La exposición de Nacho Criado, inaugurada (05.05.12) en los palacios de Cristal y de Velázquez del parque del Retiro de Madrid, ofrece una buena imagen quien fue él como artista. Alguien que desde los años 70 del sigo pasado estuvo muy al tanto de lo que la vanguardia artística hacia fuera de España y a la que se unió desde la distancia apropiándose de sus propuestas y reinterpretándolas imaginativamente. Con agudeza andaluza, si así puede decirse, y con ese humor fino de ¨dandy epigramático ¨ que diría Borges, y que, sin embargo, Fernando Castro Flórez, asocia a un perenne estado depresivo. O por lo menos eso fue lo que entendí en la conversación que Teresa Velázquez y yo mantuvimos con quién fuera uno de los grandes amigos de Nacho, mientras esperábamos el inicio de la rueda de prensa en la que Manolo Borja presentó la exposición. Y aunque no estoy nada seguro de que el humor de Nacho Criado estuviera alimentado por la combustión lenta y soterrada de una depresión sin remedio, si doy fe en cambio de que a él y a Fernando los unió una intensa amistad que no lograron echar a perder ni siquiera los episodios en los que sus opiniones se enfrentaron agriamente. Como sucedió – nos contó Fernando- durante el montaje de una exposición en La Coruña, en la que discreparon por la forma de colocar los dos monitores que acompañan la instalación que Nacho compuso en homenaje a Mantegna y en la que él aparece fotografiado en la misma posición del Cristo yacente en el célebre cuadro del gran pintor italiano. Fernando quería que los monitores miraran al público, mientras que Nacho quería que estuvieran enfrentados. Lo discutieron por días, pero al final se impuso por razones obvias la opinión del artista que, sin embargo, la misma noche de la inauguración se arrepintió y le reconoció a Fernando: ¨tenías razón: los monitores tienen que mirar al público¨.
Fernando, por lo demás, se explayó en nuestra conversación exponiendo los datos que certificarían la solidez y la solera de esa amistad. Nos contó que había escrito textos para 81 catálogos dedicados a Nacho Criado, había comisariado 22 exposiciones y escrito ¨ ciento y pico ¨de artículos de prensa dedicados al mismo. La mayor parte de ellos publicados en
Diario 16, donde Castro Flórez se inició in illo tempore como crítico de arte, y gracias al beneplácito de César Antonio Molina, quién entonces era el redactor jefe de la sección de cultura de dicho periódico. Fernando también nos rindió un informe cabal de los hábitos del artista andaluz quien, con frecuencia, iniciaba su día desayunando en casa de Fernando y después tomaba el aperitivo a La Venencia - donde se conserva una obra suya - y donde solía reunirse con Chiqui Abril y Jorge Laverón, dos taurinos de pro en el bar por antonomasia de los taurinos madrileños. Nacho probablemente lo fuera, pero no al punto de que se atribuyera el protagonismo de uno los episodios más sonados que tuvieron lugar en ese templo del fino y el jerez. El motivo fue un insólito pase de capote realizado por César Rincón durante la faena de gloria que le mereció la salida en hombros por la puerta grande de Las ventas y que ninguno de los presentes en el corrillo que discutía el extraño pase parecía capaz de descifrar y nombrar. Hasta que inconmensurable sabiduría taurina de Laverón dio con la respuesta: ¨ Fue una talaverana¨, sentenció escuetamente. Estupor entre los presentes que, no teniéndolas todas consigo, consultaron ¨ el Cossío ¨- como suelen llamar los entendidos a esa monumental enciclopedia del toreo. Y efectivamente si, la descripción coincidía: había sido una talaverana. Alguien le atribuyó después la hazaña a Nacho, que estaba presente, pero su verdadero protagonista fue Laverón- precisó Fernando.
En las tardes, Nacho iba religiosamente a
El Corte Inglés – continuó Fernando su apasionado relato- empleando mucho tiempo en la búsqueda y hallazgo de las prendas de vestir que mejor encajaran con la imagen de sí que quería trasmitir con su indumentaria habitual. Porque la verdad es que Nacho fue un artista sin fortuna, alguien a quien el mercado del arte le negó las recompensas que mereció desde siempre la calidad de su arte, pero no por eso descompuso nunca su figura ni dejó de vestir con ese inteligente descuido con que se visten quienes mejor visten. Lo dicho: un dandy epigramático y quizás melancólico.
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