Marina Nuñez junta en su exposicion de la galeria Salvador Diaz de Madrid (21.11.08) las obras que realizó expresamente para la catedral de Burgos, con unas cuantas de nueva factura, todas unidas sin embargo por su consistente apuesta por la alegoria. Desde tiempo atrás, ella mantiene la idea de que estamos en una situación post humana o estamos en el umbral de la misma y por esta razón se ha dedicado a pintar o, si se prefiere, a representar a la especie llamada a sucedernos: el ciborg. Esa unión indisoluble del hombre y la máquina en la que han venido a parar Frankenstein y el Golem. La solución de Stanley Kubrik a esta misma intuición fue, como se sabe, mucho más radical. Hal, el megaordenador que lo controlaba absolutamente todo en esa nave espacial que viajaba a algún confin remoto del universo y que logra adquirir vida propia - hasta el punto de intentar someter a su omnimoda tutela a los astronautas cuya suerte le fue confiada en la Tierra - era eso: un megaordenador no un humanoide. No hay pues, en "2001: odisea del espacio ", la más mínima concesión al antropomorfismo, como si la imaginación de Kubrik de lo post humano hubiese querido rendir voluntariamente tributo a la clase de imaginacion religosa - ya mencionada por Wincklemann en su historia del arte de los antiguos griegos y citada al comienzo al final de la película - que representaba a la divinidad con una piedra, rechazando toda antropomorfización de la misma.
Marina Nuñez, en cambio, antropomorfiza decididamente. Por ejemplo, en las grandes cajas de luz, que expuso en Burgos y que ahora ocupan la primera sala de la galeria, los hombres son hombres rascacielos que aunque hieraticos y erguidos están reducidos a una piel corroida por el óxido, como si fuera una fina lámina de metal. Y los ángeles, compuestos y pintados digitalmente, que proyecta sobre una de las paredes de la sala del fondo, son eso, ángeles de cuerpo humano,dotados de las alas que resultan de la mezcla de los paneles solares utilizados por los satélites que contínuamente ponemos en órbita o lanzamos al espacio con las alas diseñadas por Leonardo para sus imposibles máquinas de volar. Pero esos ángeles parecen igual de condenados inexorablemente a la extincion que los hombres rascacielos o el modelo de hombre diseñado por el mismo Leonardo, con su monstruosidad puesta inesperadamente de presente por sus seis extremidades extendidas simultaneamente y la piel metálica que recubre su vacuidad, oxidada o quemada. La única señal de vida, si así puede decirse, la emite un insecto, que aparece vigoroso y reluciente en el interior de una cúpula acristalada, custodiada por unos ruinosos hombres rascacielos. Viéndo esa imágen no pude menos que evocar la escena medular de la vastítisima iconografía que nuestra cultura ha dedicado a la Adoración de los magos y preguntarme, por lo mismo, si llegarán a ser los insectos nuestros nuevos dioses. Ignoro la respuesta. Lo que si se es que ya es que el insecto ha sido una forma recurrente del demonio, desde la Edad Media y lo sigue siendo, si es que consideramos al Alien imaginado por Giger y Ridley Scott, un demonio. El demonio atroz que todos llevamos dentro y que nos parasita sin aparente remedio.
La intervención de Theo Firmo
Hace 13 años
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