lunes, 22 de junio de 2009

Steve McQueen en Venecia.

Steve McQueen fue a Venecia y cayó victima de la melancolica que la ciudad ofrece como una tentación desde hace un par de siglos, cuando perdió definitivamente su imperio, su independencia republicana y su estatus de centro comercial y financiero de importancia europea. Tentación de la que fue tambien víctima destacada el pintor Joseph Mallord William Turner, quien viajo alli en tres oportunidades entre 1819 y 1840, cuando dibujó, pintó y grabó numerosas imágenes de la ciudad, muchas de las cuales pudimos ver en la exposición titulada precisamene Turner y Venecia y realizada en 2005, en la CaixaForum de Barcelona. Venecia resultaba en esas obras una ciudad fantasmal, con el Gran Canal, la plaza de San Marcos y sus palacios, sus templos y sus puentes emborronados por la niebla, las lluvias y los atardeceres invernales. Como han resultado ahora los Giardini - el parque público de la ciudad y la sede histórica de su bienal de arte - en la película de Steve McQueen del mismo nombre, que se exhibe ahora en el pabellón de Gran Bretaña de la bienal. El propio artista cuenta que viajó a la antigua ciudad de los Dogo en febrero y quedo impresionado por el vacío y la soledad que imperaban en los Giardini despues de la extinción del esplendor y el bullicio de la bienal. En su película, los pabellones están desiertos, los caminos y senderos salpicados de basura, la hierba descuidada y la desolación es interrumpida - o mejor, subrayada- por la imágen de una anciana empujando un carrito de supermercado cargado con comida para los gatos callejeros que dormitan o se pasean tranquilamente por los sitios de donde los ahuyentaron las multitudes de turistas y viajeros. Tambien hay perros, unos galgos maltrechos que le dan largas a la muerte merodeando por los rincones y rebuscando comida. Y hay lluvia y niebla y atardeceres lluviosos sobre el mar - como esos que fascinaban Turner - que de repente, sin embargo, son interrumpidos por la irrupcion en la escena de un gigantesco crucero marítimo, cargado con miles de turistas, que corta el espectáculo de la lenta puesta del sol sobre las aguas de la laguna.
La pelicula de McQueen entronca, ciertamente, tanto con la melancolía romantica cultivada por Turner como con el tema moralizante de la ´decadencia de los imperios ´, que igualmente cultivaron los románticos europeos, empezando por John Ruskin, otro romántico inglés apasionado de Venecia. Pero aporta la novedad de referir ese sentimiento difuso, intangible, saturnal, causado por la contemplación de lo irremediablemente perdido, al mundo del arte contemporáneo que se da cita cada dos años en Venecia, intentando ofrecer en cada oportunidad un espectáculo deslumbrante. Seductor. Portentoso. Mágico, si se quiere. Por eso las imagenes pateticas de la pelicula de McQueen permiten asociaciones con el estado actual de ese mundo, que subrayan la fugacidad de sus artistas y sus obras y la conectan con la coyuntura fatal que atraviesa actualmente la economía del mundo. De hecho hay quienes piensan que estamos asistiendo al ocaso no solo del Imperio Americano sino tambien de las formas espectaculares y a la vez especulativas de arte que ese imperio logró imponerle al resto del mundo. Y las que la bienal de Venecia se rindió, evidentemente, durante las últimas décadas.

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