El interés de Ana María Rueda por el bosque cobró forma por primera vez en la instalación
Fuego, realizada en 1999 en el Museo
de Arte Moderno de Bogotá, que fue una suerte de réplica a escala de un bosque,
construida con trozos de árboles talados en el entorno de la ciudad. La marca
impresa con fuego en cada uno de ellos evocaba el conflicto entre el
desgarramiento y la regeneración al que los árboles están siempre expuestos.
Ahora Ana María recupera este tema solo que lo hace entrelazándolo con el despliegue de
una fascinante disección del dispositivo fotográfico. Digo para decirlo con los términos utilizados
por Jean Marie Schaeffer para exponer su concepción de que la fotografía no es
el simple resultado de una cámara, cualquiera que ella sea, sino del complejo
dispositivo que involucra al fotógrafo,
al espectador y la cultura que los une, rige la composición de las
imágenes fotográficas y les otorga un sentido inevitablemente incierto.
Este concepto ampliado de la fotografía es el que
disecciona Ana María Rueda en la exposición Bosque
sin sombra, abierta actualmente en la galería NC- arte (04.05.13) en el marco Fotográfica,
la muestra internacional de fotografía que Bogotá celebra anualmente. La
exposición es un mosaico desplegado sobre los muros de dos salas contiguas de
la galería y compuesto por fotografías y por dibujos en negro. En muchos y muy
distintos matices del negro. Las fotografías son todas fotografías parciales de
unos apilamientos de finas láminas de madera que recuerdan con fuerza los
abultados legajos de los archivos de antes. De las épocas de la escritura sobre
pergaminos y papeles, que precedieron a la actual y en la que la escritura
coexiste con la fotografía en los archivos y los bancos de datos de soporte
digital, sin que la proliferación tendencialmente infinita de ambas anule su
carácter monumental ni su utilización como documentos.
Pero aún más poderosa que esta evocación lo es la
calidad visual de estas fotografías determinada por los sutiles matices de luz
que individualizan a cada una de ellas.
Y las convierten en auténticas fotografías: grafía de luz, grafía con la luz. La expresión ¨ bosque sin sombra ¨ es paradójica: el
bosque por definición es umbrío, una teoría de luces y de sombras que sólo
queda anulada por efecto de la oscuridad de la noche que Eduardo Galeano ha invocado
con esta fórmula mágica e inolvidable: ¨ Ellos son dos por un error que la
noche corrige ¨.
La fotografía trae consigo su propia paradoja: en el
momento de disparar la cámara el visor se cierra y en ese instante verdaderamente
decisivo el fotógrafo no ve lo que la cámara capta. De allí que la fórmula ¨ la
fotografía objetiva la mirada ¨ sea siempre inexacta porque la cámara no capta
lo que el fotógrafo ha visto sino lo que él vio antes de que la cámara lo viera. Este punto ciego, este parpadeo,
esta interrupción en la continuidad de la visión, tiene su contrapartida en los
dibujos negros que mencioné antes, que se intercalan en el fascinante
despliegue de fotografías con el que Ana María Rueda rinde homenaje a la paradoja de un bosque sin sombra. El bosque que
desaparece en la sombra.
No estoy de acuerdo, creo que el bosque nunca esta completamente a oscuras.
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