El arte venezolano es impensable sin esa ¨tradición de lo moderno¨, antes que simplemente de lo ¨ nuevo¨ que diría Harold Rosenberg, que se inicia y establece en los años 50/60 del siglo pasado. Son los años de la dictadura militar y del desarrollismo y los de la renovación y la expansión de Caracas bajo la guía de los principios urbanísticos del Movimiento Moderno pero también los de la irrupción del arte geométrico, en su versión cinética, de la mano de Alejandro Otero, Cruz Díez y Jesús Soto. Un arte que pese a su aparente o real exotismo en un país mestizo, turbulento y tropical, caló hondo, hasta el punto de que hoy mismo son muchos los artistas jóvenes venezolanos que cultivan su legado, actualizando, reinterpretándolo. Entre ellos se cuenta Emilia Azcárate, que inauguró en diciembre pasado y en la galería Distrito 4 de Madrid una magnifica muestra de su trabajo más reciente. Ella ya había utilizado decididamente la geometría en esas construcciones visuales suyas compuestas de tapas de bebidas gaseosas recogidas en las calles y en las playas de la isla de Trinidad, donde residió unos años, pero esa vez antes que rendir tributo al geometrismo moderno
tout court ella se lo rindió a la geometría simbólica de los mandalas. Al fin y al cabo, fue en Trinidad donde se hizo adepta del hinduismo.
Pero esta ganga religiosa ha desaparecido en los cuadros que expone en Distrito 4, donde la abstracción geométrica es asumida exclusivamente como un punto de partida puramente estético que permite una limpia reelaboración de la tradición moderna. Y no solo de la venezolana sino también de la internacional. En concreto de Lucio Fontana, cuyos cortes con bisturí de las superficies monocromas son evidentemente los antecedentes de la filigrana de cortes realizados por Emilia Azcárate en la superficie igualmente monocroma de sus cuadros. Filigrana que en los casos de clara y firme disposición geométrica evoca los dispositivos trampantojos de Cruz Díez o Soto. Y en los casos en los cortes generan lengüetas que cuelgan flácidamente de la tela pintada remite a la obra de Eva Hesse, esa discípula de Josef Alberts en la Escuela de Arte y Arquitectura de Yale que un día decidió que los hilos, las cuerdas, las tramas e incluso las cosas colgaran en sus obras flácidamente. Sólo que Emilia sujeta tan firmemente la flacidez que no permite que se deslice hasta confundirse con la chorreadura, como si lo consentía en cambio Eva Hesse en sus abiertos coqueteos con el
dripping.
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