lunes, 31 de octubre de 2011

Gadafi, la crueldad y la política.


A mí la foto del cadáver de Gadafi publicada en la primera plana del diario El País (21.10.11) me impactó tanto por la crueldad de quienes golpearon brutalmente al hombre fuerte de Libia antes de rematarlo con un tiro en la cabeza como por la de quienes decidieron publicarla de forma tan destacada. Que la fotografía misma tiene un punto de crueldad es un aspecto de la misma sobre el que llamó la atención Susan Sontag en On Photography, cuando invitó a sus lectores a reflexionar sobre el hecho de que el sinónimo de tomar una foto es disparar la cámara. Hay algo de cazador que abate su presa en todo fotógrafo y por esta razón resultó apenas natural que los safaris fueran reemplazados por safaris fotográficos cuando a las buenas conciencias le resultó intolerable el matar animales salvajes por pura diversión. Y hay evidentemente crueldad en el hecho de publicar la foto de alguien brutalmente asesinado cuando es muy previsible que esa imagen puede resultar dolorosa para sus seres queridos. Por esta razón no se publican fotos de gente asesinada, destrozada por un accidente automovilístico o por un atentado terrorista. Pero las motivaciones piadosas de esta inhibición generalizada sufren una extraordinaria transformación cuando quedan subordinadas a la política. Por razones políticas se ocultan sistemáticamente las imágenes de los soldados americanos muertos o gravemente mutilados en las guerras de Irak y de Afganistán: el Pentágono sigue convencido de que el formidable movimiento pacifista que forzó la salida de sus tropas del Vietnam fue decisivamente alimentado por la difusión de las imágenes de esa terrible guerra, incluidas las de sus marines muertos o desmoralizados por la misma. De allí que en los media occidentales ni siquiera hay imágenes de los féretros en los que regresan a casa los soldados americanos muertos en combate y menos de sus cuerpos destrozados. ¨ Ojos que no ven corazón que no siente ¨: es un viejo proverbio castellano que podría resumir la política invariable del Pentágono en ese punto. Aunque para esta formidable institución militar no se trata solo del ¨corazón ¨ de los deudos sino del riesgo que supone la opinión pública que viendo las imágenes de las atrocidades desencadenadas por la misma puede sentir que la guerra es demasiado horrible como para que se justifique hacerla por muy nobles que parezcan sus motivos.
Pero esta norma ha tenido durante la década larga de The War on Terror dos excepciones notables. La primera, la de las víctimas de los atentados terroristas en Irak y en Afganistán, cuyas imágenes se han publicado profusamente, aunque no así la de las víctimas del más grande atentado de todos: el del 11-S en Nueva York. La otra excepción es el ajusticiamiento de Sadam Hussein, cuyas imágenes se difundieron ampliamente sin ninguna contemplación. ¿Había que escarmentar? ¿Había que intimidar a los eventuales o hipotéticos partidarios de Hussein mostrándoles hasta qué punto puede ser implacable el poder americano con sus adversarios?
Y ¿la publicación de las fotos del cadáver ultrajado de Gadafi obedece a la misma lógica política? En principio podríamos decir que si: de un día para otro Gadafi se convirtió en un enemigo mortal de América, aunque también de Francia y Gran Bretaña como bien se sabe. Y como Hussein tenía o tiene seguidores a los que hay igualmente que escarmentar. Las imágenes de Gadafi admiten sin embargo lecturas adicionales. Como la que he hecho gracias a una relectura en estos días de Ante el dolor de los demás de Susan Sontag, que me permitió recuperar la cita que ella hace de las tres fotografías de Tyler Hicks que The New York Times publicó en su edición del 13 de noviembre de 2001 para ilustrar una crónica sobre Afganistán firmada por Clyde Haberman y titulada A Nation Challenges. Las fotos condensan una secuencia: en la primera se ve a dos soldados de la Alianza del Norte sacando de una cuneta a un talibán. En la segunda se lo ve en el suelo, de rodillas, suplicando a sus adversarios que lo amenazan con sus kalashnikov. Y en la tercera se le ve muerto y ensangrentado en la mitad de la carretera, con los pantalones bajados hasta las rodillas dobladas. La crueldad de estas imágenes movió a Sontag a escribir: ¨ Hace falta estoicismo en provisión suficiente cada mañana para llegar al final de The New York Times, dada la probabilidad de ver fotos que podrían provocar el llanto¨. Pero no sólo llanto, porque si lees la crónica de Haberman descubres de repente que su relato - que es el mismo relato canónico que entonces legitimó la guerra de Afganistán - arroja luces insospechadas sobre el que actualmente legitima la crucial intervención de la OTAN en la guerra civil libia. Escribió Haberman: ¨ Las fuerzas de la Alianza Norte, auxiliadas por pequeños contingentes de comandos americanos, fueron recibidos por los residentes locales con flores y música. Fue un buen día para ser barbero en Kabul. Los hombres se afeitaron sus barbas para celebrar su liberación del aspecto que les fue impuesto por los talibán como forma de acatamiento de los reglas del Islam. Las mujeres – o por lo menos unas cuantas- hicieron lo que había sido inimaginable bajo los talibán: se quitaron las ropas que las cubrían de los pies a la cabeza y dejaron al descubierto sus caras¨. Sólo que toda esta alegría estuvo empañada por ¨ el caos ¨ desencadenado en el país por la precipitada huida de los talibán de Kabul y ejemplificado por Haberman con el fusilamiento por miembros de la Alianza Norte de voluntarios árabes y pakistaníes y por la despiadada lapidación de su cuerpos. E ilustrada elocuentemente por la secuencia fotográfica de Hicks. Debido a ello, continúa Haberman, ¨ Las Naciones Unidas, con el apoyo americano, están tratando de llenar rápidamente el vacío político en Kabul con un Consejo de dispares grupos afganos¨. ¿Será que la divulgación consetida de las imágenes del cadáver de Gadafi no lleva solo un mensaje amenazante para sus seguidores o para el resto de los adversarios de América sino también para quienes lo lincharon?¿Acaso no es la imposición de un estigma que luego justificará la persecusión que se ordene contra ellos? ¿Terminarán esos linchadores corriendo la misma suerte corrida por los combatientes de la Alianza Norte que, con la ayuda de tropas de élite americanas, expulsaron a los talibán de Kabul? ¿La suerte de los talibán que, en su día, también fueron aliados indispensables? No tengo la respuesta a estas preguntas pero, en cambio, estoy seguro que las imágenes del linchamiento de Gadafi son una prueba adicional de la extraordinaria versatilidad que adquieren las imágenes de la crueldad cuando ingresan en el ámbito de la política y que tan paradójicamente contrasta con el carácter definitivo, lapidario, de prueba inapelable, que suele atribuírseles.

3 comentarios:

  1. Las fotos son buenisimas pero de lo más desagradable. Me impiden leer el post

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  2. CARLOS ES LO MISMO QUE VER LAS AJUSTAMIENTOS PUBLICOS ANTIGUAMENTE , ES LA SED VISUAL . AHORA VIRTUAL QUE ES DIFICIL DE SACIAR.

    SE DICE JUSTICIA DIVINA ES MANOS DE LOS MEDIOS INFORMATICOS.

    Y AQUI NADIE SE RINDE.

    BLANCO WHITE

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  3. Exclente blog. No hay que olvidar que la construcción de u diario no se hace por mera coincidencia, lleva siempre un discurso y, como bien dices, el discurso esta vez corresponde a una advertencia, un ejemplo.
    Parecería que la barbarie acabó hace mucho, pero sigue - lamentablemente- en pie.
    Saludos

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