Desconocida raíz común es el título del
libro que Felipe Martínez Marzoa ha dedicado a reconstruir meticulosamente el
esfuerzo de Kant por integrar en un sistema coherente lo sensible con lo
inteligible, lo que en principio no obedece a ley con lo que de antemano está conformado por ella. Y se me ha venido a la cabeza viendo la exposición que el Museo Reina
Sofía de Madrid ha dedicado a Hanna Darvoben (01.04.14), la artista conceptual
por excelencia. La muestra se titula inopinadamente El tiempo y las cosas, pero lo que la
distingue de otras tantas de su género es que reúne un conjunto muy significativo
de obras de Darvoben con fieles reproducciones a escala de los distintos sitios
de trabajo que tenían lugar en Am Burgberg, su casa- estudio de Hamburgo. Al
hacerlo nos expone al hecho muy crudo de que si los cuadros y los dibujos de
Darvoben son inequívoca, obstinadamente geométricos, los escenarios de su
trabajo son sorprendentemente fantasiosos, debido a la disparatada heterogeneidad de los
documentos, los gadget y los suvenir reunidos en cada uno de ellos. Geometría y
fantasía, racionalidad y sensibilidad e incluso bauhaus y Hollywood son otros tantos nombres inscritos en la
oposición que Inmanuel Kant intentó conciliar en su Crítica del juicio, apelando a ¨ la desconocida la raíz común ¨
compartida subrepticiamente por los dos términos de la misma.
La oposición expuesta de manera cruda en esta muestra, como ya dije. Qué
contraste, por ejemplo, con el estudio de Francis Bacón, cuya agobiante y
caótica acumulación de lienzos, pinceles, bocetos, basura , fotos, manchas, salpicaduras
y desechos casi inidentificables no podría calificarse propiamente de fantástica.
Y menos de fantasiosa. Como tampoco podría inscribirse en la oposición o en la
incongruencia que pretendió resolver el
filósofo de Königsberg, porque el carácter catastrófico del estudio de Bacón
resulta claramente afín con el patetismo de su pintura.
Cierto, la oposición entre geometría e imaginación ha perdido actualmente buena parte de su mordiente debido al ¨todo vale¨, que la posmodernidad entronizó con singular éxito en el pináculo de la escena artística contemporánea. Pero cabe advertir que tiene antecedentes en la neutralización del contraste entre la severidad kantiana y el desafuero sádico,que Jacques Lacan realizó en su revelador ensayo de 1962 Kant con Sade. En él no entra en juego, como en la Critica del juicio, la fundamentación de una ciencia de la estética sino, como en la Crítica de la razón práctica, la fundamentación de una relación de mutua determinación entre la libertad y la ley moral. La tesis básica de Kant es que la aceptación de la ley moral no es un obstáculo al ejercicio de la libertad sino justamente lo contrario, porque es dicha aceptación lo que nos permite tomar conciencia de la libertad. Desde esta perspectiva la incongruencia entre el carácter de la obra de Darvoben y el de sus insólitas colecciones podría interpretarse simplemente como dos modos tan distintos como legítimos de ejercer la libertad porque, en ningún de los dos casos, la artista alemana habría desafiado o contrariado la voz de su conciencia, agente omnipresente de la ley moral. Lacan logra sin embargo perturbar esta plácida armonización. Y lo hace de tal manera que ilumina el sentido y el alcance de ese ¨todo vale ¨ que actualmente dinamita tanto la posibilidad de una ciencia de la estética como la de la congruencia entre la libertad y la ley moral. Lacan llama la atención en su ensayo sobre el hecho, habitualmente pasado por alto quienes oponen Kant a Sade, de que el cuestionamiento al que Kant, en su afán de fundamentación racional, somete la creencia espontánea de que el bien es el objeto de la ley moral es de tal naturaleza que abre las puertas a la fascinante reivindicación del goce - el deleite en el mal - condensada por Sade en esta máxima: ¨Tengo derecho a gozar de tu cuerpo, puede decirme quien quiera, y ese derecho lo ejerceré, sin que ningún límite me detenga en el capricho de las exacciones que me venga en gana saciar en él¨.
No es esta evidentemente la ocasión de exponer al completo la argumentación de Lacan, pero sí la de traer a cuento en
estas digresiones un
pasaje de la misma que ilumina el estado actual de moral y hasta de la
estética contemporáneas. ¨Sade, el interfecto – afirma Lacan - continúa
a Saint- Just donde es debido. Que la felicidad se haya convertido en un factor
de la política es una proposición impropia. Siempre lo ha sido y volverá a
traer el cetro y el incensario que se las arreglan muy bien con ella. Es la
libertad de desear la que es un factor nuevo, no por inspirar una revolución,
sino por el hecho de que esa revolución
quiere que su lucha sea por la libertad del deseo. De ello resulta que quiere
también que la ley sea libre, tan libre que la necesita viuda, la Viuda por
excelencia [Se refiere a la guillotina, CJ.], la que manda al canasto la cabeza
de uno por poco que cabecee en el asunto¨. En esas estamos y así nos va.
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