de caducidad incluida: cuatro años. Y yo estoy de acuerdo con Solana: los microrelatos historicos que se han venido expandiendo cada vez más ampliamente desde que en 1978 Jean Francois Lyotard diagnosticara en su célebre ´ Condición posmoderna ´ la muerte de los grandes relatos históricos, tienen fecha de caducidad. Pero Solana no parece advertir que era de eso precisamente de lo que se trataba: de quitarle a la historia, que ya habia dejado de ser abiertamente sagrada, el caracter sublime que aún le restaba: el de la intemporalidad. O sea, el caracter propio de una historia hecha para hacer perdurar indefinidamente acontecimientos, hechos, personajes, obras, instituciones mas allá de las coyunturas que las hicieron posibles y ciertamente deseables. Y por esta misma razón dicha historia se esforzaba enormemente por fijar de manera inequivoca el pasado con la intencion de salvarlo del deterioro y el trabajo de zapa de la contingencia. El problema es que esa clase de historia ahora ya no es posible. Y menos ámbito del arte, y no solo porque cada vez es mas transitorio, mas perecedero el arte contemporaneo, sino tambien porque nuestra relacion con el pasado cambia continuamente en funcion de la mudanza de nuestros deseos y nuestros sueños pero, sobre todo, en funcion de nuestros proyectos: de lo que queremos aqui y ahora proyectar en un futuro que tambien se ha vuelto inmediato. Y cambiante. Ya nadie espera las calendas griegas ni el juicio final ni siquiera el advenimiento de la sociedad sin clases y como no se espera nade de eso se intenta hacer lo que se quiere en el más breve plazo posible. Que este estado de conciencia común es una desgracia e inclusive pecaminoso, culpable, no lo niego. Pero evidentemente existe y supone un desafio radical a la instituciòn misma del museo que Solana, ni nadie en una posicion directiva como la suya, puede ignorar. Como dijo Lord Keynes para siempre: ¿ Y que pasa a largo plazo? No importa que pase, porque al largo plazo todos estaremos muertos. O sea.
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