El International Herald Tribune publicó, en su edición del 6-7 de junio, una fotografia de gran formato en la que se ve a Obama solo, con traje oscuro, chaqueta y corbata, de pie, muy concentrado y serio y con la mirada baja, ante una escueta lápida sobre la que ha depositado una sola rosa blanca. Le rodean un prado perfectamente cortado y algunos de los pabellones y barracas que componían la arquitectura de uno de los lager, de los campos de exterminio y de trabajos forzados, donde tantisimos europeos de muchas naciones, pueblos, lenguas y creencias fueron víctimas de las estrategias genocidas de los nazis. La foto, sin embargo, no da cuenta en ningún aspecto de esa vesania ni de ese horror porque todo en ella luce apacible, silencioso, tranquilo, como si la foto no fuera mas que la imagen de un ciudadano común y corriente de visita en lo que que no es mas una gran propiedad rústica prusina por completo ajena al nazismo, a la guerra y al genocidio. Cuando Hannah Arendt cubrió para una revista americana el juicio de Adolf Eichmann en Jerusalém, descubrió en la mediocridad de la figura y el empaque del antiguo jerarca de las SS esa ´la banalidad del mal´ que fue el fondo, el sustrato, la contrapartida rutinaria y a la vez doméstica de la retórica heroica con la que el nazismo fascinó a las masas de la época. No me cabe duda de que esta foto es otra imagen de esa banalidad del mal advertida por Arendt y puesta en evidencia por el aspecto tan bucólico de lo queda de un campo de exterminio. Pero tambien podria serlo - dada la ubicacion central en la imágen de un Obama tan común y corriente en su traje y su corbata - de la banalidad en la que siguen apoyándose los delirios de grandeza y hegemonia mundial incontestable del Imperio Americano.
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