La presentación a la prensa (24.01.12) del proyecto de micro fotografiar sistemáticamente al
Guernica de Picasso dio lugar a una ronda de preguntas muy viva, en la que no faltaron las que inquirían por la opinión de Manolo Borja sobre petición reiterada hace poco públicamente por Miguel Zugaza de que el
Guernica vuelva al Prado, el museo que él actualmente dirige. Como era de esperar Borja dio por definitivamente zanjado un asunto que - tal como recordó - se resolvió por ley a finales de los años 80, cuando el gobierno español de entonces decidió que el célebre cuadro se trasladara el Museo del Prado al Reina Sofía, contrariando la voluntad expresa de su autor. ¨No hay más que añadir¨, agregó ante la insistencia de Ángeles García en saber si ya había llamado al nuevo Ministro encargado de los asuntos culturales para comunicarle su punto de vista sobre la petición de Zugaza. Yo comprendo la posición de Borja Villel en este punto no solo porque está fundamentada en decisiones gubernamentales previas sino porque el
Guernica es la joya de la corona y probablemente uno de los responsables de que el Museo Reina Sofía haya alcanzado en 2011 una cifra récord de visitantes. Y a ver cuál es el director que arriesga un logro como este en tiempos en los que hasta los museos públicos se están sometiendo a la lógica implacable del rating. Sólo que estas decisiones previas también condicionan seriamente el deseo, igualmente expreso, de Borja Villel de proceder a una revisión de la historia canónica de la modernidad, a la que critica por su exclusión de capítulos enteros de la modernidad y singularmente los que conciernen al ámbito latinoamericano. Esta revisión de la modernidad artística resulta, sin embargo, ella misma limitadamente moderna si es incapaz de poner en cuestión el sometimiento estructural de esa historia al tiempo lineal y a sus corolarios más imperiosos: el pasado irreversible y la innovación como una fuga sin fin hacia adelante.
Por esta razón me decidí a proponer en la rueda de prensa que ya que el
Guernica no podía ir al Museo del Prado, porqué no se traían
Los fusilamientos del 2 de Mayo al Reina Sofía. Y no sólo - y ni siquiera principalmente - porque, según el testimonio de André Malraux, Picasso se inspiró directamente en el extraordinario cuadro pintado por Goya para denunciar la represión del levantamiento popular de esa fecha histórica. Si solo se hiciera por este motivo, tan expuesto a ese ¨seudomorfismo¨ fustigado por George Didi Huberman, no valdria la pena transgredir el estricto reparto cronológico establecido entre el antes del Museo del Prado y el despues del Reina Sofía. No. La reunión, así sea puramente episódica, del cuadro de Picasso con el de Goya – a la que podrían añadirse los dibujos preparatorios del Guernica y las fotografías de Dora Maar, así como
Los desastres de la guerra – abriría la posibilidad de exponer y de explorar lo que ambas telas tienen de común y de distinto en la representación de ese auténtico
novus histórico que es la
guerra total. O la
guerra absoluta, como la calificó temprana, hegelianamente Carl Von Clausewitz en su clásico tratado
Vom Krieg. Una exploración que tendría que tomar seriamente en cuenta el estimulante libro de Nil Santiáñez,
Goya/Clausewitz.
Paradigmas de la guerra absoluta (Alpha. Decay, 2009) y que es cualquier cosa menos puramente académico, porque se refiere a una clase de guerra que vuelve a llamar perentoriamente a nuestra puerta.
Comprendo todo su razonamiento, y el interés divulgativo y pedagógico que esa reunión de obras acarrearía. Pero mi pregunta es: un museo de arte CONTEMPORÁNEO (entendiendo la contemporaneidad como el momento presente que nos toca vivir en nuestro día a día), ¿qué tipo de obras debe albergar? ¿Podemos llamar contemporáneo a un cuadro como el Guernica, cuando ya incluso lo posmoderno ha dejado de ser contemporáneo? Y por último, si según Borja Villel, el arte no debe estar supeditado al comercio ni al dinero: ¿No está demostrando un comportamiento totalmente hipócrita al aferrarse a estas obras? Nada más, un saludo.
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