domingo, 25 de enero de 2009

El teatro del imperio.

Alguien dejó escrito, a propósito de la Atenas clásica, que el teatro y la democracia van juntos. Y aunqe es seguro que esta generalizacion no resiste el contraste con los resultados de la investigacion positiva las formas características exhibidas por los poderes democráticos a lo largo de la historia, hay en ella un poso de verdad, actualizado por la doble puesta en escena de la posesión de Barack Hussein Obama en Washington (20.01.09). Eso sí que fue teatro y de una manera y a una escala que ni siquiera pudo imaginar Bertolt Brecht cuando en su Diario calificó de ´ teatro épico´ las imágenes fotográficas de las actuaciones de Hitler y Mussolini en los escenarios grandielocuentes y multitudinarios del poder fascista. Cierto, una cosa es la democracia moderna y otra distante el fascismo, aunque la administración Bush haya hecho tanto por acercar y confundir a la una con el otro. En las ceremonias masivas protagonizadas por Obama en Washinton de estos días de enero habia, sin embargo, masas, verdaderas masas. Eso sí, de dos tipos por lo menos. Estuvieron las masas presenciales, formadas por los dos millones de personas que ocuparon en dos jornadas consecutivas el eje del Mall de Washington - la primera vez orientadas hacia el Lincoln Memorial y la segunda hacia el Capitolio. Y luego estuvieron,, estuvimos las masas telemáticas: los millones, los cientos de milllones de espectadores de la televisión de todo el mundo, que vimos en vivo y en directo un espectáculo del cual hacían parte tambien como actores, los millones reunidos en el Mall, soportando a la intemperie unas inclementes temperaturas invernales, interpretando estoicamente el entusiasmo y la fidelidad.
Pero ¿ qué vimos y escuchamos quienes estábamos fundidos en esas dos clases de masas? La primera vez, un espectáculo fue como un concierto de musica pop y rock en la television, con las mismas estrellas y las mismas canciones, en el que la intervención efectiva de los musicos estuvo preceptivamente interrumpida por los ´ cortes publicitarios ´ que fueron los discursos políticos, a los que se añadió la reafirmacion ritul del águila de cabeza blanca - simbolo del Imperio - y de sus ojos, su pico y sus garras poco o nada simbólicas: las omnipresentes fuerzas armadas de los Estados Unidos de América.
En la segunda jornada el espectáculo fue de un corte mucho mas tradicional, porque al fin y al cabo la ceremonia de posesión de un presidente norteamericano debe someterse aún al texto de un protoloco estrictamente legal, incluido un juramento del nuevo presidente, cuyo texto fue trastocado, voluntaria o involuntariamente, por John Roberts - presidente del Tribunal Supremo - produciendo el traspies mas notorio de la ceremonia.
Hubo, sin embargo, en ambos episodios un componente común, que en realidad es la clave de toda la teatralidad imperial americana: la escena y los personajes familiares. Obama es el lider de la campaña electoral mas innovadora de América por su arrolladora utilización del internet, es el primer presidente negro de un pais cuyos cimientos fueron construidos en buena parte por la esclavitud y él es el actual responsable de gobernar el Estado y el sistema económico mas poderoso del planeta, pero es tambien - y en un plano de visibilidad eminente - un padre de familia. El marido atlético, sano y muy laborioso de Michelle, el padre de Sasha y Malia, el hijo de Barack - el africano que vino de Kenia para regresar a ella y desaparecer para siempre - y de Ann - la hawaina amante desde siempre de las tierras y los pueblos exóticos. Las puestas en escena en Washington del irresistible ascenso de Obama, mostraron una vez mas hasta qué punto el teatro político americano necesita de guionistas de la pulp fiction antes que de trágicos a la Shakespeare.

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