domingo, 23 de mayo de 2010

El mal de archivo.

El mal de archivo: así - con una expresión que remite a una perturbación de la salud en vez de a una confirmación de la misma - tituló Jacques Derrida uno de sus textos más incisivos e inquietantes sobre el estado actual de la cultura contemporánea. Y si lo cito aqui y ahora es para indicarle la dirección a un pensamiento sobre Dos lecturas sobre la colección (18.05.10) que asuma y comprenda esta muestra dual no simplemente como la respuesta de los artistas Rosa Barba y Juán Luis Moraza a la petición del actual director del Reina Sofia de que releyeran libremente la colección del museo, sino tambien como un ejercicio que malgre lui pone de manifiesto una anomalía radical de nuestra cultura: el mal de archivo. Anomalia que puede leerse - con independencia del propio Derrida - como obliteración, supresión/conservación, represion o simplemente como tachadura de historia. Si, porque en la exaltación contemporánea del archivo y de las actitudes archivísticas - potenciada extraordinariamente por la digitalizacion de los mismos - actúa tan eficaz como subrepticiamente una reducción alquímica de la historia a sus documentos. Y la de estos últimos a piezas aisladas, neutras, y por lo mismo intercambiables, con las que se puede jugar infinitamente el juego de componerlas y recomponerlas al igual que se componen y recomponen al azar los brillantes cristales de colores del caleidoscopio. La historia es sin embargo algo mas que eso, como lo recordó y argumentó suficientemente Walter Benjamin en sus Tesis sobre la filosofia de la historia, que no sólo denuncian que de la claudicación de la socialdemocracia ante el fascismo hace parte su concepción de la historia como historia universal del progreso, sino que advierten sobre el hecho de que la historia es siempre la historia de los vencedores. Y profetizan que el contínuum de la historia hegemonica solo se rompe en aquellas coyunturas excepcionales, en aquel jetzeit, en el que irrumpe en la vida de todos la reivindicación mesiánica de las exigencias de justicia de todas las generaciones vencidas.
Cierto, tanto José Luis Moraza como Rosa Barba intentan con sus respectivos proyectos librarse de la consideracion puramente archivística de las obras de la colección del Reina Sofía y de los juegos exclusivamente formales con las mismas. Y lo intentan de maneras muy distintas entre sí. Moraza pone las obras al servicio de una teoria sobre el realismo en el arte que a mi me resulta fallida, porque junta en la misma grilla conceptual dos lógicas distintasi: la que une al indice, al icono y al símbolo en el pensamiento de Charles S. Pierce y la que une lo Real, lo Imaginario y lo Simbólico en el pensamiento de Jacques Lacan. Esa articulación o esa traducción quizás sean posibles, pero Moraza ha omitido en esta oportunidad el trabajo de elaboración teórica que hipotéticamente las haría plausibles. Rosa Barba opta, en cambio, por convertir su propia selección de obras de la colección en legere, en leccion, en lecture o en simposio, en el que pretende que las obras de arte que ha reunido sean capaces - como los muñecos de ciertas fábulas romanticas -de animarse hasta el punto de abandonar su mudez y ponerse a hablar entre sí. No estoy seguro, sin embargo, que la cacofonia resultante facilite nuestra disposición a atender el saber que, al igual que los sueños, libra la obra de arte. Para decirlo en los términos de Lacan.

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