lunes, 23 de mayo de 2011

El horror de la frialdad.

¨Son o se sienten austrohúngaros¨. Con estas o con semejantes palabras Maruja Torres se refirió alguna vez al grupo de escritores y literatos barceloneses que convertían su apasionamiento por la cultura de la Mitteleuropa en un signo de distinción social o - por lo menos - en la razón de una actitud desdeñosa hacia esos escritores contemporáneos suyos que, como la propia Maruja Torres, eran poco más que esforzados obreros de las letras. Y encima, charnegos. O casi. Y esta historia se me ha venido a la cabeza viendo la exposición inaugurada hace poco (19.05.11) de Bernardi Roig en la galería Max Estrella de Madrid. Exposición exquisita donde las haya, que lleva a extremos gélidos el refinamiento formal habitual en la obra de este notable artista mallorquín. Refinamiento en blanco sobre blanco de sus esculturas tan rotundas como espectrales, acentuado por la luz fría de las luces de neón con las que él las ilumina, cuando no se las pone directamente encima. Como lo hace ejemplarmente en esa contundente versión de la emblemática vaca abierta en canal por Hermann Nietsch - cabeza de fila del accionismo vienés de los años 50/60 del siglo pasado que, con piezas, dibujos y performances tan chocantes como sanguinolentas, se empeñaba en ofender gravemente la exquisita sensibilidad de la que presumían los austrohúngaros. En la pieza de Roig los cuartos de la vaca son enteramente blancos y las vísceras, que en el original nietscheano se desparramaban por el suelo chorreando sangre y excrementos, han sido reemplazadas por una sarta de blancos tubos de neón impecables e impolutos. El horror congelado. O el horror soterrado, subrepticio y al límite invisible e inaprensible, como en el cine de Michael Hanecke. O como en El año pasado en Marienbad, la película con la que Alain Resnais quiso poner en escena la capacidad de la ruling class europea de encerrarse en sí misma y abstraerse de los horrores de una guerra mundial hasta el punto de considerarlos ajenos, y que el propio director francés había documentado en ese sí elocuente documental titulado Noche y niebla, Nacht und Nebel: no existe lo que perdemos de vista. Pero así como los accionistas se esforzaron en arrojar en la cara de los elegantes ironistas el horror del que se sentían enteramente libres, Bernardi Roig ha decidió hacer lo mismo con su propia versión de Marienbad . La ha hecho en un video en blanco y negro, en el que intercala en el interior de una secuencia de la película de Resnais localizada en el aristocrático balneario centroeuropeo, otra en la que aparece él mismo vestido de rigurosa etiqueta en el acto de coserse meticulosamente con un hilo y una aguja los labios. El horror congelado se resuelve así en la fría comprobación de cuánto duele mantener la boca cerrada cuando se quiere seguir formando parte de la sociedad más exquisita.

1 comentario:

  1. Magnífica exposición, pero reconozco no haber soportado el video donde se cose la boca de verdad, sin trampa ni cartón (si exceptuamos la anestesia obligada para tal acción). Lo siento pero mi excesiva sensibilidad no me permitió ver más que el principio.

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