Detroit se hunde en la miseria victima de la
globalización que permitió, entre tantas otras cosas, el desmantelamiento de
sus legendarias mega factorías automovilísticas, cuyas partes componentes se fueron
en su mayoría adonde los salarios eran lo suficientemente bajos como para que
los de Detroit no pudieran competir con ellos. En la ciudad solo quedaron las
partes del mecano que se robotizaron de manera rentable. Sin embargo esa misma globalización permitió
igualmente un milagro como el de Sixto
Rodríguez, el cantautor de origen mexicano descubierto al final de los años 60
por un grupo de productores independientes mientras cantaba en un bar de Detroit.
Eran los tiempos del despegue del enjambre de sellos discográficos que
auspiciaron lo que se conoció como el sonido
Motown, y que fueron una
herramienta bien importante en el descubrimiento y la proyección de muchas de las más grandes figuras de la música
afroamericana del período. El sonido Motown tuvo un fértil suelo inicial en
la enorme comunidad afro de la ciudad, cada vez más consciente de sus derechos gracias
al movimiento de los derechos civiles, la Nación del Islam o los Black Panther.
Y al surgimiento de líderes tan notables como Martin Luther King y Malcom X, ambos
asesinados. De hecho en 1967, el mismo año de la grabación por el sello Sussex
del disco I´ll Sleep de Rodríguez, tuvo
lugar un formidable levantamiento negro, desencadenado por la irrupción abusiva
de la policía en el bar donde cerca de un centenar de personas celebraban el
regreso a casa de dos veteranos de la guerra de Vietnam. Pocos incidentes como
ese para corroborar la denuncia de
Malcom X de que los afroamericanos eran enviados a combatir al sudeste asiático
en nombre de unas libertades que su propio país les negaba. La ciudad se
incendió literalmente el 23 de julio de 1967, en el que fue el más violento y
sangriento de los levantamientos motivados por la discriminación racial y desencadenados por esas fechas en 127
ciudades americanas. Pero el activismo
religioso, político y cultural de los afroamericanos no le concedió un lugar a
las canciones de Rodríguez, quizás porque eran más existencialistas y elegíacas
de lo que ese activismo prefería entonces. O simplemente porque expresaban ante todo los sentimientos de una clase
obrera como la de origen mexicano que, aunque compartía con la afro, la
discriminación racial y las penurias lo hacía de otro modo. Con otra tradición y
otras expectativas.
El fracaso comercial de los discos de Rodríguez le llevó a abandonar el camino de la música
profesional y a compatibilizar el duro trabajo asalariado con el activismo político
en la causa chicana. Fue tan completa su desaparición de la escena artística
que dio pie a la leyenda urbana de que se había suicidado en el escenario, en
pleno concierto, pegándose un tiro en la sien.
Sólo que uno de sus discos, Cold Fact, grabado inicialmente en 1970 en Detroit, fue a dar a
manos de un productor surafricano que lo copió y lo distribuyó, con el
resultado inesperado de que pronto alcanzó una extraordinaria popularidad. Se vendieron
miles de copias y un grupo de rock que,
aunque compuesto exclusivamente de blancos afrikáner era solidario con los
movimientos anti apartheid, hizo suyo varios de sus temas y los interpretó en
multitud de conciertos. Sugar man,
uno de ellos, se convirtió en una enseña para los blancos opuestos al sistema
de discriminación racial que entonces imperaba en Suráfrica.
A mí me resulta un enigma la sorprendente alquimia que permitió que las canciones de
Rodríguez saltaran en África las barreras de clase y de cultura que no pudieron saltar en su día en
América y que lo que no escucharan los afroamericanos y ni siquiera los
chicanos, lo escucharan con tanto entusiasmo los blancos surafricanos opuestos
al racismo o avergonzados del mismo. Pero no puedo dejar de subrayar que esas derivas tan inesperadas como grávidas de consecuencias liberadoras son posibles gracias a la globalización. Que
como dijo Frederic Jameson, a propósito del capitalismo, es lo mejor y lo peor
que le ha pasado a la humanidad.
El director de origen argelino Malik
Bendjelloul realizó en 2011 en Suecia el documental Searching for sugar man, dedicado a
reconstruir la extraordinaria parábola de Sixto Rodríguez. El año pasado , gracias a él, obtuvo con el Óscar de la Academia cinematográfica americana.
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