El nombre de este proyecto es desde luego una declaración de principio o si se quiere de intenciones, que supone una reivindicación de lo menesteroso y lo precario en un ámbito como el del arte, tan dado en las últimas décadas al exceso. Pero que ahora, cuando la crisis económica se enquista y los gobiernos europeos se muestran unánimes en la aplicación de política de ajustarse los cinturones caiga quien caiga, las reivindicaciones de
El Ranchito parecen tener todo el sentido del mundo. ¨Si vivimos tiempos de penuria el arte mismo tendría que ser un arte de penuria¨, vendrían a decirnos con sus obras los artistas reunidos en el proyecto y que ahora exponen los primeros resultados de sus estrategias en la colectiva abierta actualmente en las salas de exposiciones del Matadero de Madrid. Sólo que vistos esos resultados, por muy provisionales que ellos sean, es difícil negarse a la evidencia de que pocos de esos artistas han resuelto satisfactoriamente la demanda que formuló Hörderlin, en otro contexto histórico y ante otra crisis, en los términos de esta pregunta: ¨¿ Cómo ser poeta en tiempos de penuria?¨ Pienso que la mayoría de los artistas de
El Ranchito no han logrado ser poetas en tiempos de penuria, si por poesía entendemos esa capacidad compartida por el arte de transformar la realidad en algo distinto de la realidad misma, que se pone fuera de ella iluminándola. Estos artistas, en cambio, han hecho cosas que son pobres y precarias, como vamos siendo cada día más todos nosotros, pero que no logran entonar un verdadero canto de la pobreza ni componer imágenes que resulten verdaderamente reveladoras de la misma. Lo suyo es la penuria que se duplica en penuria sin que esa duplicación traiga consigo ninguna transformación significativa de los patrones que rigen nuestra sensibilidad o una mejora notable de nuestro entendimiento de un penoso estado de necesidad que, como ya dije, cada vez nos resulta menos ajeno. Cierto, puede decirse que los de
El Ranchito no les interesa el arte y que lo que han hecho y continúan haciendo es aprovechar el potencial de visibilidad social que ofrece la escena artística en todas sus variantes, para dar a conocer proyectos que están deliberadamente al servicio del activismo político
extraparlamentario. Sea en ámbitos como los de los Indignados o sea en el de la movilización por cuestiones de género o de identidades locales. Cierto, podría reivindicarse que el trabajo de todos ellos tiene un componente ético nada desdeñable en estos tiempos en los que tantos de nosotros estamos dispuestos a pisotear a quien sea para subirnos a las pocas barcas que nos permitirán salvarnos del catastrófico naufragio del
Titanic prodigioso en el que estabamos embarcados. ¿Y los músicos? ¡Que se hundan junto con todo el resto del pasaje¡ La ética de los artistas de
El Ranchito es, por el contrario, la de asumir la penuria sin prestidigitación ni oportunismos, intentado hacer con ella lo que cada quién considera que es necesario hacer para conjurarla y al límite exorcizarla. Y sin importarle en definitiva que lo que hace sea o no arte.
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