domingo, 18 de enero de 2009

Helena Almeida en Madrid.

Voy a visitar con retraso(15.01.09) la exposición de Helena Almeida, inaugurada semanas atrás en las salas de la Fundación Telefónica de Madrid y me quedo sorprendido. Y no porque no conociera de antemano su trabajo sino porque esta muestra tiene la virtud de ofrecer un conjunto tan amplio y consistente del mismo que me permite comprenderlo de una manera que no lo habían permitido hasta la fecha las muestras que he visto en diversas ciudades de España y de Europa durante mas de una década. Maldición y virtud de las exposiciones colectivas y de las muestras individuales excesivamente parciales: enseñan los resultados episódicos de la trayectoria de una artista pero satisfacen plenamente el deseo de conocer a qué propósitos y estrategias de largo plazo responden cada uno de ellos. La exposición de Telefónica sí que lo hace porque, entre otras razones, responde a una voluntad de recuperar los momentos iniciales de la trayectoria de esta notable artista portuguesa que se transparenta en la eleccion de su título - Tela rosa para vestir - que es el mismo de una exposición suya de 1969, marcada por su opción definitiva por la representación de sí misma por medio de la fotografía. Representacion y fotografia: esos dos términos nos resultan claves si asumimos que la ´ representacion ´ está cargada para ella de connotaciones teatrales que remiten no al drama burgués clásico sino al happening y a la performance, teatros paradójicos de ´ la muerte del teatro´. Y a condicion, igualmente, de que consideremos que para ella la fotográfia no es simplemente un recurso técnico que mejora o supera los dispositivos y las máquinas de visión previamente existentes. No. Para ella la fotografía constituye su estatuto efectivo en conflicto, en lucha, en polemica si se quiere con la pintura y - sobre todo - con el espacio que ella genera, tan distinto a los lugares propios de la pintura. Pero, en realidad, no son dos sino tres los términos de su arte: el tercero es la ella misma como sujeto de la clase de representación mencionada de la que es sin embargo el objeto privilegiado. Las obras de Almeida nos atraen sin que apenas podamos evitarlo al vórtice y al vértigo de su fascinante narcisismo.

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