Orham Pamuk inaugura en Estambul su
Museo de la inocencia y a los pocos días se inaugura en Madrid la exposición
Una historia vintage. Y esta coincidencia, puramente casual, resulta sin embargo reveladora porque el contraste entre uno y otro proyecto arroja luz en el debate sobre los museos que entre nosotros alimenta la crisis cada vez más aguda de su financiación pública. Pamuk lo tiene claro: ¨ El objetivo de los grandes museos de financiación estatal (…) es representar al Estado. Este objetivo ni es bueno ni es inocente¨ (El País, 29.04.12). Y también tiene clara la alternativa: ¨ El objetivo de los museos presentes y futuros no debe ser representar al Estado, sino recrear el pasado de los seres humanos singulares¨ por lo cual ¨los recursos que se destinan a museos monumentales y simbólicos deberían derivarse hacia otros más pequeños que cuenten la historia de los individuos¨. Y por ende a ¨apoyar a la gente para que convierta sus propios pequeños hogares en espacios de exhibición¨. Y esta es precisamente la médula del proyecto Vintage: convertir un pequeño hogar en espacio de exhibición. Cierto: la diferencia más notoria entre Vintage y el Museo de la inocencia es la que media entre la vida y la fama de un premio Nobel de literatura - al que acompañaron en la inauguración de su personalísimo museo de Estambul ¨ un centenar de periodistas de las mas distintas procedencias, desde Georgia a Corea¨, según Juan Cruz - y la vida y el anonimato de una viuda habitó hasta su muerte un modesto piso de la calle de Alcalá. Y en el tramo más modesto de esa misma calle madrileña. Pero esta no es la única diferencia. El museo de Pamuk no está, como los más emblemáticos museos europeos, al servicio de lo que podríamos considerar una grandiosa narrativa del género humano, pero no por eso carece de una narrativa prestigiosa formulada de antemano. De hecho los objetos expuestos y su dispositivo escénico documentan la historia del amor contrariado narrada por el escritor turco en la novela homónima y en la que Kemal - el protagonista - va robando de la casa de su amada Füsun los objetos con los que construirá su museo subrepticio. En Vintage falta por el contrario esa narración novelada y lo que hay detrás de lo expuesto es la suma de interpretaciones que una docena de artistas contemporáneos han hecho de las huellas que al cabo de varias décadas dejó en la arquitectura y el mobiliario de su modesto piso de alquiler la viuda desaparecida. Si la épica de la época de los palacios fue reemplazada por la novela en la época de los museos estatales – tal y como afirma Pamuk – la novela ha sido evidentemente reemplazada en Vintage por micro relatos con escasa o nula capacidad de generar públicos masivos como los que son propios de la novela.Pero queda la pregunta de si ahora el Estado, inmerso en su propia crisis, está dispuesto a financiar experiencias que de alguna manera apuntan a su disolución o si, por el contrario, va a mantener la financiación de los museos que lo legitiman con sus grandiosas narrativas.
NB. En
Una historia vintage intervienen Maria Anwander, Kristofer Ardeña, Angela Cuadra, Julio Fálagan, Nuria Fuster, Marco Godoy, Maria Kracikova, Carlos Martiel, Antonione Renard, Yoshida Shigeki, Marta Soul y Juan Ugalde. El comisario es Daniel Silvo.
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