Yo no estoy seguro de que exista una religión americana, tal y como ha sido convincentemente argumentado por Harold Bloom en una de sus obras mas provocadoras, pero en cambio si estoy convencido de que
El árbol de la vida es una película en la que sus contenidos religiosos están tan marcados por América que puede decirse que, de existir efectivamente una religión americana, esta película seria un sobresaliente ejemplo de la misma.
De hecho, un locus tan rotundamente cristiano como es la familia - la
sagrada familia, en el énfasis católico –, adquiere en la película de Terrence Malick rasgos que son típicamente americanos. Y más específicamente, los de la familia de clase media moderna, que vivió en los años 50 del siglo pasado una Edad de Oro si es que hemos de dar crédito a la recurrente idealización que el cine de Hollywood hizo entonces de la misma. Y que por esta razón es hoy es evocada por esa misma cinematografía con una nostalgia de la que no creo que se libre el propio Malick, aunque su reconstrucción de esa etapa no eluda la exhibición de los sórdidos conflictos que se ocultaban bajo una seductora fachada de familias saludables y bien alimentadas, amplias y luminosas casas suburbanas, coches enormes y aerodinámicos y muchos otros signos de una prosperidad material de la que nunca antes se pensó que pudiera disfrutar tantísima gente. La familia elegida por este raro director esta en consecuencia encabezada por el señor. O ´Brien, un brillante ingeniero que sirvió en la marina de guerra, que está muy orgulloso de su trabajo y que sin embargo es un patriarca implacable que maltrata sistemáticamente a su mujer y somete a sus hijos –y sobre todo al mayor – a una disciplina castradora.
Pero un día su sólido mundo se derrumba abruptamente: la empresa prescinde de golpe de sus servicios y su primogénito muere en el umbral de la juventud y por motivos y circunstancias que nunca se aclaran en el filme. Es entonces cuando en el relato interviene directamente la religión, invocada patéticamente por la madre como paliativo y consuelo al dolor intolerable que le causa la pérdida de su hijo. Y su invocación y las que hacen su marido y el hijo superviviente - cada uno a su modo - encaja entonces con la invocación de la religión que hace el propio director de la película y que es tan impetuosa y decisiva que trasciende la historia de la familia protagonista y la convierte en una versión contemporánea del
Libro de Job. Tal y como lo anticipa la cita de este libro utilizada por Malick encabezar el filme y como corrobora que en uno de sus parlamentos el señor O´Brien se pregunta porqué la han caído tamañas desgracias encima cuando él no ha faltado ni un día al trabajo ni ha dejado de dar religiosamente dinero a la iglesia todos los domingos. Cierto, sus infortunios resultan leves si se les compara con los de un Job que de un solo golpe fue condenado a la miseria y a la enfermedad, perdidas las mujeres, los cultivos, el ganado y los caravanas de camellos que lo hacían uno de los hombres mas ricos de su tiempo. Pero a Malick le bastan para actualizar en su película la pregunta irritada que hace Job por la justicia de un Dios que castiga de manera tan cruel como incomprensible a quien se considera uno de sus más fieles y virtuosos devotos. Y junto con la pregunta viene la respuesta, ofrecida en el pasaje del Libro de Job a la que pertenece la cita mencionada arriba, en la que Yahvé fulmina la soberbia de quien se atreve a pedirle explicaciones:¨ ¿ Vas tú a impugnar mi juicio/ a condenarme a mi para quedar tú absuelto? –pregunta iracundo. Y para demostrar cuán vana es la pretensión de Job, Yahvé se explaya en una descripción poética del mundo que quiere dejar bien claro que el mundo y todas los seres vivientes que lo habitan, desde los más dóciles hasta los mas fieros, son creación suya y por lo tanto obra de una voluntad inconmensurable cuya justicia no puede ser comprendida por un simple mortal. ¨ Solo de oídas te conocía/ mas ahora te han visto mis ojos/ Por eso me retracto y contrito estoy/ sobre polvo y ceniza¨, termina reconociendo abrumado Job, en la bella y muy reciente traducción al castellano de su libro firmada por Susana Pottecher y Julio Trebolle.
