El Ministerio de Cultura ha nombrado un comité de sabios (30.03.11) cuya tarea, según las informaciones periodísticas, es la de asesorarlo en la elaboración de una estrategia de estímulos a las artes, un ¨sector¨, que atraviesa una crisis precipitada por el vertiginoso desplome de las ayudas públicas que hasta hace muy poco garantizaba su aparente o real buena salud. A mí me parece apenas lógico el interés del Ministerio en el problema y muy acertada la elección de los miembros del comité, todos profesionales calificados y al tanto de evolución actual del arte contemporáneo y en algún caso, como en el del artista Daniel García-Andújar, muy comprometidos con las vertientes más críticas y combativas del mismo. Pero dudo de que sus sabios consejos cuando lleguen a producirse obren por si solos el milagro de convencer a la ministra de que se arme de coraje y desafíe la política de austeridad fiscal adoptada por el gobierno de Zapatero contra viento y marea. Y, sobre todo en contra de la opinión de economistas, como los premios nobel Joseph Stieglitz y Paul Krugman, que piensan que lo peor que se puede hacer en medio de una crisis económica tan profunda como la que estamos padeciendo, es justamente recortar el gasto público. La ortodoxia neo liberal es un dogma que admite actualmente en La Moncloa menos discusiones que el de la Santísima Trinidad entre los teólogos tridentinos. Y por eso no es improbable que el propio Ministerio termine sugiriendo al comité de sabios que la solución no pasa por restaurar las ayudas públicas al mundo del arte - que sería lo deseable - sino por incrementar los estímulos tributarios que le permitirían a la empresa privada tomar el relevo también en este campo. Sólo que esa opción presenta hoy día varios problemas, entre ellos el la crisis del modelo de financiación pública del sistema del arte coincide con la crisis del modelo de financiación privada de dicho sistema en el país donde ha sido modélico, los Estados Unidos de América. Allí los museos están teniendo actualmente serias dificultades financieras debido a que los aportes privados están cayendo en picado. El modelo americano - que ha tenido históricamente como base el canje de rebajas de impuestos por aportes a fundaciones - se está desquiciando porque los empresarios llevan años viendo como los sucesivos gobiernos de Washington les reducen los impuestos sin pedir poco o nada a cambio y por lo mismo a ellos les resulta ahora más rentable invertir en las campañas electorales de los políticos que garantizan la perpetuación e incluso el incremento de dichas reducciones que en apoyar un arte que, para colmo, se está poniendo cada vez más crítico. Cierto, las aportes a los museos caen pero, en cambio, el mercado del arte está experimentando un subidón, al que no es para nada ajeno el crecimiento exponencial del mercado del arte chino. Y por esta razón hay galeristas que confían en que una reducción significativa de los impuestos que afectan al comercio de las obras del arte, se traduciría en una mejora significativa del mercado del arte español, hoy tan deprimido por la caída catastrófica de las compras oficiales. Hay que reconocer que la medida podria representar un cierto estímulo para ese coleccionismo de precios bajos y medios practicado por los profesionales liberales e incluso alguno mas significativo para el gran coleccionismo si la bajada de dichos impuestos fuera acompañado por un incremento de los impuestos a los beneficios empresariales, que es lo que realmente haria mas atractiva la inversion en obras de arte. Pero en cualquier caso habrá que recordar que una cosa es el arte y otra su mercado aunque la obra de arte, para bien y para mal, sea también una mercancía, aun cuando sea una mercancía capaz de criticar en acto al sistema mercantil. Y añadir que el incremento del coleccionismo privado no resuelve por si mismo el problema fundamental del museo porque una cosa es un museo, como por ejemplo lo es el Reina Sofía, guiado por una estrategia coherente que cuida y expone aquello que en el arte tiene sentido, pertinencia, implicación histórica y social. Y otra muy distinta, un museo como el que viene de inaugurar Carlos Slim en Ciudad de México, que no es más que una ostentosa demostración de cuan arbitrario y disparatado puede ser el gusto en materia de arte del hombre más rico del planeta. Allá él con su dinero, sus cuadros y sus antigüedades, pero que por favor no nos intente convencer que un museo no es más que el escaparate privilegiado y presuntuoso de las ocurrencias y los caprichos de los coleccionistas privados. Por muy caros que sean.
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