De repente la policía lo detiene en su propio país y la popularidad de Ai Weiwei se dispara. Y sobre todo en Londres, donde ya la había ganado limpiamente con su extraordinaria intervención en la Turbine Hall de la Tate Modern, en la que un millón de réplicas en arcilla de semillas de girasoles desparramadas por el suelo equilibraban inesperadamente la desaforada arquitectura del espacio expositivo más exigente del mundo. El efecto milagroso de esa cifra evocaban las cifras que se citan a diario para calcular el no menos portentoso crecimiento de China, su encumbramiento al rango de primera potencia económica mundial. Y el carácter artesanal de la fabricación de esas convincentes réplicas de las humildes semillas remitía simultáneamente a las tradiciones de paciencia, destreza y buen hacer manufacturero que han sido por centurias características de la cultura china y que hoy, sin embargo, están amenazadas por un proceso de modernización vertiginoso y con frecuencia devastador. Ai Weiwei ha dedicado, como se sabe, una parte sustancial de su arte a tematizar y a escenificar ese conflicto. De hecho la exposición de sus obras más recientes abierta actualmente en la Lisson Gallery (15.05.11) es una nueva vuelta de tuerca en su propósito de reivindicar los objetos tradicionales chinos: biombos, puertas, sillas, jarrones, etcétera, rescatados con frecuencia de casas, edificios e inclusive templos demolidos para dar paso a los mega proyectos urbanísticos que están transformando la faz de China y borrando sin piedad las huellas de su extraordinario pasado. Hasta unos extremos que difícilmente pudieron siquiera imaginar los guardias rojos que protagonizaron ese intento de liquidar de un plumazo el vasto legado histórico chino que fue la Revolución cultural. En esta ocasión no están sin embargo expuestos directamente esos objetos recuperados - como en otras oportunidades - sino versiones e interpretaciones de los mismos. Como esas puertas tradicionales y sillas dinásticas no en madera en mármol. Esa réplica del despliegue de los guerreros de terracota de Xian hecha con sillas de la dinastía Qing. O ese Buda construido con piezas de Lego. Esta oscilación entre la monumentalización y el pastiche, entre la exaltación y la ironía es una muestra adicional de hasta qué punto la actitud hacia el legado histórico de Ai Weiwei no es la de la reivindicación a ultranza del mismo ni la de la impugnación sin más de la modernización que lo amenaza gravemente. No hay que olvidar que él formó equipo con los arquitectos Herzog et De Meuron, para diseñar el estadio olímpico de Beijing, que recibió el apodo de ¨el nido ¨ debido a la potente maraña de vigas y columnas que lo recubre y que es obra del artista chino. Y tampoco hay que olvidar el carácter abiertamente moderno de proyectos arquitectónicos suyos como el del Centro Fotográfico Tres Sombras. O el de su casa estudio, ambos en la capital china,cuya demolición fue ordenada por las autoridades por falta de licencia de construcción. Y que fue construido en una de esas zonas urbanas degradadas objeto de los ambiciosos planos de renovación urbana que mencioné arriba. Esta querella fue, por lo demás, el comienzo de una cadena de acusaciones e impugnaciones legales que han culminado - por ahora - con la detención hace ya casi dos meses de Ai Weiwei por la policía cuando intentaba abordar un avión con destino a Hong Kong. Y detrás de las cuales estaría la irritación de las autoridades de Beijing con actividad política del artista chino y especialmente con sus denuncias de la mala gestión e incluso del ocultamiento del número de víctimas del terremoto de Sichuan por parte de esas mismas autoridades.
La compleja actitud de Ai Weiwei ante la historia se manifiesta igualmente en otra de sus intervenciones en la capital británica. Me refiero a Circle of Animals/Zodiac, la instalación en los jardines de la histórica Somerset House, formada por 12 cabezas de animales que son, a su vez ,réplicas en bronce de las adornaban el calendario fuente del Palacio Yuanming Yuan situado en las afueras de Beijing. Y que fueron robadas durante la ocupación de la capital imperial por las tropas americanas, británicas y francesas enviadas a sofocar la rebelión nacionalista de los Bóxer. Con esta obra el artista chino ha pretendido actualizar el recuerdo de un episodio histórico del que hoy francamente pocos británicos pueden sentirse orgullosos.
La intervención de Theo Firmo
Hace 13 años
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