A ese mismo resignado arrepentimiento inducido por la omnipresencia divina invita
El árbol de la vida, que debe buena parte de su formidable atractivo visual a las muchas secuencias que muestran la magnificencia inigualable del universo, tal y como podemos visualizarla gracias a las cámaras prodigiosas que hoy nos permiten penetrar en lo infinitamente pequeño e inmediato tanto como en lo infinitamente enorme y distante. Sólo que esas fascinantes imágenes cósmicas están expuestas a un conflicto de interpretaciones de naturaleza inequívocamente religiosa que Malick no vacila en traer a cuento. El antiguo conflicto entre monoteísmo y panteísmo que ha resucitado con fuerza. Y no solo debido a la espiritualidad
new age que algunos críticos han creído descubrir en el regodeo de Malick en las imágenes cósmicas, sino también a esa variante del ecologismo que sacraliza la vida en el planeta y que se está convirtiendo en un vasto movimiento espiritual e incluso en una importante fuerza política a escala internacional. Es a ella a la que Leonardo Boff - un influyente teólogo de la liberación - ha salido al encuentro hace poco en su ensayo
Panteísmo versus Panenteísmo, en el que se esfuerza por acoplar o encajar ese difuso panteísmo en los límites del cristianismo. Boff inicia su argumentación con esta comprobación: ¨ Una visión cosmológica radical y coherente afirma que el sujeto último de todo lo que ocurre es el universo mismo. Él es el que hace surgir los seres, las complejidades, la biodiversidad, la conciencia y los contenidos de la conciencia porque somos parte de él¨. Pero de esta premisa inmanentista pueden derivarse dos posibilidades de divinización del universo. La primera es el panteísmo que piensa que ¨ el cielo es Dios, la Tierra es Dios, la piedra es Dios y el ser humano es Dios¨. Boff la tacha de equivocada porque ¨esta falta de diferencia lleva a la indiferencia¨, que es especialmente grave en los ámbitos de la ética y de la justicia. La segunda opción la representa el ¨panenteísmo ¨, un término que fue propuesto por Frederick Krause en el siglo XIX y que Boff explica así: ¨Todo no es Dios. Las cosas son lo que son: cosas. Sin embargo Dios está en las cosas y las cosas están en Dios, por causa de su acto creador¨.
Esta divinización del universo calificándolo creación divina satisface evidentemente las exigencias del monoteísmo pero no así las del cristianismo, que es religión del Hijo, del Hijo de Dios hecho Hombre, y por lo tanto distinto del Dios Padre y distinto del universo con el que el Dios Padre se confunde en la argumentación de Boff, quien, para no abandonar completamente el terreno del cristianismo, se ve obligado a sugerir identificación de Cristo con lo que el cosmos tiene de contingente y evolutivo. Dios, que ¨aparece en el lenguaje de todas las tradiciones transculturales, como Espíritu creador ¨ - explica – viene ¨ mezclado con todas las cosas. Participa de sus desarrollos, sufre con las extinciones en masa, se siente crucificado con los empobrecidos, se alegra con los avances rumbo a diversidades más convergentes e interre
lacionadas, apuntando hacia un punto Omega terminal¨.
Ignoro si Malick ha leído a Boff o a Teilhard de Chardin – de quien Boff es claramente tributario - pero estoy seguro en cambio que
El árbol de la vida responde al esquema esbozado por el notable teólogo brasileño. El Dios de Malick es un dios cósmico pero de un cosmos que revela su condición de creado antes que de auto creado por su sujeción a una ley moral que, en la película, es puesta de presente por ejemplo en la escena en la que un dinosaurio depredador siente compasión por su presa, levanta la garra y la deja marchar. Y su película es una película del Hijo, de ese hijo machacado en la infancia por un padre severo que sin embargo se confiesa semejante a su padre y que después de su muerte prematura se convierte no solo en el bastión de la fe de su madre sino también en la única guía posible que encuentra su hermano para orientarse en un mundo que para él ha perdido completamente sentido. Y que si tiene alguna salida esa sería el rencuentro en la fe de todas esas almas solitarias que vagan sin rumbo en una playa desolada al final de la película.
Hay otro punto crucial en el que convergen Boff y Malick y es en el hecho de que en la obra de ambos la imagen de Cristo se desdibuja hasta el punto de que
El árbol de la vida no ha sido comúnmente reconocido como un filme ya no solo religioso sino específicamente cristiano. Y eso a pesar de que resuma cristianismo, tal y como he intentado demostrar. Boff intenta conjurar esta deficiencia, que pone en cuestión la naturaleza radicalmente iconográfica del cristianismo, apelando directamente a Teilhard de Chardin, que ¨vivió una conmovedora espiritualidad de la transparencia¨. Y quien sentenció: ¨ el gran misterio del cristianismo no es la aparición sino la transparencia de Dios en el universo. No solamente el rayo que aflora sino el rayo que penetra. No la Epifanía sino la Diafanía¨. Quizás tenga razón pero si la tiene Cristo ya no tendrá imagen o tendrá una que hoy nos resultaría irreconocible.
¿ Enorme artículo que cuelgas ! Totalmente de acuerdo con lo que dices de Malick, la representación de Dios y Teilhard de Chardin, quien, por cierto, era archivero y perteneció a la École Nationale des Chartre. Vamos, otro artista del archivo.
ResponderEliminarValentin Roma.
Lo siento mucho. Pero a mi la película de Malick me resulta tan tediosa como el cristianismo
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