Mar helado. Caspar David Friedrich Las obras que Ángeles San José expone actualmente en la galería Adora Calvo de Salamanca (12.03.11) bajo el título común de
Iceberg le han permitido a Vicente Llorca acuñar la expresión ¨ paisaje exacto ¨, que a mí me resulta un feliz y muy fecundo hallazgo retorico. Capaz de iluminar y captar el nudo de las cuestiones puestas en juego tanto por dichas obras como las que Mireya Masó expuso el año pasado en el Centro Santa Mónica de Barcelona, bajo el titulo de
Antártida. Tiempo de cambio. Sólo que antes de intentar a esa iluminación conviene anotar que si hay algún cuadro en la historia del arte al que le convenga como a ninguno otro el calificativo acuñado por Jarque ese es el
Mar helado, tela pintada por Caspar David Friedrich entre 1823 y 1824 y que actualmente reposa en la Kunsthalle de Hamburgo. Ese sí que es un ¨paisaje exacto¨ por lo que lo que tiene de precisa su reconstrucción de la compleja teoría de los planos, facetas, aristas, agujas, volúmenes, fracturas y superposiciones de un paisaje enteramente helado, cuyo campo de abrumadoras tensiones glaciales ha atrapado un barco, destruyéndolo para siempre. A su lado
Naufragio del Esperanza - un cuadro anterior del mismo Friederich y con el que suele confundírsele - resulta anecdótico, destemplado, difuso, una obra mucho más del impresionismo que de la precisión. Me parece evidente que, en esta que fue su primera oportunidad de acercarse al tema del naufragio en los mares polares, el pintor alemán fue incapaz de sobreponerse a la anécdota y al comentario para encarar sin distracciones la representación de la glaciación marina en toda su inmediatez y potencia. En
Mar helado sí se dan la fijación y la concentración intensa en un tema excluyente que son ciertamente la clave de la precisión evocada por Llorca y que - en el caso de este cuadro extraordinario - permite poner en evidencia cuán significativo es el vínculo entre la precisión y la alegoresis moderna. Creo no ejercer una excesiva violencia interpretativa si afirmo que con este cuadro Friederich rinde, en primera instancia, un homenaje inmanente a la ciencia moderna, cuya voluntad de exploración y dominio de mundos a los que previamente ha dado por vacios y desconocidos encontró en el siglo XIX un medio excepcional de realización en cartografías cada vez mas exactas producidas mediante la articulación de astronomía, geometría y geografía. Esa precisión cartográfica está en el
Mar helado pero también lo está el propósito deliberado de ofrecer una imagen alegórica de esa voluntad de exploración y dominio. Está documentado históricamente que cuando Friederich pintó tanto
Naufragio… como
Mar… estaba al tanto de las expediciones marítimas que por entonces intentaban encontrar un paso por el Ártico que permitiera unir la Europa nórdica con la siempre deseada Asia. Y de hecho el primero de ellos es una reconstrucción imaginaria del naufragio del barco insignia de la expedición polar comandada por el británico Willlam Edward Parry, cuyo relato de la misma había leído Friederich. Sólo que él pinta un cuadro que, centrándose en la prueba más evidente del fracaso de esa tentativa, ofreció a muchos comentaristas modernos la oportunidad de interpretarla como una imagen alegórica del fracaso de la revolución democrática en la Alemania de la época, de la que Friederich había sido un entusiasta partidario. Esos mares helados también fueron elegidos por Mary Shelley y por las mismas fechas, como escenario de su relato del fracaso definitivo de la tentativa del doctor Victor Frankenstein de desafiar a Dios produciendo en condiciones de laboratorio un ser humano, con métodos que a la prometeica biotecnología contemporánea le resultan ahora patéticos cuando no atroces. El marino Robert Walton - que busca con su barco un paso por el Ártico - es quien escucha la narración completa de las desventuras de ese ¨ Prometeo moderno ¨ que es el doctor Frankenstein y asiste tanto a su muerte como al extravío definitivo de su Creatura entre los témpanos y las aguas heladas.
Cabe preguntarse entonces en qué se ha convertido ese impulso alegórico en las obras de San José y Masó. Y creo que hay solo una respuesta: ambas pretenden transformar las imágenes que han producido del Ártico y de la Antártida en alegorías del tiempo. Y de su paso. Mireya Masó lo ha dicho con todas las letras: ¨ La Antártida es la presencia visible del cambio. El tiempo se materializa en un discurrir sin pausa de sol y niebla, de calma, de nevadas y predegales despejados por el viento, de mareas, de avances y retrocesos de escombros sobre la bahía, que efectivamente dilatan y contraen nuestros rudimentarios cronómetros. Aquí en la Antártida cada segundo tiene el valor del presente. Aparece y desaparece antes de poder recordarlo¨. Ángeles San José por su parte me ha dicho que con sus fotografias de los paisajes helados de Islandia ha pretendido lo mismo que con sus laboriosos y espléndidos cuadros: ¨ retener las huellas del paso del tiempo¨.Y Vicente Llorca ha ido aun mas lejos, uniendo dicho paso con la precisión: ¨ Un paisaje tan exacto que hace pensar en un tiempo anterior- en el que puede decirse: ` Yo estuve aquí ´. Pues esta es una de las características de lo preciso. Que remite a un tiempo antiguo. Al exacto momento del pasado: siempre anterior ¨. Concluyo subrayando el hecho de que en las obras glaciales de ambas artistas la alegoresis moderna se revela plenamente como representación imaginaria de la mas decisiva de las abstracciones: el tiempo.
Iceberg. Angeles San José
Antártida.Tiempo de cambio. Mireya Masó
Preciosa exposición, recomiendo un viaje a Salamanca para visitarla.
ResponderEliminarHola Carlos. ¿Es posible contactar contigo? Es un tema personal. e-mail: aztecagalactico@hotmail.com
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