( Foto de Robert Adams)
La retrospectiva
del fotógrafo Robert Adams abierta actualmente
en el Museo Reina Sofía de Madrid es una prueba extraordinaria de hasta qué
punto el culto a la naturaleza y el American
way of life han estado unidos y
siguen estando unidos de manera inextricable. En la fortuna y en la adversidad,
como exige la célebre formula que perpetúa la unión matrimonial. La fortuna
parece sonreir en las primeras etapas de la obra de Adams , en la que las
imágenes de los solitarios paisajes de Colorado se entremezclan con las
instantáneas que captan cómo el sueño americano se plasmaba en suburbios de adosados, supermercados y
parkings y, cómo no, en algún templo de madera y de arquitectura tan blanca y libre del delito de la ornamentación como del fetichismo y de las supersticiones
se proclamaba el calvinismo. La adversidad asedia por el contrario las imágenes
que Adams ha dedicado a la salvaje
deforestación de la que sigue siendo víctima el Oeste americano y que él empezó
a documentar cuando todavía vivía en Colorado y que continuó haciendo cuando
se fue a vivir a Oregón, después de
muchos años de vida y de trabajo en Denver.
Podría decirse que
trayectoria del trabajo artístico de
Adams coincide con la evolución histórica que va desde el optimismo de
los años 50/60 - cuando el sueño
americano parecía completa y felizmente realizado para la clase media más
extensa y próspera que jamás se haya conocido – hasta el pesimismo que parece
haberse apoderado de esa misma clase social, ahora que los fundamentos de su
anterior prosperidad están siendo dinamitados por la crisis económica más
severa entre todas las ocurridas desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. Y
que es agravado por la conciencia de que la catastrófica intensificación del calentamiento global es la dolorosa cuenta de
cobro que la naturaleza está pasando por la temeraria y despiadada explotación
de sus riquezas - reducidas a meros ¨recursos naturales ¨ - entre ellas los
bosques húmedos de la costa noroeste de los Estados Unidos de América, cuya
pérdida tanto duele a Adams.
Pero lo que parece todavía más interesante de
observar es que esta desgraciada evolución en vez de debilitar ha fortalecido la fe de Adams en la
naturaleza, la íntima convicción que ella es el medio sagrado por excelencia
que ya trasmitían los desnudos paisajes de Colorado antes mencionados y que
igualmente trasmiten las imágenes marinas captadas más recientemente en la
costa del condado de Clatsop, en Oregon. Sólo que esta sacralización parece estar cambiando de significado. En los paisajes de Colorado - como en las legendarias fotografías de Ansel Adams - el mundo
se representa como un mundo desolado y vacío, cuya visión permite a cada
individuo reafirmar la clase de aislamiento y de soledad en la que puede
descubrir a Dios. ¨ Los americanos descubren a Dios en sí mismos, pero solo
tras descubrir la libertad de conocer a Dios experimentado una total soledad ¨
- explica Harold Bloom en La religión
americana. Y añade: ¨ En perfecta
soledad, el espíritu americano comprende su absoluto aislamiento como chispa de
Dios que flota en un mar de espacio¨. En el dolor por la pérdida de los bosques
originarios que sesga las fotografías de Adams dedicadas a su devastación, quizás obre el
sentimiento o la intuición de que el mundo no es un espacio desolado
y vacío, siempre a nuestra disposición, sino
el ámbito tumultuoso y proteiforme de
una vida que también es la nuestra y de la que ya no podemos seguir
desentendiéndonos como quien se desentiende de un viejo y roto violín. Si hay algo
sagrado es la vida y no el apartamiento y la degradación de la misma.
( Foto de Anseln Adams)
( Foto de Anseln Adams)
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