jueves, 21 de julio de 2016

La batalla de Hollywood. (III)




El filme Ave César de los hermanos Coen se introduce en esa coyuntura histórica precisamente por la vía indicada por Espartaco, que efectivamente representó un contrapunto en la secuencia de superproducciones de temas romanos y bíblicos que fueron uno de los platos fuertes de la oferta de Hollywood en los años 50: ¿Quo Vadis?  Ben Hur, Los diez mandamientos…Sólo que la superproducción cuyo rodaje es el hilo de la trama argumental de su película resulta ser una parodia. Empezando por su protagonista, un centurión romano interpretado por un George Clooney, obligado una vez más por los Coen a interpretar el papel de un imbécil. De alguien que no se entera de nada y que por lo tanto es la presa ideal de una conspiración urdida por una célula comunista que lo secuestra tanto para cobrar a Eddie Mannix - el ejecutivo de la productora de la dichosa superproducción - un cuantioso rescate sino para apoderarse de su mente sometiéndolo unas sesiones intensivas de adoctrinamiento o de lavado de cerebro puro y duro en la lujosa mansión junto al mar a donde le han llevado. Quién  dirige el lavado de cerebro es un altisonante  profeso de marcado acento germánico al que los Coen se permiten la humorada de endilgarle el mismo apellido de Herbert Marcuse.  Pero su cháchara es tan disparatada que  sólo puede ser aceptada como la verdad por fin revelada por un tonto de baba como es el centurión interpretado por Clooney. Y por no faltar en esta caricatura de las caricaturas del comunismo acuñadas durante el macartismo, no falta el siniestro agente soviético que al final del rocambolesco episodio huye a Moscú en submarino ruso con un maletín repleto de dólares que termina en el fondo del mar.  
Cierto: dada la trayectoria de los Coen puede pensarse que con su reanimación de los estereotipos del “tonto útil” que por pura ingenuidad se deja manipular por los comunistas o del siniestro agente de Moscú infiltrado en nuestra sociedad para destruirla, ellos no han hecho más que dejarse llevar, a propósito del episodio histórico tan decisivo como lo fue la Caza de brujas en Hollywood, de la tendencia a la parodia que domina sus mejores películas, así como por su predilección por personajes que  son tan malvados como estúpidos. A favor de esta interpretación cuenta también el hecho de que Hobie Doyle, el vaquero bobalicón interpretado en su película por Alden Ehrenrich, puede ser tranquilamente la caricatura  del actor John Wayne, enérgico militante del partido republicano  y fiero enemigo de la “infiltración” comunista en Hollywood. Por lo que podría argumentarse que los Coen no han discriminado entre izquierda y derecha a la hora de ridiculizar a sus personajes.    
Pero en contra de esta lectura conspira la elección precisamente de George Clooney para su interpretación del estúpido centurión romano. Porque Clooney no es solo una de las figuras más notorias de la izquierda liberal de Hollywood sino que ha cumplido un papel destacado en la reivindicación de quienes en su día combatieron firmemente al macartismo. De hecho él es el director y uno de los actores principales del largometraje de 2005 Buenas noches y buena suerte, centrado precisamente en la batalla que el célebre periodista antifascista Edward R. Murrow libró contra el senador McCarthy cuya casus belli fue la campaña de este último contra Milo Radulovich, un oficial de la Fuerza Aérea Americana acusado injustamente de comunista. Y fue Clooney quien escribió el prólogo entusiasta del libro de Kirk Douglas  I am Espartacus. Making a Film, Breaking the Black list (2012).
De allí que no resulte del todo paranoico pensar que los hermanos Coen con su utilización de George Clooney en el papel de centurión idiota estén deslizando sibilinamente una doble acusación: la de que Clooney puede ser en la vida real lo que es en Ave Cesar: un tonto útil del comunismo. Y la de que también lo fue Kirk Douglas cuando se jugó su carrera artística ofreciendo a Dalton Trumbo que su nombre figuraría con todas las letras en los créditos de Espartaco. La película que él protagoniza y que hoy  suele contabilizarse como una más de las superproducciones de “romanos” hechas por Hollywood  en los años 50 del siglo pasado, a la que se le da por perdido el mordiente que tuvo en los años de su estreno, celebrado sintomáticamente por John F. Kennedy, tal y como lo registra en un pasaje la película Trumbo. Y a cuyo mensaje de rebeldía opone el centurión de los Coen el amor a Dios.
Admitida esta hipótesis cabe la pregunta: ¿por qué los Coen se involucran de tal modo en la descalificación de los protagonistas de izquierda de una batalla de la que aparentemente ya muy pocos se acuerdan? ¿Será porque no está tan olvidada como creemos o nos hacen creer? ¿O será porque vuelve a tener actualidad ahora que Hollywood – o por lo menos su main stream – está produciendo a destajo filmes y telefilmes que dan forma y figura en la imaginación de su público multinacional a la guerra ubicua, evanescente, proteiforme, omnipresente contra el terrorismo. Esa guerra que tiene en vilo tanto las garantías y los derechos civiles del pueblo americano como el derecho internacional , vulnerado una y otra vez por la invasión o la agresiva intervención en países soberanos.  A su colaboración con la War on terror Hollywood viene a sumar su participación activa en la nueva Guerra fría desatada ya no contra la desaparecida Unión soviética sino simplemente contra Rusia. ¿Trumbo, como  Zapata, cabalga de nuevo? 

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