martes, 19 de diciembre de 2017

El adiós de Paloma Navares



El año termina y el ritual manda hacer su balance. Y no es fácil, debido al número, la heterogeneidad y la vertiginosa diferencia de calidad de las obras y las exposiciones realizadas  en el curso de un año en el que coincidieron  la Documenta en Atenas y Kassel, la Bienal de Venecia y el Skulpture Project de Münster. Yo desde luego no pienso intentarlo y menos aun apuntándome al juego de las 10 mejores exposiciones del año o de algún otro juego semejante. Porque a mí lo que lo que me deja el año es sobre todo la pena por la despedida del arte de Paloma Navares. “Aquí están expuestas mis últimas piezas”- declaró sobriamente al Diario Vasco la víspera de la inauguración en Octubre pasado de Iluminaciones, la exposición antológica curada por Rocío de la Villa que reúne en el Kursal de Bilbao obras realizadas entre 1977 y 2017. Me encuentro entre los primeros en entender  y aceptar las razones y los motivos inapelables por los que se marcha pero aun así  me duele que se marche, que abandone el arte al cabo de 40 años de dedicarse a expandirlo y enriquecerlo con una obra que en su día fue pionera  en técnicas y recursos, que siempre resultó fascinante y que afortunadamente “permanece y dura”, que diría el poeta.  Tan vasta y proteiforme que se resiste igualmente al balance y a la simplificación. Por lo que me voy a referir solo a una de las series más reveladoras entre todas las que articularon su trayectoria artística: Otros Páramos (2004-2009). Un serie de la que podría decirse que condensa el arte de Paloma  Navares y que en sus propias palabras  es  “un proyecto que recorre el mundo de las mujeres desde la Antigüedad hasta el momento actual. De las mujeres silenciosas a las que han dejado la huella de sus voces, desde las ciudades pobres a las sofisticadas. Es un trabajo de búsqueda sobre culturas, ritos, costumbres y tradiciones en torno al mundo de la mujer que, en muchos casos, alcanza a sus hijos. La situación de la mujer se hace visible a través de sus cantos, poemas o idiomas secretos para hacernos tomar consciencia del aislamiento y la represión que las sociedades han venido ejerciendo sobre ellas”.

Es tan difícil es exagerar su importancia en una coyuntura como la actual en la que la condición femenina se ha convertido en un verdadero campo de batalla, en un nudo de fuerzas disonantes y en conflicto, de cuyo desenlace depende buena parte de nuestro futuro. Como fácil confundirse sobre el carácter de la misma si nos remitimos solo las palabras con las que Paloma Navares ha comunicado los propósitos conscientes que la movieron a realizarla. Es evidente: los propósitos de esta serie se han cumplido pero de una manera tal que desborda largamente el ámbito de la denuncia y se adentra decididamente en los dominios del arte.  Y me atrevo a afirmar que lo hace en los dominios del ARTE, así con mayúsculas, para subrayar cuán decididamente ella apuesta por la belleza. 


Criatura del pensamiento ilustrado y en su día piedra sillar de la emancipación del arte, la belleza es una palabra que hoy casi nadie se atreve a pronunciar en una escena artística donde su logro es la menor de las preocupaciones de esa mayoría de artistas mucho más interesados en satisfacer las exigencias del pensamiento crítico, la deconstrucción de modos de pensar u obrar o la expresión de formas alternativas de subjetividad que de garantizar la calidad estética de sus realizaciones.  Y todavía menos en una situación cultural y política como la actual, en la que proponer a la belleza como el más deseable de los atributos de una mujer ha pasado a considerarse una inadmisible manifestación de la cultura patriarcal. O de la cosificación de la condición femenina por la publicidad y en definitiva  por el capitalismo.
Otros páramos se atreve por el contrario a lidiar de lleno con la belleza. Y en el terreno donde resulta más tópica: el de las flores. La serie es una colección de fotografías en primerísimo primer plano y de gran formato de flores de una belleza arrebatadora y difícilmente cuestionable. Sólo que la belleza tanto de las fotografías como de las flores se transforma en la segunda mirada, en la mirada que discrimina y detalla, en una sublimación del horror. En los pétalos de esas flores majestuosas, Paloma Navares ha impreso delicadamente poemas y dibujos que nos hablan de los estados de ánimo producidos por el sometimiento o la subordinación padecidas por las mujeres en tantas partes del mundo y en tantas épocas del mismo.


Estas flores dicientes son una clara invitación a repetir con Walter Benjamín que todo documento de cultura es también un documento de barbarie. Pero son igualmente una invitación a superar dialécticamente esta contradicción. Las flores han sido en las culturas patriarcales tanto un adorno sobre todo femenino como una alegoría  de la condición femenina. Las mujeres se embellecían para, como las flores, atraer al macho que las habría de fecundar. ¿Pero pueden las mujeres seguir siendo flores en una situación pospatriarcal? ¿Pueden seguir buscando la belleza sin que esa búsqueda signifique su acatamiento de un orden que las condenaba al sometimiento o la subalterneidad? ¿O habrá que arrojar definitivamente al basurero de la historia a las flores junto con los poemas que Paloma Navares ha inscrito en los pétalos de las suyas porque también ellos en su hermosura subliman la barbarie?  La obra de Paloma Navares ha abierto, por el contrario, la posibilidad de librar a la belleza de su ganga patriarcal.              


2 comentarios:

  1. Todo lo que dices de Paloma es verdad. Nos debemos a nuestro tiempo y afortunadamente lo estamos cambiando. La mujer objeto de deseo y símbolo de fertilidad resulta que tenia cabeza también y se hartó. Y se convirtió en artífice de sí misma denunciando no sólo su situación sino la de los demás. La denuncia puede ser muy creativa, sutil, etc. y ahí radica su belleza no por su estética. Y es una belleza doblemente bella.

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  2. Uno hermoso repaso de la exposición y de la autora. Tan solo una cosa: la muestra es en la sala Kubo-Kutxa de San Sebastián, no en Bilbao.

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